4/7/09

ASTILLERO DE MODELOS - La grandeza en miniatura

Existen personas que al hacer tan bien lo que hacen, no necesitan publicidad para promocionar los resultados; con el boca en boca es suficiente. A veces incluso más que suficiente. Este último es el caso de los Cadario, una poderosa dupla “padre-hijo” que sólo ha fracasado en una cosa: mantener un negocio pequeño y discreto. Aquí un paneo general del “Astillero de Modelos”, uno de los mejores talleres de maquetas náuticas que el mercado mundial –sin temor a exageraciones- tiene para ofrecernos.

La primera y única vez que el ADM decidió publicitar sus productos, sucedió hace más de 30 años nada menos que en la edición número 10 de esta misma revista. La odisea “en miniatura” había comenzado a mediados de los 70´s cuando un joven y talentoso arquitecto, oriundo de Gualeguay, transformó su hobby hogareño en “vocación remunerada” al satisfacer el encargo de un viejo amigo y primer cliente: la primera maqueta a escala de un barco particular -no propio (*)- marca Cadario.

Poco tiempo después de haber dado este primer paso, Juan Alberto –el Cadario senior- se vió abrumado de trabajo a medida que los orgullosos propietarios exhibían sus maquetas y contagiaban a otros orgullosos propietarios que, aún sin éstas, formaban una onda expansiva de clientes demandantes. El paso a la escena internacional lo dio de la mano de Germán Frers (senior él también) quien, siendo el diseñador del legendario Il Moro di Venezia (challenger italiano de la Copa América del 92), lo recomendó a la firma Montedison -constructora del Moro- para que hiciera la maqueta del mismo.

Con el correr de los años y las circunstancias de la vida, se suma a la labor su hijo Juan Pablo –el Cadario junior- quien acababa de recibirse de diseñador gráfico. Así, lo que empezó como una “asistencia temporal” desembocó en una “sociedad permanente” que ha sido siempre productiva y exitosa; hoy en día más que prestigiosa. Este año, después de casi 20 trabajando codo a codo, Cadario padre se retira y el pequeño imperio pasa a manos de su progenitor, quien hoy considera a su originaria “changa con el viejo” una más de sus pasiones. Juan Pablo no sólo hace las mejores maquetas que se puedan hacer, sino que ha competido en innumerables regatas de renombre internacional –incluida la Copa América- y es el creador de un blog náutico con más de 1800 visitas diarias.

Este ilustre miembro de la comunidad “mojada”, pincharrata infatigable y artista consagrado enemigo de las ínfulas, ha tomado la posta de un negocio de 30 años de trayectoria y más de 2000 trabajos terminados el cual abastece de miniaturas –majestuosamente elaboradas- a los astilleros y diseñadores de mayor renombre en el mercado mundial. A la hora de contratar un maquetista, firmas como Wally Yachts y diseñadores de la talla de Frers, Botín y Soto consideran al ADM su elección de cabecera.

¡Hasta el mismísimo Spielberg ha sido cliente suyo! Y si no me creen, alquilen la película “The Island” en su video club amigo y miren la maqueta del Wally Power que el protagonista (Ewan McGregor) tiene exhibida en el living de su casa del futuro. ¿Cómo sucedió esto? Cuando Steven llamó a los representantes de Wally para pedirle los planos del Power, éstos le respondieron que sólo dos personas por fuera de la empresa tenían habilitado el acceso a los mismos: Cadario senior y Cadario junior. Y así fue que el ADM, y no el multimillonario equipo de producción del director que maneja los mayores presupuestos del planeta, se encargó de la miniaturización del Power. Si esto no lo dice todo…

Producción

No me voy a extender demasiado en las cuestiones técnicas de una disciplina artesanal de lo más compleja. Simplemente les cuento que el trabajo de hacer una maqueta a escala -en el caso del ADM al menos- comienza siempre con el tallado de un taco de madera dentro del cual, como decía el gran Leonardo (¿o era Miguel?), se encuentra “escondido” el casco y la cubierta del ejemplar en cuestión. Para esto se usan sierras, cepillos, escofinas y lijas de los más diversos tamaños. Una vez terminada la escultura, se hace con ella un molde de fibra de vidrio que pasa a ser la “matriz original”, y de ahí salen las copias, también en fibra. El resto de los componentes (mástiles, molinetes, cabos, cornamusas, etc.) se construyen con el mismo principio y se usan, para ello, materiales de los más diversos: bronce, aluminio, acrílico, madera, goma, entre otros. La pintura que se utiliza es poliéster o acrílica; curiosamente, se usa en autos y no en barcos, pero la lógica aparece cuando recordamos que las maquetas no están pensadas para ser sumergidas.

Sus trabajos se hacen por encargo y exclusivamente en base a planos de líneas originales. El método de construcción es artesanal, por lo que todas y cada una de las piezas que componen las maquetas, son realizadas por el astillero mismo; no hay excepción.

(*) El suyo ya lo tenía hecho hace rato y es el que aparece en la publicidad diseñada para la revista que en aquel entonces se llamaba simplemente “Barcos” (ver foto).

11/6/09

ENTRE LOS DEDOS DE JUNCO

Tributo al Delta del Paraná (parte I)

Hace pocos días me di el gusto de tirarme al río por primera vez en esta temporada. ¿Qué río? El Espera. Pero no es tan importante el nombre del mismo, sino el hecho de que pertenezca a un delta, pues sucede que allí los nombres no designan otra cosa que segmentos de una única “pacha guazú” que lo mismo se parece a la descripción del universo según los budistas como al entramado de ramas y ramitas que conforman, por ejemplo, al centenario Dracaena Draco. Hace tres años que vivo en Tigre y cada día estoy un poco más enamorado de esta milenaria manada de islotes dormitando en su tejido de agua dulce, ese lugar místico al que hemos dado en llamar nuestro Delta del Paraná.
Imaginen un lugar donde el ancho de un arroyo equivale a 50 km de ruta por el campo. Uno parte de la Estación Fluvial ubicada en el límite de la urbe porteña, hace 10 minutos en lancha colectiva y ya se encuentra en otro mundo. ¡Y que mundo, señores! El Delta es el Matto Grosso, la quinta de tu cuñado en Pilar y una granja con 27 patos, 8 cerdos y 3 carpinchos, todo al mismo tiempo. Salvaje, misterioso, amigable y vasto como la esperanza misma. Si Venecia tuviera psiquis propia, ¡nuestro Delta sería el mapa de su subconsciente! Metáforas jugadas aparte, aquí tienen a un servidor que les susurra al oído con la pasión de un grito: “Acérquense al Delta. Conozcan al Delta. Amen al Delta”.
Bienvenidos a la primera parte de este sentido homenaje a un lugar que existe por decantación, un lugar que explota de vida, un lugar mágico y audaz que lo ha conseguido todo sin que nadie se lo pida.

Génesis
Junco es el nombre de un timbú que, como muchos otros jóvenes no tan indígenas, se lleva bastante mal con su padre, el jefe de la tribu. Al padre le gusta guerrear y dar órdenes. El hijo, en cambio, ama la paz y pide siempre lo que necesita diciendo “por favor”. Así las cosas, no resulta para nada extraño que, un buen día, Junco decida irse a vagar por ahí. Una tarde, sentado a la orilla del río, aburrido, observa que el agua se escurre entre sus dedos, pero el barro queda. De este modo, cuenta la leyenda, es como nace nuestro Delta del Paraná.
Las islas del Delta del Paraná deben su existencia a la gran cantidad de sedimento
que acarrea el agua del Paraná. Este sedimento, que es aportado mayormente por el río Bermejo, afluente del Paraguay, es depositado en el estuario conjunto del Paraná y el Uruguay: el Río de la Plata. Los bancos de sedimento son colonizados por juncos, ceibos, pajonales y otras especies que contribuyen con sus raíces a consolidar las islas que posteriormente son colonizadas por otras especies. El Delta del Paraná de este modo va avanzando, por colmatación, sobre el estuario del Río de la Plata; las islas que se forman son características: sus costas o riveras son más elevadas (por albardones naturales) que sus centros, en los centros isleños suelen existir pantanos y pequeñas lagunas.

Retratos
En su apología fotográfico-poética llamada El Tigre, su casco y su delta, Fernando Mendióroz describe el delta como “un misterio de agua dulce, un refugio donde los bonaerenses pueden reencontrarse con la naturaleza.” Y el escritor David Dusster agrega a lo anterior que “Fue por eso que crecieron, a principios del siglo XX, la ciudad de Tigre y sus islas de aluvión, pobladas con segundas residencias, con hogares de estío para fiestas y encuentros sociales y clubs deportivos. Pero ya entonces -como ahora- el río Luján, que separa el Tigre continental de los islotes del delta, marcaba una frontera. Del cosmopolitismo de Tigre se pasa a la soledad, a la vastedad de los cielos abiertos, al laberinto de senderos de cañizales y, en definitiva, al sosiego de las aguas.Cuando se penetra en el caño Sarmiento, minutos después de haber dejado atrás el embarcadero de Tigre, el viaje por el delta del Paraná, uno de los pocos dédalos acuáticos del mundo que desembocan en un río en lugar de hacerlo en el mar, ya se ha convertido en un recorrido por la nostalgia de Argentina. Atrás quedan las mansiones de la oligarquía que aspiró a ser potencia mundial entre las guerras mundiales, las casas alsacianas y los palacetes franceses, las sedes de los clubs de remo con jardines de hojas caídas, y se entra en un mundo de parsimonia fluvial. La quebradiza costa limosa se fija con las costosas estacadas o con los esbeltos árboles casuarina, una especie pinácea del hemisferio sur, de raíces enredaderas que tejen barreras al agua.
Las entradas de las casas son los muelles y los sauces llorones, cuyas ramas caen a plomo como atraídas por la gravedad del río, los pórticos naturales. Las barcazas dominan el paisaje en las orillas, los caños están identificados con carteles en las confluencias, y conforme uno se interna más en el delta, va difuminándose la presencia humana.”

Otro mundo, otra escuela
La educación pública viene atravesando de sus recurrentes crisis. Docentes de todos lados reclaman aumentos para sus sueldos misérrimos y los problemas de infraestructura son cada vez más agudos y, en algunos casos, potencialmente peligrosos. El presupuesto educativo está en uno de sus niveles históricos más bajos. La educación en general no es una prioridad…
En este contexto general hay casos particulares que merecen conocerse, como el de la autora anónima (al menos para nosotros) del texto que sigue. Se trata de una docente en un colegio secundario situado en una alejada isla del Delta, donde la belleza del paisaje y la calidad humana de alumnos y profesores se conjugan con la miseria, el atraso y el esfuerzo diario que unos y otros realizan diariamente para aprender y enseñar.

Se me vuelve camalote el corazón
Ejercer la docencia en las islas del Delta es realmente maravilloso. Docentes y alumnos compartimos diversos lugares y momentos: el viaje en lancha, la hora del desayuno, el almuerzo, las fiestas que aún se celebran en los colegios. La escuela sigue siendo un sitio en donde los miembros de la comunidad, no sólo padres y alumnos, se reúnen y participan activamente. A los pocos colegios secundarios que hay en las islas concurren adolescentes que son completamente distintos a los que nosotros denominamos”planta urbana”. Muy pocos de ellos tienen computadora en sus casas -sí las hay en los colegios-; tampoco tienen PlayStation; no están contaminados con la desmesurada cantidad de aparatos, como sucede con los jóvenes de la ciudad; no conocen su alienación, ni su vértigo, ni las grandes aglomeraciones de gente. Jamás son violentos. Conviven con la naturaleza; los únicos ruidos que conocen son los de los diferentes animales, los de la intempestiva sudestada, o el andar de alguna embarcación lejana. Será a causa de este silencio y de tanta soledad que los chicos de la isla son una fuente inagotable de misteriosas leyendas…No faltan a la clase, a pesar del frío riguroso en el invierno, de las marejadas, de las lluvias intensas; sus padres les han inculcado que los maestros y el colegio son esenciales para su vida. Tanto unos como otros nos respetan y nos valorizan, como sucedía en tiempos idos ya. Llamamos a los chicos por su nombre de pila, no son un mero apellido; los cursos, por lo general, no superan los veinte alumnos, lo que hace que podamos realizar una educación personalizada, impensable en cualquier gran metrópoli.

Soy profesora de lengua y literatura, y en los albores de la primavera es hermoso leer poemas u otros textos literarios en el jardín o en el salón de clase, con toda la naturaleza en derredor. ¡Es increíblemente bello! Es por todo esto que quienes trabajamos hace varios años en la isla no dejaremos de hacerlo jamás. Siempre decimos que enseñar en el Delta es adentrarse en otro universo; es una experiencia que nunca podría comprender aquel educador que solamente trabajó en la ciudad o en pueblos, por más pequeños que éstos fueran.
Por supuesto, hay muchas dificultades: por ejemplo, los sueldos son magros, no faltan cosas esenciales para trabajar bien como ser ¡estufas en las aulas! Y por supuesto, estamos siempre supeditados al clima; cuando hay niebla las lanchas que salen de la estación fluvial de Tigre no pueden hacerlo y hay que esperar a que la niebla se desvanezca o, lo que es peor aún, navegamos unos minutos y nos quedamos literalmente”varados” en pleno recorrido. Por si esto fuera poco, la mayoría de los padres de los alumnos laboran y cuidan las tierras de los adinerados del lugar, cuatro o cinco apellidos ilustres que parecen verdaderos señores feudales, como ocurre en nuestras provincias. Lamentablemente, existe un sinnúmero de adultos, adolescentes y niños que son explotados por sus patrones, en una suerte de relación de vasallaje, propia del medioevo.A pesar de estos y otros problemas existentes en la isla, jamás sentí mi vocación tan afianzada. En numerosas ocasiones, siento una alegría indescriptible al trabajar con los chicos isleños, al comprobar en sus miradas, esa avidez de conocimientos y un cariño legítimo por mi persona, que hacen que enseñar en el Delta sea lo mejor que me pudo suceder en mi carrera docente y uno de los hechos más hermosos de mi vida.


Arcilla y clorofila
Las principales amenazas ecológicas que enfrenta esta región son la contaminación
de las aguas, el endicamiento y rellenado de áreas inundables, la deforestación e introducción de especies exóticas (como el ligustro), la sobrepesca y la caza de animales silvestres.
La contaminación por agroquímicos
, aguas cloacales y desechos industriales que se vierten en aguas del Paraná y sus afluentes amenaza la vida silvestre y la provisión de agua potable de las concentraciones urbanas que se encuentran a sus orillas en el corredor urbano Rosario - Buenos Aires - La Plata, donde vive un tercio de la población de la Argentina. Sólo el gran caudal del río y su capacidad de autodepuración han evitado hasta el momento un desastre ecológico mayor. No obstante, los efectos de la actividad humana no dejan de hacerse sentir, sobre todo en las áreas donde es más intensa. Allí es frecuente observar disminución de la calidad del agua, mortandad de peces, erosión del suelo y acumulación de desperdicios.
En 1992
se creó el Parque Nacional Pre-Delta, a 5 km de la ciudad de Diamante, de unas 2.458 ha., y en el año 2000 la segunda y tercera sección de Islas de San Fernando en el Delta Bonaerense fue declaradaReserva de Biósfera Delta del Paraná por la UNIESCO dentro del plan Mab. Tiene una superficie de 10.500 hectáreas y constituye una inmejorable oportunidad de desarrollar los objetivos de conservación ambiental, desarrollo humano y apoyo logístico a la investigación y estudio del ecosistema y potencia las posibilidades de inversión nacional e internacional con proyectos de crecimiento sustentable y la agrupación de la región como referente de cultivos orgánicos y variados modos de producción agroforestal con certificación de calidad ecológica.

Fuentes principales:
Texto de David Dusster
Revista virtual “Contracultural”
Wikipedia

10/6/09

EL MIMBRE Y EL TEMPE

Tributo al Delta del Paraná (parte II)

Conciente de que me estoy olvidando de muchos otros, aquí les dejo una pequeña lista de escritores que han paseado sus almas por los rincones del delta

Haroldo Conti: El recordado escritor fue premiado en el año 1962 por su novela Sudeste. La portada del libro muestra un paisaje del Delta pintado por el gran Horacio Butler. El personaje central de la obra es "el Boga" y la acción transcurre en el arroyo Anguilas.

Olga Bressano de Alonso: Su obra El hijo isleño es un fresco del Delta que narra los usos, costumbres y vicisitudes de sus habitantes.

Fray Mocho: Seudónimo de José Sixto Álvarez, en su célebre e invalorable libro Un viaje al país de los matreros, cuenta con crudeza los avatares de algunos pobladores delteños y hace una vívida descripción de las islas durante el siglo pasado.

Lobodón Garra: Seudónimo de Liborio Justo, en su libro Río Abajo, escrito en el año 1954, el autor narra historias reales ocurridas en las islas del Ibicuy, voz guaraní que quiere decir “arenal”.

Julio Migno: Llamado “el poeta de los que no tienen voz” y “el cantor de los desencantados”, su poesía ha sabido captar los valores profundos del alma y toda la problemática del isleño. Poeta con mayúscula, este hombre nos hace vibrar hasta la última de las fibras en cada verso, en cada imagen y su visión realista, no es un impedimento para mostrar todo lo mágico y romántico que transmite el Delta.

Victor Ostrowsky: Su obra La vida en el gran Río - El Paraná en kayac, relata su viaje desde las Cataratas hasta una isla ubicada en el Río Capitán a bordo de un kayac de goma. La travesía la realizó en el año 1966 y describe no solo los paisajes y las peripecias que tuvo que pasar para llegar a destino, sino que muestra la vida de los habitantes del río y de la fauna.

Hector Prado: Nacido en una isla del arroyo La Barquita, este poeta, escritor y pintor vastamente premiado, es uno de los referentes importantes que tiene la región. En sus pinturas predomina el paisaje delteño y en sus libros, siempre está presente su tierra natal.

Y dejamos para el final a los dos grandes apellidos que dieron mayor impulso a l desarrollo del Delta: los valientes don Faustino y don Marcos

El mimbre de Sarmiento
En sus escritos, este prócer de pura cepa nos narra su descubrimiento del Delta y describe los aspectos físicos y las posibilidades económicas de la región a la que denomina Carapachay. En verdad, Sarmiento es el precursor de las campañas para poblar las islas y de la ayuda a sus habitantes. Fue un incansable luchador para que se le otorguen títulos de propiedad y posesión a los que trabajasen las tierras. En 1855 llevó al Delta a un grupo integrado, entre otros, por Carlos Pellegrini y el entonces coronel Mitre, ministro de Guerra y Marina, para convencerlos de las bondades y posibilidades de las islas. Fue en esa oportunidad cuando él mismo plantó por primera vez una varilla de mimbre en tierra isleña y pronunció un discurso con “jocosa gravedad” para celebrar dicho acto. A continuación, un resumen de la crónica que escribió él mismo sobre esa expedición:
“En el año del Señor de 1855 a ocho días del mes de setiembre, día de la Navidad de María, surcaba las quietas aguas del canal de Luján, entre las tupidas enramadas de sauces llorones que por ambos lados lo guarnecen, la lancha de la Capitanía del Puerto de Buenos Aires, mandada por el comandante de marina don Antonio Somellera, e impulsada por doce robustos remeros de la marina del Estado.Era esta una expedición de exploración y de descubierta de las tierras hasta entonces ignoradas de las islas del Paraná.No hay de lo sublime a lo ridículo sino un paso. Era, pues, preciso poner a salvo de este riesgo a las islas de la Delta cuando iban a visitarlas, por primera vez, marinos, militares e ingenieros argentinos, que por hábito o descuido llevan el rebenque en la mano, no obstante ir embarcados.Dejando el transitado canal de Luján a la derecha, tomamos el solitario camino real de las carabelas, piraguas y angadas del Paraguay, canal de la Esperita, atracando donde confluye con el Carapachay de un lado y del Torito por otro, a la sombra de un grupo de sauces llorones, al pie de un muelle rústico, y a la puerta de una morada de una familia de labradores. En presencia de aquella naturaleza virginal, de aquellos canales silenciosos, de aquella vegetación asombrosa y de la familia que reside permanentemente en aquel lugar, las objeciones morían en los labios, y la imaginación, creando la poesía grandiosa de la realidad de un mundo próximo, brillando en el horizonte con la luna entre celajes, llegaba al absurdo en suposiciones plácidas y estupendas.Era esta finca de don Angel Crousa, quien la hubo de don Marcos Sastre, maestro de escuela, que fue el primer hombre culto que aplicó el raciocinio a la realidad y vio en las islas terreno adaptable a la industria.Observó Pellegrini un árbol que vivía frondoso, no obstante estar privado de corteza en rededor del tronco. La fuerza de vegetación repara estos estragos, que serían mortales en otra parte, y suple por una monstruosidad el órgano vital de las plantas, la corteza. Durazno y naranjos son, ya se sabe, la maleza de estas islas, y los sauces crecen como por encanto, y plantíos de 3 años dan productos que hallan pronta colocación en el mercado.
Reunidos todos los argonautas en torno de la verja de tacuaras de un jardinillo de flores, procedióse con jocosa gravedad, a plantar unas estanquillas de mimbres. El encargado de la operación debía pronunciar un discurso para hacer más cómico el paso, y entre chanzas y veras dijo lo siguiente:
“Por una predisposición especial de mi espíritu, en las cosas más sencillas encuentro siempre algo de providencial. Estas varillitas que vamos a hundir en la tierra para que se conviertan en árboles, han llegado hace tres años de las faldas de los nevados Andes. No sabiendo mi amigo Arcos, cómo llevármelas a Buenos Aires las dejó en San Fernando. ¿Por qué llegan mimbres la víspera de venir nosotros a las islas? ¿Y por qué quedaron como olvidados en San Fernando?Y sin embargo la tierra de las islas y el mimbre son el cuerpo y el alma: el uno completa a las otras. El mimbre crece en la humedad y a la orilla de las aguas, y es la red de que el agricultor se sirve para el mismo fin del junco. Pero el mimbre es una producción valiosa, que da ciento por uno, y satisface mil necesidades de la industria.Esas fábricas de canastillas que suministran fortunas a los inteligentes cesteros de Buenos Aires, se entretejerán en adelante de nuestro mimbre, y los industriales vendrán a comprarnos por toneladas dentro de pocos años, el que hoy nos envían los agricultores de Francia y Alemania.
Quiero, señores, simplemente a esta humilde planta, por que me unen a ella vínculos que quiero descubrir aquí en medio de mis amigos. Hace años que me sigue esta planta adonde quiera que voy, y acaso su propagación en América sea lo único en que no he encontrado obstáculos… Si ningún otro recuerdo hubiese de quedar en estas islas de mi presencia, sean ustedes señores, testigos que, hoy 8 de septiembre, planto con mis manos el primer mimbre que va a fecundar el limo del Paraná, deseando que sea el progenitor de millones de su especie, y un elemento de riqueza para los que lo cultiven con el amor que yo le tengo.”

El Tempe del Sastre
El año 1837 fue clave en la historia de una joven nación poblada por viejas razas. Por primera vez, en términos generacionales, un grupo de hombres se puso a reflexionar sistemáticamente sobre la realidad argentina, por encima de las facciones que entonces dividían al país. No estaban contaminados de apresurados esquemas intelectuales, sino real y concretamente preocupados por la realidad nacional. Pensaban, pues, para actuar.
El Salón Literario Marcos Sastre fue el germen de esa ansiedad colectiva. Vivió poco, pero su influencia se proyectó sobre el futuro de la Argentina. Marcos Sastre (1809-1887), su fundador, ya anteriormente había creado su Anagnosia, método para leer y escribir estudiado por muchas de nuestras figuras consulares, como Ángel Gallardo, con el cual aprendieron sus primeras letras. Su labor se desarrolló a ambas orillas del Río de Solís, pues si bien era oriundo de la Banda Oriental, Sastre fue fundamentalmente un hombre del Plata, del río que nacía en la urdimbre islera del Delta del Paraná, al cual le cantó con una delicadeza y un romanticismo que autores posteriores jamás pudieron superar.
Movimiento, pinceladas cromáticas, palabras eufónicas, sonidos y perfumes se conjugan en la descripción del “Tempe Argentino”, su obra cumbre. El nombre surge del legendario Valle de Tempe, un pequeño territorio muy fértil y de clima benigno situado en la Tesalia, patria del héroe homérico Aquiles. Guillermo Ara, autor de un valioso trabajo sobre esta obra, dice que el estudio que Sastre hace sobre el olfato de las aves de presa, de la mansedumbre del tigre, de la luz de las luciérnagas, de la domesticación del chajá, de los hábitos de consideración que manifiesta el colibrí, no son únicos, pero pueden ponerse sin desmedro junto a los de Hudson y Buffon.
Mucho antes que Sarmiento edificara su cabaña en el antiguo Abra Nueva, Marcos Sastre sembraba, domesticaba animales, abría zanjas y defendía el entorno natural; y mucho antes que naciera el memorable Francisco P. Moreno, indagaba la naturaleza con criterio científico y la describía con maestría poética. Mucho antes del nacimiento de la Etología y la aplicación de técnicas como la siembra directa, nuestro autor advertía sobre la necesidad de preservar los suelos y el equilibrio de la naturaleza.
En una amena biografía escrita en 1968, Héctor Adolfo Cordero refiere de Sastre lo siguiente: “Admirador del hornero, decía que el hombre tenía mucho que aprender de su arquitectura, laboriosidad, aseo y amor a la familia; exalta la belleza del picaflor; admira al chajá, y de ambos hace una descripción magnífica, sobre todo de éste último, que hasta esa fecha no se había estudiado suficientemente. Protesta por la matanza del sapo; describe mamíferos que el hombre iba exterminando en la región, como el quiyá, el ciervo, el pecoví y la vizcacha; nos muestra al jaguar y al ocelote, especies extinguidas de la fauna indígena; tortugas, peces, las avispas; el ya nombrado camuatí; las costumbres del mamboretá; coleópteros; las flores, como el arrayán, el mbucuruyá y el irupé; los árboles, el ceibo, el ombú, los durazneros” A la caída de la tarde (descripción magnífica del Delta a esa hora del día) y La noche en las islas, son perfectas para los que se le haya despertado la curiosidad.
Téngase en cuenta que la obra fue concebida y escrita en una época en la que solo se publicaban tratados y manifiestos políticos, ya que la porción meridional de América se desangraba en reyertas civiles, donde distraerse ante la contemplación de las manifestaciones de la Creación podía equivaler a un pasaporte a mejor vida. El mismo Marcos Sastre sufrió las mezquindades y persecuciones de las luchas de facción.
No sólo sus coterráneos se embelesaron del cantor del Delta; un naturalista germánico llamado Federico Leybol, en su Excursión a las pampas argentinas, se recuerda que: “Allá lejos, muy lejos, me decía yo, yacen las encantadoras islas bañadas por las aguas del Paraná, el Uruguay y el Plata, donde reina eterna primavera, donde el azahar regala con su suave aroma los sentidos, donde en la copa del ceibo y del ombú se posan las aves de mágico plumaje, donde la brisa columpia el aéreo palacio del camuatí, y mil pintadas mariposas liban el néctar de las flores: allá el Delta argentino, cuyas bellezas reveló al mundo admirado el profundo observador y elegante escritor que le dio nombre al abrir sus puertas a la industria humana, y cuya fe de bautismo – El Tempe Argentino – es una de las ricas joyas que dan lustre y gloria a las letras sudamericanas”.
Puede asegurarse que no hubo autor americano que en su tiempo igualara en popularidad a Marcos Sastre. Fue el primer escritor famoso rioplatense, mucho antes de que de que lo fuera el autor del Martín Fierro, y un genuino propulsor del ambientalismo y las letras rioplatenses, tal como lo fue de la educación.

Fuentes principales:
Texto de José Luis Muñoz Azpiri (publicado por Fundación Vida Silvestre)
Sarmiento en sus casas, por Gustavo A. Brandariz
El Carapachay, por Domingo F. Sarmiento

24/2/09

Wagner errante

Puedo fácilmente creer que existen más criaturas invisibles que visibles en el universo. Pero, ¿quién me describirá su entorno? ¿Y sus relaciones, sus cualidades especiales, sus funciones? ¿Qué es lo que hacen? ¿Dónde demonios viven? La mente humana ha estado siempre circulando alrededor de estas cosas, pero jamás las ha podido aprehender. No dudo, sin embargo, que a veces es más beneficioso contemplar en el pensamiento, como en un cuadro, la imagen de un mundo mejor y más grande... (T. Burnet, 1692 *)
El mar de los fantasmas
“Fuente de vida, el mar es asimismo universo de terror, mítico lugar testigo de viajes fantásticos y extraños encuentros en medio del estrépito de las tempestades. Desde la profundidad de sus abismos, de entre lo hondo de sus olas, ascienden los gemidos de los muertos, demoníacas carcajadas se entremezclan con los elementos desencadenados. Los barcos atrapados por la borrasca se cruzan de vez en cuando con misteriosos buques equipados por una tripulación de espectros. El océano protector que mece y devuelve a la infancia puede convertirse en cruel y mortífero, en mundo onírico poblado por terroríficos fantasmas. Todavía circulan espantosos relatos de errantes buques fantasmas quemados, abandonados, prisioneros del hielo, naufragados, engullidos. ¿De dónde proviene la fascinación que siguen ejerciendo? ¿Cuáles son las creencias, los miedos, las esperanzas ocultas en lo profundo del inconsciente que consiguen despertar? ¿Cuál es el significado de estas leyendas y de los diversos hechos que propagan, cada cual a su modo, todos los marineros del mundo y que siguen transmitiéndose de generación en generación?” (ŧ)
La gran obra
El más famoso de los buques malditos es el del Holandés Errante, un capitán de barco que, al ver impedido el paso de su navío por el Cabo de Buena Esperanza, jura terminar su viaje aunque todas las potencias del infierno pretendan detenerlo. Este desafío despierta la ira de Leviatán quien, como castigo, condena al soberbio marino a vagar eternamente por los mares del mundo vivo. Todos los puertos permanecen cerrados para él, todos menos uno cada siete años, en el que puede desembarcar durante un solo día, con el fin de encontrar una mujer que lo ame con absoluta fidelidad. La promesa de un amor inmortal representa la única posibilidad que tiene este “viejo fantasma del océano” de alcanzar la redención.
Entonces el protagonista llega un día a una bahía en Noruega, en donde encuentra a Daland, un marinero que tiene una hermosa hija llamada Senta. Un amor recíproco nace al primer intercambio de miradas. Los marineros y las jóvenes cantan y bailan en el puerto, invitando a la tripulación del buque holandés a unírseles. Invisibles y silenciosos al principio, los marineros, muertos vivientes, aparecen por fin. El alegre festejo deja paso a una atmósfera macabra y amenazadora. Erik, el prometido de Senta, le recuerda a ella su promesa. En ese momento el Holandés se cree traicionado, declara quién es y leva el ancla para continuar su eterno errar. Senta le declara su amor y, con intención de acompañarle, se precipita al mar desde lo alto del acantilado. La maldición desaparece. El buque fantasma se hunde arrastrando a su tripulación de espectros. Transfigurados, el Holandés y Senta, abrazados, ascienden por el cielo...
El origen de la leyenda se remonta a la Edad Media y ha tenido diferentes versiones, todas ellas de transmisión oral. Fue la historia del Holandés que figura en las “Memorias del Señor von Schnabelewopski”, publicadas en 1833 por Heine, a la que Richard Wagner tuvo acceso. Con esta magnífica creación -su primer drama musical- el maestro alemán consiguió superar las limitaciones estéticas de la época para impulsar una nueva forma de composición lírica, en la que el texto -escrito por él- la partitura y la puesta en escena se hallan íntimamente fusionados. La ópera fue estrenada en Dresde en 1843.
Wagner y sus tormentos
Los acontecimientos dolorosos que habían jalonado la vida de Richard Wagner, las humillaciones, las frustraciones, su viaje de Riga a Inglaterra a bordo de un bajel que estuvo a punto de naufragar, sus sinsabores conyugales, le llevaron a asociar, dentro de un mismo acto creador, los temas de la maldición y la redención por amor, en recuerdo de esta leyenda del Buque Fantasma que los escritos de Heine le habían dado a conocer. En “Mein Leben”, Richard Wagner ofrece un relato detallado de la travesía del bergantín Tetis. Al conservarse los papeles del flete de este barco, se han podido verificar todos los detalles de este dramático viaje. Es importante evocar algunas de sus peripecias en la medida en que volvemos a encontrarlas, de algún modo transportadas, en la ópera. Director de orquesta a la sazón en Riga, Wagner vivía allí con Minna -su primera esposa- en condiciones precarias, acribillados de deudas. Unicamente se les ocurrió una salida: huir clandestinamente. Así se marcharon de Riga el 9 de julio de 1839 y cruzaron de noche la frontera ruso-prusiana con intención de llegar a París por mar. No sin problemas, consiguieron llegar al puerto de Pillau el 14 de julio y embarcar -en calidad de fugitivos - a bordo del velero Tetis con destino Inglaterra. Escondidos detrás de los toneles y fardos de mercancías, escaparon a la salida de la vigilancia de los guardacostas, así como de los aduaneros daneses a lo largo de Helsingor. El 27 de julio, la tempestad se desencadenó en el Skagerrak. Wagner vio surgir junto al Tetis un navío que desapareció en seguida en la noche. ¡Creyó haber percibido el buque fantasma de la leyenda!
La tempestad continuaba creciendo. Presa de un fuerte mareo, Wagner se hallaba postrado en la estrecha cabina del capitán. Al poco, se desprendió el mascarón de proa; el Tetis había perdido a su diosa protectora y los marineros no perdieron ocasión de atribuir la responsabilidad a los pasajeros clandestinos. Finalmente, el 29 de julio el capitán logró encontrar refugio en un fiordo noruego: Sandvig de Boroya. Wagner, reconfortado, contemplando la rocosa costa y las islas, escuchaba como el mar se iba calmando poco a poco. Escuchó asimismo el canto de la tripulación, cuyas palabras no comprendía pero su ritmo quedó grabado en su memoria, tres sílabas cortas seguidas de dos largas... Se trata de la canción de los marineros cuyo tema aparece en la obertura del “Buque Fantasma”.
El capitán decidió hacerse a la mar el 1 de agosto. El viento les fue favorable al principio. Después, de nuevo, se desencadenó la tempestad y Richard y Minna Wagner, que se habían atado el uno al otro “para morir juntos”, creyeron llegada su última hora. El 8 de agosto, por fin, se restauró la calma y al día siguiente el Tetis se encontraba frente a las costas inglesas.
Este fue el último viaje de Richard Wagner a bordo de un velero. Nueve años más tarde, el Tetis desapareció en el mar en el transcurso de una tempestad... Wagner y el psicoanálisis
La riqueza del material accesible al análisis hace del “caso Wagner” un objeto de estudio particularmente interesante: texto y música escritos y compuestos por él mismo, abundancia de documentos autobiográficos, correspondencia con sus allegados, minuciosas anotaciones cotidianas de sus sueños. Hasta tal punto que se hace posible un profundo trabajo analítico sobre el contenido, es decir, el significado de las leyendas y la manera en que Wagner las utiliza y transforma y, al mismo tiempo, sobre la forma, es decir, la expresión poética y musical de la obra realizada. Max Graf (músico, abogado y famoso escritor nacido en 1873) es el autor del texto psicoanalítico más antiguo que poseemos sobre un músico: escrito en 1906 y titulado “Richard Wagner y la creación dramática”, formula el problema de la identificación y la proyección (adjudicar a otro los sentimientos propios) y define el lugar del Inconsciente durante el proceso de creación artística. En 1911, Graf presenta a la Sociedad de Psicoanálisis de Viena un trabajo sobre “Richard Wagner y el Holandés errante”: para él Wagner y el Holandés constituyen un solo y único personaje, huyendo de ciudad en ciudad y de país en país, anhelando el amor y creyendo alcanzar una meta. Pero la felicidad y la fidelidad con la que sueñan se les escapa constantemente. No encuentran salida más que en el deseo nostálgico de la muerte.
El edipo wagneriano
Senta, como todas las heroínas wagnerianas, presenta rasgos maternales: es la imagen idealizada de la madre. “El Buque Fantasma” permite a Richard Wagner expresar de forma regresiva la nostalgia de una mujer redentora de la que lo esperaría todo, del mismo modo que un niño lo espera todo de su madre, pues su madre nunca le ofreció el afecto que tan intensamente necesitaba. La buscó en sus hermanas que no llegaron a ser más que “substitutas maternales imperfectas”. Un pasaje del Diario de Cósima (hija de Franz Liszt y pareja de Richard por muchos años) nos cuenta: “El día mismo en que Richard Wagner terminó El Buque Fantasma, volvió a tomar la pluma para escribir a su madre. Había tenido lugar una larga interrupción de relaciones. Pero ahora, el impulso de inconscientes pensamientos le arrastraba pues, con esta última obra, había regresado a la casa en la que había jugado de niño y, de nuevo, había visto como los grandes ojos claros de su madre se posaban sobre él”.
En 1911, Otto Rank (famoso psicólogo contemporáneo a Freud) realiza un estudio comparativo de los héroes wagnerianos y encuentra en ellos ese rasgo común de búsqueda de una mujer pura y fiel cuyo amor les asegurará la redención, ya se trate del Holandés, de Lohengrin (protagonista de una antigua leyenda germánica), de Tannhäuser (inspirado en una leyenda medieval alemana transcurrida en Turingia durante el siglo XIII) o de Tristán (basado en una leyenda celta del medioevo anglo-francés).
A su vez, en 1933, Marie Bonaparte (famosa psicoanalista, biznieta del gran Napoleón) escribe sobre “El Buque Fantasma” desde otro punto de vista. Ella evoca en la problemática wagneriana el significado simbólico del eterno errar: “Aunque la figura del Holandés Errante, en conformidad con los complejos personales del compositor, se convierta únicamente de forma secundaria en la imagen del hijo, resulta lógico que este errar finalice y se vea condicionado por la unión simbólica en la muerte -el mar- con una mujer siempre simbólicamente madre”.
En 1951, en “Psicoanálisis de la Música” y después en 1965 en “La Escuela freudiana ante la música”, André Michel (pensador y estudioso de la problemática psicoanalítica) analiza el carácter universal de la significación simbólica maternal del mar. Se halla permanentemente presente en “El Buque Fantasma”, en ocasiones cruel y peligrosa, en ocasiones atractiva y no menos temible.
Más mítico y cosmogónico, el psicoanálisis de Jung (discípulo, colega y eterno “rival” de Freud) aporta un estudio a la comprensión del mito del errar eterno, de la llamada de los espíritus, de la nostalgia de la muerte y de la entrega del Holandés. Jung estima que si la obra nos conmueve es porque en ella afloran los arquetipos que nos permiten acercarnos a los elementos que forman parte del inconsciente colectivo.
Existe un parentesco entre el desarrollo de Levi Strauss, el de Freud y el de Jung sobre la obra de este alemán que supo ser polizonte. Levi Strauss subraya el carácter común del mito y la obra musical y la dimensión temporal que necesitan para existir. Como Jung, acentúa la estructura de las obras, las relaciones entre los personajes y los temas musicales. Como él, reconoce la estructura ternaria de los caracteres representados por la tríada animus-anima-sombra. No olvidemos que en el “Holandés Errante” aparecen los leit-motiv por vez primera en toda su complejidad y expresividad.
Alfred Adler (médico y psicoanalista, colega y crítico de Freud) aporta el concepto de “voluntad de poder” (algo de lo que Nietzsche ya había hablado bastante). Se halla aquí encarnado por el Holandés. Le ha llevado a desafiar a los elementos que se han desencadenado, Dios y el demonio, causando su propia pérdida. Todo sueño de poder encuentra su castigo en la maldición y en la muerte, o peor aún, en este estado de muerto-viviente que no terminará más que a través de la redención de la falta.
El sueño del artista
Es esta dimensión onírica de la obra, la que le confiere toda su amplitud a expresión de lo macabro y lo fantástico: debe ser comprendida por un lado en función de la importancia que se concedía al onirismo durante el período romántico alemán y por otro, en función del lugar que ocupaba el sueño en el autor.
El onirismo que es una de las dimensiones esenciales del “Holandés Errante”; remite a la personalidad atormentada de Richard Wagner, a su infancia, a unas vivencias oníricas persecutorias, a sus terrores nocturnos, a su obsesión por el abandono. El sueño de la mujer sacrificada y redentora es al mismo tiempo la vida del Holandés y el sueño de Richard Wagner.
Fuente principal:
“DER FLIEGENDE HOLLÄNDER”. De las leyendas marinas a la expresión del mito en la obra poética y musical de Richard Wagner, por la Dra. Jacqueline Verdeau-Pailles (ŧ)
(*)Thomas Burnet: Miembro del clero anglicano en el siglo XVII. Publicó los cuatro libros que componen la Telluris Theoria Sacra. La Teoría Sagrada de la Tierra representa el uno de los más pintorescos intentos “científico-religiosos” de formular una historia del mundo desde la Creación.

Por Tierra y por Mar

Poblando las Américas
Tradicionalmente, la mayoría de los antropólogos han aceptado la teoría de que los antepasados de todas las culturas nativas americanas existentes en el Nuevo Mundo proceden de migraciones a pie desde Asia ocurridas durante el pleistoceno. En este período, el nivel del mar se encontraba mucho más bajo que en el presente, de forma tal que ambos continentes (Asia y América) se conectaban por una estrecha franja de tierra denominada el “Puente de Tierra de Bering”. Hace ya algunos años que trabajos como el del Dr. E. James Dixon en Quest for the Origins of the First Americans (En busca de los orígenes de los primeros americanos), proponen un desafío para este modelo, digamos, “tradicionalista”.
Dixon es una destacada autoridad en la arqueología de la Beringia oriental, la cadena de islas que en otro tiempo formó el puente conector entre Alaska y el “lejano este” de Asia. Aunque nadie duda de la existencia de dicho puente, ni de su potencial como conducto para las migraciones humanas, Dixon demuestra que éste no pudo haber sido el único medio para poblar el continente americano. Presenta pruebas impresionantes y muy convincentes que sugieren que los primeros, o al menos algunos de los primitivos habitantes del Nuevo Mundo, realmente llegaron en embarcaciones diseñadas para atravesar los océanos.
El estudio geológico y paleoecológico de la región de Beringia sugiere que no fue sino hasta los alrededores del 9.500 a. C. que el Puente de Tierra de Bering se hizo transitable para los humanos. Y el punto clave está en que no existen pruebas documentadas de la existencia de asentamientos en ningún lugar del pasadizo beringio antes del 9.000 a.C.
Sin embargo, hay amplia evidencia de ocupaciones previas a lo largo de las costas occidentales tanto de Norteamérica como de Sudamérica, cuyas fechas son anteriores a ésta (9000 a. C.) en al menos dos o tres mil años y en algunos casos muchos miles de años más. Puesto que, al parecer, no había forma de cruzar por tierra en épocas tan tempranas, Dixon señala que estos asentamientos deben de haber sido fundados por pueblos marineros.
El hecho de que las costas del Pacífico Asiático se hallaban salpicadas de numerosas poblaciones culturalmente aptas para la navegación profunda, está bien documentado. Dixon sugiere que poco antes del 12.000 a.C. el nivel del mar subió alocadamente debido a un abrupto calentamiento del clima, lo que hizo que el mar se tragara las comunidades costeras de toda la región (algo así como un Waterworld del Pleistoceno). Esto podría haber provocado migraciones en todas direcciones, incluidas las rutas del este, siguiendo las principales corrientes y aprovechando la calma temporal de los alisios hasta toparse con todo un nuevo continente. Para cuando el Puente de Tierra de Bering se hizo transitable, los descendientes de estos primeros viajeros ya se habían asentado en gran parte del la línea costera occidental de América del Norte y del Sur, e incluso se habían trasladado al interior en algunas áreas.
Desde hace ya un tiempo que investigadores de diferentes nacionalidades han mostrado su interés por la cuestión de los viajes transoceánicos hacia el antiguo Nuevo Mundo, pero han encontrado poco apoyo entre los miembros de la comunidad científica tradicional. En una época, el propio Dixon recibió duras críticas de varios de sus colegas por sugerir el hecho de que se hubieran producido migraciones transoceánicas; incluso se le aconsejó abandonar el tema con el fin de no perder su credibilidad profesional. Pero los hallazgos cuidadosamente presentados por él y un creciente número de expertos en la materia, dejan en claro la posibilidad de una primer oleada migratoria en América surgida de las habilidades humanas (muchas veces subestimadas) en una época donde los más valientes ya eran capaces de navegar largas distancias a través de los océanos.

Cuando el mundo era más joven

En esta oportunidad, mis queridos amigos, les voy a regalar un bellísimo pasaje de “Las inquietudes de Shanti Andia” (1911), primera entrega de lo que después se conoció como “El Mar”, obra por cuya existencia debemos agradecerle al nostálgico y grandioso Pío Baroja.
Afortunadamente no tendrán que soportar molestos aportes de mi parte, mas que las palabras que han leído ustedes hasta aquí y una palmadita imaginaria en sus espaldas, símbolo de la convicción que me arrastra a pensar en lo mucho que lo van a disfrutar. Así, pues, los dejo con el tío Pío.

Realmente el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantasía y nuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus infinitos cambios, su soledad inmensa nos arrastra a la contemplación.
Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identificarla con la naturaleza.

Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle una razón, y no se la hallamos. Es un monstruo, una esfinge incomprensible; muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representación de la constante inquietud. Muchas veces sospechamos si habrá en él escondido algo como una lección; en momentos se figura uno haber descifrado su misterio; en otros, se nos escapa su enseñanza y se pierde en el reflejo de las olas y en el silbido del viento.
Todos, sin saber por qué, suponemos al mar mujer, todos le dotamos de una personalidad instintiva y cambiante, enigmática y pérfida. En la naturaleza, en los árboles y en las plantas, hay una vaga sombra de justicia y de bondad; en el mar, no: el mar nos sonríe, nos acaricia, nos amenaza, nos aplasta caprichosamente.

Si a uno le coge mozo como a mí, le moldea de una manera definitiva, le hace marino para siempre; al que de niño se entrega a su poder con el alma cándida, con la inteligencia virgen, le convierte en su esclavo.

Para el pescador, para el hombre ignorante y sencillo que no puede apoyar sus ideas en las bases de la ciencia, el mar es un tirano, le engaña, le adula, le seduce, le ahoga. Para el pobre marinero, el mar es el súmum del interés, del encanto, de la variedad. Esos trabajadores míseros cuya vida es una continua lucha y un esfuerzo titánico y desproporcionado, son muchas veces felices, y el mar, su enemigo el mar, el monstruo incomprensible, llena su existencia y hace su felicidad.
Para nosotros los marinos de altura, el mar es principalmente una ruta, es casi exclusivamente un camino. ¡Pero qué camino!

Yo no olvidaré nunca la primera vez que atravesé el océano. Todavía el barco de vela dominaba el mundo. ¡Qué época aquélla! Yo no digo que el mar entonces fuera mejor; no; pero sí más poético, más misterioso, más desconocido.

Hoy, el mar se industrializa por momentos; el marino, en su barco de hierro, sabe cuánto anda, cuándo va a parar; tiene los días, las horas contadas...; entonces, no; se iba llevando la casualidad, la buena suerte, el viento favorable.

En aquel tiempo, todavía el mundo estaba mal conocido, todavía había derroteros tradicionales y una inmensidad del océano en blanco jamás visitado por el hombre. Como el caminante en el desierto sigue las huellas de otro, el marino en alta mar sigue la derrota de los antiguos nautas. Así, los que se dirigían al cabo de Buena Esperanza, al llegar a las islas de Cabo Verde marchaban al Brasil, obedientes a la rutina y al viento, y atravesaban el Atlántico de nuevo.

Entonces, en la mayoría de los buques, se deducía la situación más por conjeturas que por cálculos; los instrumentos de navegación empleados por la generalidad de los marinos tenían errores de grados enteros. Claro que en Londres y en Liverpool había ya admirables sextantes y círculos de reflexión; pero muchos capitanes no sabían usarlos y navegaban a la antigua.

La variedad de formas y de aparejos era extraordinaria. Todavía se veían en los puertos, alternando con los bergantines y las fragatas vulgares, las carabelas turcas, las saicas grecorromanas, las polacras venecianas, las urcas de Holanda, los síndalos tunecinos y los galeotes toscanos.

Todavía en el mundo había piratas, todavía había negreros, males todos, ¿quién lo duda?, peligros que obligaban al marino a tomar ante los hechos una actitud gallarda. Todos estos riesgos exaltaban la imaginación, aumentaban el valor, daban el pensamiento de luchar contra el mal y de vencerlo.

A la gran barbarie del mar correspondía la barbarie de su servidor el marino; a la brutalidad del elemento salobre, la brutalidad humana. En aquella época, un marino volvía a su rincón con un anillo en la oreja, una pulsera en la muñeca y una cacatúa o una mona en el hombro.
Un marino, entonces, era algo extra social, casi extrahumano; un marino era un ser para quien la moral ofrecía otros aspectos que para los demás mortales.

“Te preguntarán cuánto has hecho -decían los padres a sus hijos, que se lanzaban a la aventura-, no cómo lo has hecho”.

Y los hijos se hundían en los abismos de la vida intensa, sin preocupaciones ni escrúpulos. La madre casualidad los llevaba por sus ignorados derroteros; el destino, en su misterioso molde, vaciaba esta humanidad y sacaba intrépidos mareantes o feroces negreros, exploradores audaces, o vendedores de chinos.

Para aquellos hombres, la moral era una cuestión de paralelo. El mar era el más grande escenario de los crímenes y violencias de los hombres.

Hoy, el mar ha cambiado, y ha cambiado el barco, y ha cambiado también el marino. De aquellas airosas arboladuras que tanto nos entusiasmaban, no quedan más que esos palos cortos para sostener los vástagos de las poleas; de aquellas maniobras complicadas, nada se conserva.
Antes, el barco de vela era una creación divina, como una religión o como un poema; hoy, el barco de vapor es algo continuamente cambiante como la ciencia..., una maquinaria en eterna transformación.

Antes, el capitán era un personaje sabio, un tirano de un poder inaudito, un hombre que tenía que bastarse a sí mismo; hoy es un especialista injerto en un burócrata.

Hoy, es la máquina la impulsadora del barco, algo exacto, matemático, medido; antes, era el viento, algo caprichoso, impalpable, fuera de nosotros. “Llevamos el Ángel de la Guarda en la lona de nuestras velas”, me decía don Ciríaco, un viejo capitán de fragata muy inteligente y muy romántico; “llevamos la fuerza en nuestra carbonera”, puede decir el capitán de hoy.

El carbón, ese dios modesto, pero útil, ha reemplazado las alas del poético Ángel de la Guarda que llevábamos en nuestras velas, y ha cambiado las condiciones del mar.

Antes, el mar era nuestra divinidad, era la reina endiosada y caprichosa, altiva y cruel; hoy es la mujer a quien hemos hecho nuestra esclava.*

Nosotros, marinos viejos, marinos galantes, la celebrábamos de reina y no la admiramos de esclava.

Seguramente, no; el mar entonces no era tan bueno como hoy, ni tan pacífico; pero sí más hermoso, más pintoresco, un poco más joven. La belleza del mundo y del mar dependía en gran parte de su rutina y de su inmovilidad.

El mapa espiritual del universo de aquella época era como un plano de diferentes colores, en donde se apreciaban no sólo las entonaciones fuertes, sino los más ligeros matices.

Hoy, estos matices se pierden; el mundo lleva el camino de confundir y borrar sus colores. Hoy, un japonés es un señor civilizado vestido a la europea; un polinesio va como turista a la Meca, en un magnífico paquebote de quince mil toneladas. La musa del progreso es la rapidez; lo que no es rápido está condenado a morir.

Todo ello es mejor, ¿quién lo duda? Indica más civilización; pero para el que todavía conserva en la retina el recuerdo del mar antiguo, para éste, la confusión moderna es un espectáculo lamentable.

¡Oh gallardas arboladuras, velas blancas, fragatas airosas con su proa levantada y su mascarón en el tajamar! ¡Redondas urcas, veleros bergantines! ¡Qué pena me da el pensar que vais a desaparecer! ¡Amable sirena, que te levantabas sobre las olas azules para mirarnos con tus ojos verdes, ya no te verán más!

¡Oh días de calma! ¡Oh momentos de indolencia!

¡Cuántas horas no habré pasado en la hamaca contemplando el mar, claro o tempestuoso, verde o azul, rojo en el crepúsculo, plateado a la luz de la luna y lleno de misterio bajo el cielo cuajado de estrellas!

Su generación ha sido la bisagra de lo que fue y es. Eran tipos viviendo en dos dimensiones, en dos mundos a la vez. Lo mismo nos sucede hoy a nosotros, a quienes el carbón nos parece prehistórico mientras lo nuclear, lo digital y lo nano-tecnológico nos desborda y confunde a la par que nos cautiva con sus múltiples promesas.
Somos los espejos de Baroja. Sus hijos más lejanos. La única diferencia es que él escribía bien.
*Si no me equivoco, el capitán Barbosa (Jeffrey Rush) dice estas mismas palabras en la tercera entrega de “Piratas del Caribe”.

Migraciones polinesias I - ¡A Pae i Kula!

“¡Tierra a la vista!”, gritó Iako enloquecido de alegría, “¡Pe`a, amor mío, lo conseguimos! ¡Mira hacia el norte, justo debajo de la brillante Hokule´a! Las estrellas nunca mienten. ¡Al fin la hemos encontrado! Ven a ver tu también, pequeño Hale; allí está la tierra de la que tanto te habló tu padre.”

Corrían los últimos años del siglo XVI. Hacía ya más de cien que Colón redescubría América y, así y todo, el gran océano detrás del nuevo mundo (territorio que ahora sabemos cubre un tercio de la superficie del planeta) aún permanecía inexplorado. Pero no por mucho tiempo. Los católicos barbudos ya se estaban acercando. La fuerza de los vientos arrastraba sus naves directo al paraíso, y no había nada que pudiera detenerlos.
Estos marinos de otro mundo, quienes solo recientemente habían desarrollado las habilidades y la tecnología para navegar distancias largas, se toparon con una realidad que aún ahora nos resulta un verdadero enigma: gente viviendo en todas las islas, sin barcos, brújulas o ninguno de los instrumentos que resultaban esenciales para la navegación occidental. Sencillamente no podían creer que esta civilización se hubiera dispersado a través de todo el pacífico utilizando esas frágiles canoas y las estrellas o las corrientes como guía.
Según Pedro Fernandez de Quiros, oficialmente el primer europeo que tubo contacto con los polinesios, el hecho de que éstos vivieran en el medio del océano más grande del planeta sin medios para navegar distancias muy largas, otorgaba una prueba más de la existencia de la mítica “Terra Australis” al sur del pacífico, teoría largamente difundida en los salones y burdeles del viejo continente.
Semejante mentalidad etnocéntrica era muy común durante la primera generación de marinos exploradores, todos ellos en la constante búsqueda de nuevas rutas a las indias, o nuevas tierras para poder explotar. Poco les interesaba conocer a fondo las culturas que conocían a su paso; mucho menos se les ocurriría otorgarles algún mérito en materia de navegación.
Sin embargo, todo esto comenzó a cambiar con la llegada al escenario del capitán James Cook. Sus tres largas incursiones al pacífico norte y sur, marcaron el comienzo de la segunda ola en las aún jóvenes aguas de la exploración occidental. Según el historiador Ferdinand Braudel, durante esta época las naciones marítimas comenzaron a enviar expediciones con el fin de “obtener nueva información acerca de la geografía, el mundo natural y los usos de la gente”; además de las eternas cuestiones geopolíticas y comerciales, claro.
Cook fue el primer europeo en tomarse en serio la cuestión de cómo estas tribus, que hablaban dialectos parecidos y compartían muchas de sus costumbres, habían podido explayarse a todo lo largo y ancho del gran pacífico. De hecho fue el primero que los consideró una “nación”, consciente como era de su identidad compartida. Durante sus largos viajes aprendió algo de tahitiano y se hizo amigo de Tupa`ia, un isleño con el que navegó durante un tiempo por las islas cercanas a Tahiti. Tupa`ia, nos cuenta Cook, podía orientarse observando el firmamento, y sabía apuntar directo a las Marquesas, Samoa o Fiji en el momento que se lo pidieran. Impresionado por estas y otras muchas habilidades que demostraron tener los nativos polinesios, el joven y visionario capitán inglés, formuló una teoría impensable hasta la fecha, la cual ha permanecido desde entonces prácticamente invariable: “En sus pahi (canoas en tahitiano) como así las suelen llamar esta gente, navegaron por el gran océano de isla en isla (desde las islas del índico) durante muchos cientos de leguas, el sol sirviéndoles de compás durante el día, la luna y estrellas durante la noche. Cuando esto se haya probado, no estaremos más perdidos en cuanto a saber cómo fue que estas islas se poblaron.”
El único problema aparente consistía en resolver la cuestión de los vientos “constantes” del pacífico cuya dirección (nor-oeste y sur-oeste) es contraria a la migración postulada. Teniendo en cuenta que dichas embarcaciones no podían navegar orzando, la teoría de James estaba en aprietos. Sin embargo: “Tupa`ia nos cuenta que durante los meses de noviembre, diciembre y enero prevalecen los vientos del oeste, y como los isleños saben aprovechar muy bien estos vientos no tendrían problemas en navegar por las islas (y luego volver a casa) aunque su recorrido inicial fuera de este a oeste.”
O sea que, en resumen, este pueblo emancipado de las indias del este, atracaron gradualmente en todas las costas del pacífico insular, utilizando sus canoas tradicionales, la navegación sin instrumentos y los tres meses de vientos favorables que soplan cálidos y lluviosos desde el Índico oriental.
Se podría decir que desde entonces, solo dos grandes teorías sobre las migraciones Polinesias se han enfrentado a esta la más difundida y aceptada por el público y el círculo académico mundial, cada una de las cuales ostenta dos postulantes teóricos, uno del siglo XIX y el otro del XX.
La primera teoría habla de una migración inicial a las islas del Pacífico proveniente de América del sur, la cual basa su postura en la preponderancia de los vientos alisios y la relación aparente que hay entre los polinesios y una antigua civilización pre-incaica. El primero en proponer esta idea fue Martinez de Zuniga en 1803, pero su defensor más conocido es el ya legendario Thor Heyerdhal, el zoólogo noruego que en 1947 cruzó él mismo el océano con una réplica de las balsas utilizadas por los indios del Perú.
La segunda teoría, en cambio, está de acuerdo con la dirección propuesta por Cook (oeste-este), pero sostiene que dicha migración fue accidental, forzada debido a sucesivas derivas causadas por las tormentas que, durante varios cientos de años, fueron arrastrando fortuitamente a los sorprendidos navegantes que no pudieron corregir su rumbo original. Contemporáneo a Zuniga, un tal Lang propuso esta teoría la cual, rechazada en su momento, fue revivida con mucha polémica por el historiador neozelandés Andrew Sharp, quien apareció en escena con su libro “Antiguos Navegantes del Pacífico”, una década después de las aventuras de Thor.
A diferencia de la migración desde América, la migración “accidental” resultó bienvenida por los académicos debido no sólo a que no contradecía la teoría original, sino que además le otorgaba un poco más de credibilidad ya que - como los antiguos europeos de hacía quinientos años atrás - la vieja escuela aún renegaba de la capacidad de los prehistóricos polinesios en cuanto a sus técnicas y medios para la navegación en ultramar. Además, con este nuevo “detalle” incorporado, los arqueólogos no tendrían que preocuparse más por rastrear las idas y venidas de los isleños a lo largo de los años, sino solo concentrarse en cada isla o asentamiento como proveniente de un solo foco anterior y desarrollado aisladamente del resto…Hablando de pereza antropológica.
No todo el mundo, sin embargo, abrazó estas ideas. Un grupo de jóvenes entusiastas se sentía realmente indignado por el gratuito menosprecio que la opinión general a lo largo de la historia había tenido por este pueblo, esta “nación” de férreos navegantes. Dicho grupo no podía ser otro que los mismos polinesios, descendientes directos de aquellas nobles criaturas del mar que habían sido capaces de colonizar sistemáticamente innumerable cantidad de islas a lo largo y ancho del Pacífico.
El profundo respeto por sus ancestros y la sed de reivindicación sentaron las bases para la fundación de la “Sociedad de Navegantes Polinesios” con la cual se pudo recaudar fondos para construir una canoa tradicional y demostrar “in situ” que, una vez más, las culturas de la prehistoria están llenas de sorpresas.
Continuará…