22/2/09

Carta de un dios a sus reyes

“Señor, porque sé que hallaréis placer de la gran victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, a vos escribo ésta, por la cual sabréis como en 33 días pasé de las islas de Canaria a las Indias con la armada que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde yo hallé muy muchas islas pobladas con gente sin número; y de ellas todas he tomado posesión para Sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho.”

Así comienza la primera carta de Colón a los reyes de España tras su histórico descubrimiento del nuevo mundo. Las “Indias”, como él las llama; el “Caribe” para nosotros, su prole en la modernidad.

“A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador (isla Watling) a comemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los Indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción (Cayo Rum); a la tercera Fernandina (Isla Long); a la cuarta la Isabela (Isla Crooked); a la quinta la isla Juana (Cuba), y así a cada una, nombre nuevo.”

Y luego de algunas idas y venidas tanteando las costas de todas estas islas, dice...

“...y así seguí la costa de ella (Cuba) al oriente ciento y siete leguas hasta donde hacía fin. Del cual cabo vi otra isla al oriente, distante de esta diez y ocho leguas, a la cual luego puse nombre la Española y fui allí...todas las otras son fertilísimas en demasiado grado, y ésta en extremo. En ella hay muchos puertos en la costa de la mar, sin comparación de otros que yo sepa en cristianos, y hartos ríos y buenos y grandes, que es maravilla. Las tierras de ella son altas, y en ella muy muchas sierras y montañas altísimas, sin comparación de la isla de Tenerife; todas hermosísimas, de mil fechuras, y todas andables, y llenas de árboles de mil maneras y altas, y parece que llegan al cielo...y cantaba el ruiseñor y otros pajaricos de mil maneras en el mes de noviembre por allí donde yo andaba.”

Cristóbal estaba extasiado. No podía creer lo que veía. Si miramos la historia de su vida como una gradual progresión hacia la decadencia (no olvidemos que el descubridor de América murió solo, pobre y enfermo), sus primeras peripecias por entre tan fascinantes archipiélagos marcan sin duda la cúspide de su existencia. Todo en esos lares era maravilloso. Y así continúa...

“La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen...mas son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio, luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le dé, por ello se van contentos.”

La imagen del indio como una criatura hermosa, asustadiza y bienintencionada, nos resulta ya harto conocida, si hablamos, claro, de los primeros contactos con españoles y obviamos excepciones como los mismísimos “Caribe”, tribu de rebeldes y belicosos guerreros. Estos pobres diablos se creían que los “barbudos sudorosos” no eran otra cosa que dioses bonachones venidos desde cielo. Sin embargo, no debemos confundir superstición -hermana menor de la religiosidad- con ingenuidad y torpeza. La llegada de las “deidades barbadas” ya había sido anunciada en sus profecías, surgidas probablemente del contacto que siglos antes habrían tenido con europeos de otras latitudes. Vikingos, por ejemplo.

“Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes...salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos...venid, venid a ver la gente del cielo; así, todos, hombres como mujeres, después de haber el corazón seguro de nos, venían que no quedaban grande ni pequeño, y todos traían algo de comer y de beber, que daban con un amor maravilloso.”

Ahora bien, lo que sí resulta un tanto más...enternecedor, teniendo en cuenta la crueldad histórica hacia los indios, es el cariño y respeto que Don Cristóbal parece profesarles, al menos al principio...

“Yo defendí que no se les diesen cosas tan civiles como pedazos de escudillas rotas, y pedazos de vidrio roto, y cabos de agujetas aunque, cuando ellos esto podían llegar, les parecía haber la mejor joya del mundo...y daban lo que tenían como bestias; así que me pareció mal, y yo los defendí, y daba yo graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia, que nos son necesarias”.

Bueno, en fin; cariño, respeto y un poco de “inversión a futuro”, debo admitir. Pero hay recordar que ante todo – y después de ser un excelente marinero – Colón era comerciante, y los jefes que tenía no eran gente de la bohemia precisamente. Sus Altezas relamíanse con la sola lectura de estas crónicas prometedoras.

“...en esta Española, en el lugar más convenible y mejor comarca para las minas del oro y de todo trato así de la tierra firme de aquí como de aquella de allá del Gran Can (refiriéndose al terrible Genghis Kan, creyendo estar en la periferia de sus dominios), adonde habrá gran trato y ganancia, he tomado posesión de una villa grande, a la cual puse nombre la villa de Navidad...y grande amistad con el rey de aquella tierra, en tanto grado, que se preciaba de llamar y tener por hermano...pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro cuanto hubieren menester, con muy poquita ayuda que Sus Altezas me darán; ahora, especiería y algodón cuanto Sus Altezas mandarán...y esclavos cuantos mandarán cargar, y serán de los idólatras; y creo haber hallado ruibarbo y canela, y otras mil cosas de sustancia hallaré...”

Como dije antes, Don Cristóbal era en gran navegante, tal vez uno de los más versados en el arte de sortear las aguas que la humanidad entera haya conocido. Y como tal, supo apreciar las habilidades de sus nuevos amigos...

“Ellos tienen en todas las islas muy muchas canoas, a manera de fustas de remo, de ellas mayores, de ellas menores...No son tan anchas, porque son de un solo madero; mas una fusta no terná con ellas al remo, porque van que no es cosa de creer. Y con éstas navegan todas aquellas islas que son innumerables, y tratan sus mercaderías. Alguna de estas canoas he visto con 70 y 80 hombres en ella, y cada uno con su remo.”

En aquellos tiempos, se hablaba de la existencia de razas monstruosas, como las guerreras amazonas, antropófagos, pigmeos, hombres cíclopes, descabezados, cinocéfalos (con cabeza de perro), hipópodos (con pezuña de caballo), hombres con labios enormes que les servían de sombrilla. Con estos relatos, era muy común que los pioneros intentaran “comparar” lo que veían con lo que habían leído o les habían contado. Sin embargo, nuestro carismático cronista – un tanto desilusionado, podríamos decir – nos cuenta al respecto lo siguiente...

“En estas islas hasta aquí no he hallado hombres mostrudos, como muchos pensaban, mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento, ni son negros como en Guinea, salvo con sus cabellos correndíos...así que mostruos no he hallado, ni noticia, salvo de una isla Quaris, la segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una gente (los Caribe, seguramente) que tienen en todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne humana. Estos tienen muchas canoas, con las cuales corren todas las islas de India, y roban y toman cuanto pueden; ellos no son más disformes que los otros, salvo que tienen costumbre de traer los cabellos largos como mujeres...Son feroces entre estos otros pueblos que son en demasiado grado cobardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros.”

Así pues, llegamos al final de la carta. Don Cristóbal nos ha presentado a las “Indias” como el mayor de los descubrimientos para el imperio español, descrito a su gente como sumisa y de fácil trato, ponderado la exuberancia y riqueza espiritual del paisaje y sus maravillas y por último – y sobre todo lo demás – enumerado la cantidad de posibilidades económicas que la empresa de la conquista brindará a sus protagonistas. No olvidemos que Colón está aquí rindiendo cuentas de la inversión hecha por los reyes; esta carta es un balance y una proyección a futuro, fuente primera del entusiasmo con que la elite de un imperio en decadencia, vio renovadas sus escasas fuerzas y posteriormente, sus enormes arcas. Así concluye el conquistador...

“Esto es harto y eterno Dios Nuestro Señor, el cual da a todos aquellos que andan su camino victoria de cosas que parecen imposibles; y ésta señaladamente fue la una; porque, aunque de estas tierras hayan hablado o escrito, todo va por conjetura sin allegar de vista...Así que, pues Nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros ilustrísimos rey e reina y a sus reinos famosos de tan alta cosa, adonde toda la cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas, y dar gracias solemnes a la Santa Trinidad con muchas oraciones solemnes por el tanto ensalzamiento que habrán, en tornándose tantos pueblos a nuestra santa fe, y después por los bienes temporales; que no solamente la España, mas todos los cristianos ternán aquí refrigerio y ganancia.
Fecha en la carabela, sobre las islas de Canaria, a 15 de febrero, año 1493. Hará lo que mandaréis.”

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