22/2/09

Tras los pasos de Sindbad

“La ignorancia siempre ha sido campo fértil para las supersticiones, mitos y leyendas, aunque también lo han sido el aburrimiento y la imaginación de los hombres a lo largo de la historia. El origen de las creencias mágicas y misteriosas no es preciso, es un hábito que la humanidad arrastra desde la primer manifestación de sociedad”. (Pablo Arias, escritor argentino)

El océano. Aquella basta acumulación del líquido elemento. Fuente de la vida y hogar de incontables criaturas reales e imaginadas por la mente humana. Cuantas historias circundan alrededor de sus aguas. Cuantas leyendas nos hablan de sus fantásticos misterios.

La Tierra Prometida
En 1976-77, con una tripulación de cuatro personas, Tim Severin navegó en un pequeño bote de 36 pies, de diseño europeo antiguo, hecho de madera y cuero, desde Irlanda hasta las costas de América del Norte. Su misión: brindar una nueva luz de veracidad histórica a la clásica leyenda de St. Brendan.
Centenarias crónicas nos cuentan la historia de un monje irlandés que en el siglo sexto después de Cristo, surcó las aguas del Atlántico Norte, junto a tres o cuatro clérigos de su misma orden, arribando a lo que según creyeron sería “La Tierra Prometida de lo Santos”. Aunque no existen evidencias tangibles acerca de la travesía original, Severin y su equipo, seguramente inspirado en la experiencia de Heyerdahl y los cinco noruegos de la “Kon Tiki”, demostraron que la fábula del Santo Brendan bien podría basarse en hechos concretos.

Sindbad
“Mi destino forma un extraño relato”
Años más tarde, refiriéndose ahora a las famosas travesías de aquel incansable aventurero árabe, conocido con el nombre de “Sindbad el marino”, Severin propone como hipótesis que sus siete viajes, relatados en “Las Mil y Una Noches” (o “Las Noches Arábicas”, como los pueblos del medio oriente prefieren llamarlas), están basados en verdaderos viajes hechos por verdaderos marineros.
Se sabe que los navegantes árabes ya por los últimos siglos del primer milenio, exploraban las lejanas rutas al este de sus tierras, y resulta interesante advertir los paralelismos entre las regiones descriptas por éstos últimos, y las narradas en los viajes de Sindbad. Cuanto más indagaba Severin en este misterioso hecho, más se persuadía de que no estaba tratando con un mero personaje de ficción infantil, sino de una figura compuesta, una amalgama de antiguos capitanes y mercaderes, que se internaron con valor en los confines del mundo conocido entre el siglo 8 y el 11 de nuestra era.
Y aquí una vez más, nos encontramos ante la ya conocida resolución impuesta por aquellos hombres en cuya sangre corre la pasión por la verdad y una sed insaciable de aventuras. Llevar la hipótesis a la práctica: reconstruir un barco, mucho más grande y complejo que el “St. Brendan”, e incluso que la primitiva pero eficiente balsa de los “orejones del Perú”, usando como modelo a los antaño utilizados por los bravos corsarios de los mares de oriente, y con él, navegar la ruta que fue el supremo logro de estos exitosos árabes del mar, la cual comprende 6.000 millas desde Omán hasta los puertos de la China. Con este proyecto, Tim esperaba dar un salto de mil años en el tiempo, y aprender más acerca de cómo esta gente construía sus flotas, las navegaba, y cómo fue que dieron origen a las historias de Sindbad.

El Espíritu del Sohar
La primera pregunta que Severin se formuló fue: ¿Cómo lucían los barcos de aquella remota época? Los constructores no utilizaban, ni utilizan actualmente, planos ni dibujos para construirlos, por lo que el inglés tubo mucha suerte en encontrar un antiguo manuscrito de la marina portuguesa, que data del 1521, en donde se describía con detalle una de estas legendarias naves.
Durante la elaboración de la misma no se utilizaron clavos en ninguna parte debido a que los supersticiosos marineros tenían la creencia de que existían zonas magnéticas en el fondo del océano capaz de desprenderlos de la madera durante su estancia en plena mar. En su lugar, fuertes cabos hechos de fibra de coco eran literalmente utilizados para coser los tablones de “aini”, madera similar a la teca, que utilizaban en la época para fabricar los cascos. Ésta, a su vez, fue importada como también lo hacían en aquellos tiempos, desde la lejana India, ya que sus tierras carecen de la misma. Los artesanos que confeccionaron las cuerdas, provenían de la Isla “Agatti”, situada al sudoeste de este último país, y eran los únicos en el mundo que todavía practicaban dicha técnica. Para ello utilizaban frutos de palmeras cultivadas con agua salada, cuya fibra es más resistente que la de aguas dulces, y trabajaban con herramientas también de madera. Las máquinas debilitaban el producto.
El mástil principal fue esculpido a partir de un único gran tronco de “aini”. Los agujeros por los que pasaban los cabos, eran rellenados con cal y sabia vegetal. Finalmente el interior del barco se embadurnó de aceite también vegetal a manera de preservador. Con éste método efectuado regularmente, la embarcación podría durar intacta más de 100 años.
Afortunadamente, Severin escogió como punto de partida al puerto de Muscat, en Omán, país que supo recibir su proyecto con un cordial y denotado entusiasmo. Hasta el Ministerio Nacional de Herencia y Cultura, con la aprobación del propio sultán, se dignó a subvencionar todo el operativo. Por otra parte, las costas de su territorio, le ofrecían un variado repertorio de diseños con los cuales podría recoger valiosos datos de construcción y contratar a los más hábiles obreros para la confección de las velas y el casco del “Sohar” (ciudad al norte de Muscat, en donde se presume, nació el propio Sindbad), nombre con el cual bautizó a esta maravilla flotante, felizmente renacida de las cenizas del tiempo.

Tras los pasos de Sindbad
“Abandonamos Bassra con el corazón confiado y alegre, deseándonos mutuamente todo género de bendiciones. Y nuestra navegación fue muy feliz, favorecida de continuo por un viento propicio y un mar clemente. Fuimos de isla en isla, y de tierra en tierra… alegrando la vista con el espectáculo de los países de los hombres”

El 23 de noviembre de 1980, luego de una alegre y exuberante fiesta de bautismo, el “Sohar” vio achicarse en el horizonte de popa, al hermoso y milenario puerto de Muscat. Una valiente tripulación compuesta de pálidos europeos (fotógrafos, científicos, buzos) y bronceados nativos de las tierras islámicas, curtidos por la vida y deseosos ellos también por participar en esta divertida experiencia histórica, deslizábanse en cubierta cual criaturas surgidas del pasado. Sus almas gritaban de emoción y expectativa, preguntándose íntimamente cual sería su destino deparado por la divina providencia de Alá.
Aprovechando los monzones que venían del noreste, el curso tomado fue el sudeste, con el cual surcarían el Mar Arábico bordeando las costas occidentales de la India. Existe una antigua regla de navegación en aguas profundas que habla de los primeros días de cada travesía como generalmente los peores y más difíciles de superar. Esto se debe a que es allí cuando uno tiene la oportunidad de apreciar los errores cometidos en la construcción de la nave: cabos que se cortan, nudos débilmente atados, velas mal cocidas, en fin, una serie de desperfectos que no son posibles de advertir sino cuando recién se está abordo y a toda máquina. Como era de esperarse, el Sohar no fue una excepción.
Ya en plena mar, Severin comenzó a experimentar con las tradicionales técnicas de posicionamiento que los primeros navegantes utilizaban para ubicarse en el océano. Recurrían éstos a las estrellas, más que al sol, para deducir el rumbo. Incluso su propia tripulación prefería los nombres de determinados cuerpos celestes para referirse a los cursos, antes que los dados por la ya tradicional brújula. El “Kamal”, instrumento principal de navegación de aquella época, sorprendía por su simplicidad. Se trata de un rectángulo de madera, de cuyo centro nace un hilo, el cual, manteniéndolo tirante con los dientes y “apoyando” una de las bases de dicho rectángulo en el horizonte (el hilo marca la perpendicular con respecto a este último), utiliza como punto de referencia a la estrella polar para calcular la latitud.
Los árabes eran incapaces de deducir la longitud, pero éste no les fue nunca necesario, ya que la ruta a China está constantemente vadeada por la costa al norte y sur de la misma, y ellos conocían sus características de memoria.
A mediados de Diciembre hicieron su primer parada en tierra. Se trataba de la pequeña isla de “Chetlat”, al sur de la India, un paradisíaco lugar en donde la modernización, y con éste el crimen, habían desembarcado en su tranquilo pueblo hacía no muchos años.
La siguiente parada fue “Beypore”, ubicado en las costas sureñas de las tierras de Gandhi. Aquí no solo limpiaron y reacondicionaron el casco, reemplazaron a su incompetente cocinero y se armaron de un nuevo set de velas cosidas a mano, sino que además, siete de los marineros Omaníes se deleitaron con el placer de las nupcias, tomando por esposas a las ingenuas muchachitas de la ciudad, costumbre milenaria la cual incluso les permitía a los hombres tener dos familias a la vez, una en Oman y otra en estas tierras. Lo gracioso del asunto es que la tradición marca que el capitán del barco debe consentir el matrimonio y además brindarles un generoso presente a la pareja, por lo que Tim no tubo más remedio que recurrir a los fondos de la expedición y darles algo de dinero a cada uno de los tórtolos enamorados.

Serendib, la tierra del caído
El 21 de Enero de 1981, luego de una apacible navegación por las aguas del Océano Indico, Severin y su fiel equipo arribaron a las costas de la enigmática Sri Lanka. Coronada con “El Pico de Adán”, una montaña de 2.500 metros de altura, en cuya cima según cuenta la leyenda, Adán dio sus primeros pasos luego de ser expulsado del Edén, Serendib, como antiguamente se la conocía, encierra innumerables mitos y leyendas basados, según parece, en hechos históricos verdaderos.

“Así supe que la isla de Serendib tenía ochenta parasangas de longitud y ochenta de anchura; que poseía una montaña que era la más alta del mundo, en cuya cima había vivido nuestro padre Adán…”

Siguiendo las conjeturas de Tim, Sri lanka bien podría haber sido la tierra descripta en una de las versiones del séptimo viaje de Sindbad, en donde es capturado por unos piratas y vendido a un traficante de marfil. Su prisionero, era obligado a internarse en el bosque y matar un elefante por día para obtener de él sus preciados cuernos. Eventualmente los elefantes le muestran al marino la cueva secreta en donde guardan el blanco y codiciado material para que así pueda obtenerlo sin recurrir a la matanza. Según “Las Noches Arábicas”, Sindbad viaja por lo menos dos veces a Sri Lanka, y nos cuenta acerca de las grandes procesiones lideradas por el rey montado en un enorme elefante. Dichas procesiones aún son costumbre en nuestros tiempos, y en ellas la atracción principal siempre han sido estos hermosos mamíferos ungulados.
Serendib parece también ser la locación para “El Valle de los Diamantes”, en donde Sindbad, en su segundo viaje, logra escapar de unas terribles serpientes, guardianas del valle, emergiendo de la tierra con los bolsillos repletos de diamantes. Si bien este país no practica la minería de estas lujosas piedras, es mundialmente reconocido por sus topacios, rubíes, ojos de gato y los zafiros azules de Ceylon. Al igual que en las aventuras del marino, estas piedras preciosas y semipreciosas son extraídas de la tierra de los valles, y en los agujeros de donde se extraen existe el constante riesgo de ser sorprendido por la silenciosas y escurridizas serpientes. Tal vez sea significativo saber que el comercio de las gemas en Sri Lanka aún sigue liderado por los musulmanes, cuyos sitios sagrados más antiguos son las tumbas de los antiguos marineros árabes que introdujeron la religión islámica en el siglo séptimo de nuestra era.

Fortunas y Desdichas
Tras unas pocas jornadas de actividades varias y un merecido descanso, el Sohar partió de la gran isla, aprovechando los monzones que ahora venían del sudeste, rumbo a Sumatra, tierra de intensos verdes y criaturas únicas, fuente de inspiración para innumerables leyendas y fábulas como las de Sindbad.
Severin recuerda el 18 de Marzo como “el día de los tiburones”, y no es para menos, puesto que en aquella oportunidad, bajo el ardiente cielo del Indico y luego de una desenfrenada pesca que duró no más de 20 minutos, la colorida tripulación logró atrapar 17 tiburones de aproximadamente metro y medio de longitud cada uno, consiguiendo un cuarto de tonelada de carne, la cual salaron y secaron al sol.
El 5 de Abril, tras una desesperante calma que duró semanas, los primeros suspiros del viento milagroso, llenaron las arrugadas velas de la embarcación. Pero la suerte se vio interrumpida una vez más cuando una mañana como cualquier otra, la fuerte brisa borneó violentamente, presionando el “spar” (palo ubicado perpendicularmente en la punta del mástil principal con el cual se sostiene la mayor) contra el propio mástil, partiendo al primero cual si fuera un simple escarbadientes. La mayor colgaba como un ala rota. El Sohar estaba malherido. Cuidadosamente bajaron el spar roto y cortaron el extremo astillado de la sección más larga, improvisando luego un nuevo pero reducido aparejo. Así y todo la velocidad del barco se redujo en un tercio de su capacidad original.

“…pero de pronto sopló con violencia el viento y echó el navío hacia atrás tan bruscamente, que el capitán dijo: ¡Nadie puede detener el Destino! ¡Por Alá! ¡Hemos caído en una perdición espantosa, sin ninguna probabilidad de salvarnos!”

Los peligros de Sumatra
El 15 de Abril ya se encontraban sobre el “Estrecho de Malacca”, corredor marítimo que une Africa y Europa con el Oriente. El Sohar se abría camino por entre los inmensos buques petroleros, como un pequeño insecto entre bípedos titanes de carne y hueso. Tres días más tarde, arribaron a “Sabang”, una islita justo al norte de Sumatra. Tras 55 días en alta mar, Sabang resultaba sin duda un paraíso inigualable ante los ojos de estos cansados marineros.
Sumatra era conocida en todo el viejo mundo como “La Tierra del Oro”, pero también resonaban las tenebrosas historias acerca de los caníbales de la isla, de los cuales el mismo Sindbad probablemente haya sido víctima si este lugar es el mismo descripto en su cuarto viaje. En él, el osado marino naufraga junto con otros compañeros en una isla donde son gentilmente recibidos por una tribu de nativos quiénes no tardan en agasajarlos con los más variados y deliciosos platillos. Sindbad sospecha de sus verdaderas intensiones y se rehusa a comer. Luego de un tiempo nota como sus amigos comienzan a engordar y comportarse como si estuvieran bajo las influencias de alguna droga que atontaba sus sentidos. Fue demasiado tarde cuando se dio cuenta que la tribu se alimentaba de carne humana.

“…aquellos hombres desnudos comían carne humana, y empleaban diversos medios para cebar a los hombres que caían entre sus manos y hacer de tal suerte más tierna y jugosa su carne.”

Horrorizado, se escapa de la aldea, y en el campo observa con tristeza como uno de los nativos dirigía a los infortunados que pastaban cual si fueran ganado.
El “Hashish” usado en el norte de Sumatra, es un estupefaciente natural que antiguamente se utilizaba como especia en las comidas. Esto bien pudo haber sido lo que usaban los caníbales para atontar a sus pobres víctimas.
Existe además otra anécdota que podría relacionar a Sindbad con la isla, y es la que tiene lugar en su quinto viaje. Nuestro ya reconocido hombre de mar, naufraga y tras ser arrastrado por la corriente, termina en las costas de un gran escollo, en cuyo bosque es capturado por una criatura encorvada de apariencia humana, incapaz de hablar, la cual vivía de frutas silvestres. Se lo conocía en aquellos parajes como el “anciano del mar”, y probablemente se trate nada más y nada menos que del gran orgullo de Sumatra, el gracioso orangután.

“…a la orilla del estanque hallábase sentado, inmóvil, un venerable anciano cubierto con amplio manto hecho de hojas de árbol… Me devolvió el saludo, pero solamente con señas y sin pronunciar palabra.”

La Furia del Oriente
Aprovechando la madera de los bosques aledaños, utilizaron un gran tronco para reemplazar el spar dañado y siguieron camino rumbo a Singapur, donde fueron gratamente recibidos con alegres ceremonias y danzas al estilo malasio.
La idea de Severin había sido tomar ventaja de las distintas temporadas de vientos a lo largo del trayecto: primero los monzones del noreste y luego los del sudoeste, de manera de cruzar el Mar de la China del Sur antes de la época de tifones (o huracanes, como se los conoce en occidente), que ya se anunciaban en las primeras semanas de Mayo. Pero debido a la larga demora de los céfiros del sudoeste, el Sohar se encontraba muy por debajo del itinerario inicial. Era Junio cuando vieron desaparecer las costas de Malasia.
Lentamente se aproximaban a la parte más peligrosa de toda la travesía. Debían sortear las impredecibles aguas de los eternos demonios del Oriente. Conocidos por los marineros árabes como “Mar de Kundrang” y “Mar de Cankhay”, entre los siete mares que marcan el camino a la China, está escrito que estos dos son los peores. Aquí es donde los terribles tifones, o “tufan” (como los actuales omaníes prefieren llamarlos), desatan su incontrolable furia y acaban con la miserable existencia de quiénes se atreven a desafiar su poder.
Los primeros cuatro días se mantuvieron calmos y apacibles. La tripulación comenzaba a relajarse y suponer que su suerte seguiría igual hasta arribar a destino: el legendario puerto de “Guangzhou”. Pero al amanecer del quinto día, el humor del tiempo cambió abruptamente. Desde las difusas líneas del horizonte se dibujó la silueta de lo que parecía ser una líquida muralla de inmensas dimensiones. Se trataba de un “White Squall”, o pared blanca, ola gigantesca que se proyecta como una interminable onda en el océano. El impacto fue tan tremendo que crujió todo el casco y literalmente desintegró la vela mayor. Ese día el Sohar pasó por una durísima prueba de resistencia, sobreviviendo a la fuerza de tres “paredes arqueadas” (tormentas locales de particulares características), con tan solo (estoy siendo irónico) tres velas destrozadas, dos foques y una vela de mesana, aparte de la mayor. Sin embargo, la tripulación soportó la tortura majestuosamente, y sobrellevó el peligro como lo habrían hecho sus valientes antepasados.

“Y de improviso un golpe de viento terrible hinchó todo el mar, que se precipitó sobre el navío; haciéndole crujir por todas partes, y arrebató a los pasajeros, incluso al capitán, los marineros y yo mismo. Y se hundió todo el mundo, y yo igual que los demás.”

En los siguientes cinco días, una procesión de doce paredes blancas azotaron a la nave cual castigo del señor. Al menos, si bien el precio era muy alto, éstas mismas contribuían a arrastrarlos enérgicamente rumbo al objetivo deseado, alcanzando velocidades náuticas impresionantes (135 millas en un día) para este tipo de diseño.
Algo que Tim recuerda con nostálgica alegría, pensando en los sacrificios que tuvieron que sobrellevar durante aquellas agobiantes jornadas, es la satisfacción que les causaba a todos saber lo mal que la estaban pasando las cucarachas. Polizontes indeseados, enemigos ancestrales de los navegantes, debían mudar sus mojadas patas de babor a estribor y viceversa continuamente, ya que el agua se acumulaba en los recovecos de cubierta de un lado o del otro según cual fuera la escorada.

La recta final
Para el 25 de Junio de 1981, ya se encontraban a unas pocas millas de Guangzhou. La peor parte había quedado atrás. Pero aún restaba un último peligro por correr: verse envueltos en las garras de los obscuros piratas del mar, que aún hoy merodean por las costas del “Golfo de Tonkin” en busca de algún preciado botín. Afortunadamente, nada de eso ocurrió, pero lo que sí encontraron en su camino fue una pequeñisima embarcación ocupada por 18 refugiados vietnamitas, los cuales suelen ser las verdaderas víctimas de estos asquerosos bandidos. Alimentos y medicinas fueron provistos por nuestros amigos a esta pobre y desesperada gente, quienes agradecieron infinitamente la ayuda proporcionada por los tripulantes de aquella exótica criatura flotante, misteriosamente surgida de las entrañas del mar.
Dos días más tarde ya se podían distinguir las primeras sombras que en el horizonte dibujan las aclamadas costas de la China. Dominado por la montaña “Dawanshan”, o “Khanfu” como era conocida por los árabes, el puerto de Guangzhou fue en su tiempo un concurrido centro comercial en donde marinos de todas las latitudes intercambiaban infinidad de productos, como ser porcelana, pimienta, alcanfor, seda, oro y gemas entre muchos otros. A esta altura del trayecto, no había más que relajarse y dejarse llevar río adentro por la suave brisa veraniega. Ya no se veían lejos los largos muelles de aquel milenario paraje cantonés, recubierto con las finas telas del progreso, pero que aún mantenía vivo el espíritu del pasado.
La tripulación entera, agradeciendo su buena fortuna, bendecía mil y una veces la divina indulgencia de Alá. Muchos habían sido los peligros que sortearon, y muchas las oportunidades en las que creyeron jamás ver la luz de un nuevo día. Pero la dicha estuvo siempre de su lado, de la misma forma que le había sucedido a Sindbad. Este viajero incansable, valiente sorteador de los caprichos del viento, sabía perfectamente con qué fuerzas estaban jugando. Hacia la recta final de su larga y provechosa vida, sumido en la paz espiritual y la seguridad de su tranquilo hogar, levantó la vista y bajo la expectante mirada de sus obnubilados comensales, dijo: “Si la fortuna dispone de algo, ningún poder logra torcer su curso. ¿Y qué criatura puede conocer el porvenir?…todos nuestros proyectos son juegos infantiles ante los designios del destino.”

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