11/6/09

ENTRE LOS DEDOS DE JUNCO

Tributo al Delta del Paraná (parte I)

Hace pocos días me di el gusto de tirarme al río por primera vez en esta temporada. ¿Qué río? El Espera. Pero no es tan importante el nombre del mismo, sino el hecho de que pertenezca a un delta, pues sucede que allí los nombres no designan otra cosa que segmentos de una única “pacha guazú” que lo mismo se parece a la descripción del universo según los budistas como al entramado de ramas y ramitas que conforman, por ejemplo, al centenario Dracaena Draco. Hace tres años que vivo en Tigre y cada día estoy un poco más enamorado de esta milenaria manada de islotes dormitando en su tejido de agua dulce, ese lugar místico al que hemos dado en llamar nuestro Delta del Paraná.
Imaginen un lugar donde el ancho de un arroyo equivale a 50 km de ruta por el campo. Uno parte de la Estación Fluvial ubicada en el límite de la urbe porteña, hace 10 minutos en lancha colectiva y ya se encuentra en otro mundo. ¡Y que mundo, señores! El Delta es el Matto Grosso, la quinta de tu cuñado en Pilar y una granja con 27 patos, 8 cerdos y 3 carpinchos, todo al mismo tiempo. Salvaje, misterioso, amigable y vasto como la esperanza misma. Si Venecia tuviera psiquis propia, ¡nuestro Delta sería el mapa de su subconsciente! Metáforas jugadas aparte, aquí tienen a un servidor que les susurra al oído con la pasión de un grito: “Acérquense al Delta. Conozcan al Delta. Amen al Delta”.
Bienvenidos a la primera parte de este sentido homenaje a un lugar que existe por decantación, un lugar que explota de vida, un lugar mágico y audaz que lo ha conseguido todo sin que nadie se lo pida.

Génesis
Junco es el nombre de un timbú que, como muchos otros jóvenes no tan indígenas, se lleva bastante mal con su padre, el jefe de la tribu. Al padre le gusta guerrear y dar órdenes. El hijo, en cambio, ama la paz y pide siempre lo que necesita diciendo “por favor”. Así las cosas, no resulta para nada extraño que, un buen día, Junco decida irse a vagar por ahí. Una tarde, sentado a la orilla del río, aburrido, observa que el agua se escurre entre sus dedos, pero el barro queda. De este modo, cuenta la leyenda, es como nace nuestro Delta del Paraná.
Las islas del Delta del Paraná deben su existencia a la gran cantidad de sedimento
que acarrea el agua del Paraná. Este sedimento, que es aportado mayormente por el río Bermejo, afluente del Paraguay, es depositado en el estuario conjunto del Paraná y el Uruguay: el Río de la Plata. Los bancos de sedimento son colonizados por juncos, ceibos, pajonales y otras especies que contribuyen con sus raíces a consolidar las islas que posteriormente son colonizadas por otras especies. El Delta del Paraná de este modo va avanzando, por colmatación, sobre el estuario del Río de la Plata; las islas que se forman son características: sus costas o riveras son más elevadas (por albardones naturales) que sus centros, en los centros isleños suelen existir pantanos y pequeñas lagunas.

Retratos
En su apología fotográfico-poética llamada El Tigre, su casco y su delta, Fernando Mendióroz describe el delta como “un misterio de agua dulce, un refugio donde los bonaerenses pueden reencontrarse con la naturaleza.” Y el escritor David Dusster agrega a lo anterior que “Fue por eso que crecieron, a principios del siglo XX, la ciudad de Tigre y sus islas de aluvión, pobladas con segundas residencias, con hogares de estío para fiestas y encuentros sociales y clubs deportivos. Pero ya entonces -como ahora- el río Luján, que separa el Tigre continental de los islotes del delta, marcaba una frontera. Del cosmopolitismo de Tigre se pasa a la soledad, a la vastedad de los cielos abiertos, al laberinto de senderos de cañizales y, en definitiva, al sosiego de las aguas.Cuando se penetra en el caño Sarmiento, minutos después de haber dejado atrás el embarcadero de Tigre, el viaje por el delta del Paraná, uno de los pocos dédalos acuáticos del mundo que desembocan en un río en lugar de hacerlo en el mar, ya se ha convertido en un recorrido por la nostalgia de Argentina. Atrás quedan las mansiones de la oligarquía que aspiró a ser potencia mundial entre las guerras mundiales, las casas alsacianas y los palacetes franceses, las sedes de los clubs de remo con jardines de hojas caídas, y se entra en un mundo de parsimonia fluvial. La quebradiza costa limosa se fija con las costosas estacadas o con los esbeltos árboles casuarina, una especie pinácea del hemisferio sur, de raíces enredaderas que tejen barreras al agua.
Las entradas de las casas son los muelles y los sauces llorones, cuyas ramas caen a plomo como atraídas por la gravedad del río, los pórticos naturales. Las barcazas dominan el paisaje en las orillas, los caños están identificados con carteles en las confluencias, y conforme uno se interna más en el delta, va difuminándose la presencia humana.”

Otro mundo, otra escuela
La educación pública viene atravesando de sus recurrentes crisis. Docentes de todos lados reclaman aumentos para sus sueldos misérrimos y los problemas de infraestructura son cada vez más agudos y, en algunos casos, potencialmente peligrosos. El presupuesto educativo está en uno de sus niveles históricos más bajos. La educación en general no es una prioridad…
En este contexto general hay casos particulares que merecen conocerse, como el de la autora anónima (al menos para nosotros) del texto que sigue. Se trata de una docente en un colegio secundario situado en una alejada isla del Delta, donde la belleza del paisaje y la calidad humana de alumnos y profesores se conjugan con la miseria, el atraso y el esfuerzo diario que unos y otros realizan diariamente para aprender y enseñar.

Se me vuelve camalote el corazón
Ejercer la docencia en las islas del Delta es realmente maravilloso. Docentes y alumnos compartimos diversos lugares y momentos: el viaje en lancha, la hora del desayuno, el almuerzo, las fiestas que aún se celebran en los colegios. La escuela sigue siendo un sitio en donde los miembros de la comunidad, no sólo padres y alumnos, se reúnen y participan activamente. A los pocos colegios secundarios que hay en las islas concurren adolescentes que son completamente distintos a los que nosotros denominamos”planta urbana”. Muy pocos de ellos tienen computadora en sus casas -sí las hay en los colegios-; tampoco tienen PlayStation; no están contaminados con la desmesurada cantidad de aparatos, como sucede con los jóvenes de la ciudad; no conocen su alienación, ni su vértigo, ni las grandes aglomeraciones de gente. Jamás son violentos. Conviven con la naturaleza; los únicos ruidos que conocen son los de los diferentes animales, los de la intempestiva sudestada, o el andar de alguna embarcación lejana. Será a causa de este silencio y de tanta soledad que los chicos de la isla son una fuente inagotable de misteriosas leyendas…No faltan a la clase, a pesar del frío riguroso en el invierno, de las marejadas, de las lluvias intensas; sus padres les han inculcado que los maestros y el colegio son esenciales para su vida. Tanto unos como otros nos respetan y nos valorizan, como sucedía en tiempos idos ya. Llamamos a los chicos por su nombre de pila, no son un mero apellido; los cursos, por lo general, no superan los veinte alumnos, lo que hace que podamos realizar una educación personalizada, impensable en cualquier gran metrópoli.

Soy profesora de lengua y literatura, y en los albores de la primavera es hermoso leer poemas u otros textos literarios en el jardín o en el salón de clase, con toda la naturaleza en derredor. ¡Es increíblemente bello! Es por todo esto que quienes trabajamos hace varios años en la isla no dejaremos de hacerlo jamás. Siempre decimos que enseñar en el Delta es adentrarse en otro universo; es una experiencia que nunca podría comprender aquel educador que solamente trabajó en la ciudad o en pueblos, por más pequeños que éstos fueran.
Por supuesto, hay muchas dificultades: por ejemplo, los sueldos son magros, no faltan cosas esenciales para trabajar bien como ser ¡estufas en las aulas! Y por supuesto, estamos siempre supeditados al clima; cuando hay niebla las lanchas que salen de la estación fluvial de Tigre no pueden hacerlo y hay que esperar a que la niebla se desvanezca o, lo que es peor aún, navegamos unos minutos y nos quedamos literalmente”varados” en pleno recorrido. Por si esto fuera poco, la mayoría de los padres de los alumnos laboran y cuidan las tierras de los adinerados del lugar, cuatro o cinco apellidos ilustres que parecen verdaderos señores feudales, como ocurre en nuestras provincias. Lamentablemente, existe un sinnúmero de adultos, adolescentes y niños que son explotados por sus patrones, en una suerte de relación de vasallaje, propia del medioevo.A pesar de estos y otros problemas existentes en la isla, jamás sentí mi vocación tan afianzada. En numerosas ocasiones, siento una alegría indescriptible al trabajar con los chicos isleños, al comprobar en sus miradas, esa avidez de conocimientos y un cariño legítimo por mi persona, que hacen que enseñar en el Delta sea lo mejor que me pudo suceder en mi carrera docente y uno de los hechos más hermosos de mi vida.


Arcilla y clorofila
Las principales amenazas ecológicas que enfrenta esta región son la contaminación
de las aguas, el endicamiento y rellenado de áreas inundables, la deforestación e introducción de especies exóticas (como el ligustro), la sobrepesca y la caza de animales silvestres.
La contaminación por agroquímicos
, aguas cloacales y desechos industriales que se vierten en aguas del Paraná y sus afluentes amenaza la vida silvestre y la provisión de agua potable de las concentraciones urbanas que se encuentran a sus orillas en el corredor urbano Rosario - Buenos Aires - La Plata, donde vive un tercio de la población de la Argentina. Sólo el gran caudal del río y su capacidad de autodepuración han evitado hasta el momento un desastre ecológico mayor. No obstante, los efectos de la actividad humana no dejan de hacerse sentir, sobre todo en las áreas donde es más intensa. Allí es frecuente observar disminución de la calidad del agua, mortandad de peces, erosión del suelo y acumulación de desperdicios.
En 1992
se creó el Parque Nacional Pre-Delta, a 5 km de la ciudad de Diamante, de unas 2.458 ha., y en el año 2000 la segunda y tercera sección de Islas de San Fernando en el Delta Bonaerense fue declaradaReserva de Biósfera Delta del Paraná por la UNIESCO dentro del plan Mab. Tiene una superficie de 10.500 hectáreas y constituye una inmejorable oportunidad de desarrollar los objetivos de conservación ambiental, desarrollo humano y apoyo logístico a la investigación y estudio del ecosistema y potencia las posibilidades de inversión nacional e internacional con proyectos de crecimiento sustentable y la agrupación de la región como referente de cultivos orgánicos y variados modos de producción agroforestal con certificación de calidad ecológica.

Fuentes principales:
Texto de David Dusster
Revista virtual “Contracultural”
Wikipedia

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