24/2/09

Migraciones polinesias I - ¡A Pae i Kula!

“¡Tierra a la vista!”, gritó Iako enloquecido de alegría, “¡Pe`a, amor mío, lo conseguimos! ¡Mira hacia el norte, justo debajo de la brillante Hokule´a! Las estrellas nunca mienten. ¡Al fin la hemos encontrado! Ven a ver tu también, pequeño Hale; allí está la tierra de la que tanto te habló tu padre.”

Corrían los últimos años del siglo XVI. Hacía ya más de cien que Colón redescubría América y, así y todo, el gran océano detrás del nuevo mundo (territorio que ahora sabemos cubre un tercio de la superficie del planeta) aún permanecía inexplorado. Pero no por mucho tiempo. Los católicos barbudos ya se estaban acercando. La fuerza de los vientos arrastraba sus naves directo al paraíso, y no había nada que pudiera detenerlos.
Estos marinos de otro mundo, quienes solo recientemente habían desarrollado las habilidades y la tecnología para navegar distancias largas, se toparon con una realidad que aún ahora nos resulta un verdadero enigma: gente viviendo en todas las islas, sin barcos, brújulas o ninguno de los instrumentos que resultaban esenciales para la navegación occidental. Sencillamente no podían creer que esta civilización se hubiera dispersado a través de todo el pacífico utilizando esas frágiles canoas y las estrellas o las corrientes como guía.
Según Pedro Fernandez de Quiros, oficialmente el primer europeo que tubo contacto con los polinesios, el hecho de que éstos vivieran en el medio del océano más grande del planeta sin medios para navegar distancias muy largas, otorgaba una prueba más de la existencia de la mítica “Terra Australis” al sur del pacífico, teoría largamente difundida en los salones y burdeles del viejo continente.
Semejante mentalidad etnocéntrica era muy común durante la primera generación de marinos exploradores, todos ellos en la constante búsqueda de nuevas rutas a las indias, o nuevas tierras para poder explotar. Poco les interesaba conocer a fondo las culturas que conocían a su paso; mucho menos se les ocurriría otorgarles algún mérito en materia de navegación.
Sin embargo, todo esto comenzó a cambiar con la llegada al escenario del capitán James Cook. Sus tres largas incursiones al pacífico norte y sur, marcaron el comienzo de la segunda ola en las aún jóvenes aguas de la exploración occidental. Según el historiador Ferdinand Braudel, durante esta época las naciones marítimas comenzaron a enviar expediciones con el fin de “obtener nueva información acerca de la geografía, el mundo natural y los usos de la gente”; además de las eternas cuestiones geopolíticas y comerciales, claro.
Cook fue el primer europeo en tomarse en serio la cuestión de cómo estas tribus, que hablaban dialectos parecidos y compartían muchas de sus costumbres, habían podido explayarse a todo lo largo y ancho del gran pacífico. De hecho fue el primero que los consideró una “nación”, consciente como era de su identidad compartida. Durante sus largos viajes aprendió algo de tahitiano y se hizo amigo de Tupa`ia, un isleño con el que navegó durante un tiempo por las islas cercanas a Tahiti. Tupa`ia, nos cuenta Cook, podía orientarse observando el firmamento, y sabía apuntar directo a las Marquesas, Samoa o Fiji en el momento que se lo pidieran. Impresionado por estas y otras muchas habilidades que demostraron tener los nativos polinesios, el joven y visionario capitán inglés, formuló una teoría impensable hasta la fecha, la cual ha permanecido desde entonces prácticamente invariable: “En sus pahi (canoas en tahitiano) como así las suelen llamar esta gente, navegaron por el gran océano de isla en isla (desde las islas del índico) durante muchos cientos de leguas, el sol sirviéndoles de compás durante el día, la luna y estrellas durante la noche. Cuando esto se haya probado, no estaremos más perdidos en cuanto a saber cómo fue que estas islas se poblaron.”
El único problema aparente consistía en resolver la cuestión de los vientos “constantes” del pacífico cuya dirección (nor-oeste y sur-oeste) es contraria a la migración postulada. Teniendo en cuenta que dichas embarcaciones no podían navegar orzando, la teoría de James estaba en aprietos. Sin embargo: “Tupa`ia nos cuenta que durante los meses de noviembre, diciembre y enero prevalecen los vientos del oeste, y como los isleños saben aprovechar muy bien estos vientos no tendrían problemas en navegar por las islas (y luego volver a casa) aunque su recorrido inicial fuera de este a oeste.”
O sea que, en resumen, este pueblo emancipado de las indias del este, atracaron gradualmente en todas las costas del pacífico insular, utilizando sus canoas tradicionales, la navegación sin instrumentos y los tres meses de vientos favorables que soplan cálidos y lluviosos desde el Índico oriental.
Se podría decir que desde entonces, solo dos grandes teorías sobre las migraciones Polinesias se han enfrentado a esta la más difundida y aceptada por el público y el círculo académico mundial, cada una de las cuales ostenta dos postulantes teóricos, uno del siglo XIX y el otro del XX.
La primera teoría habla de una migración inicial a las islas del Pacífico proveniente de América del sur, la cual basa su postura en la preponderancia de los vientos alisios y la relación aparente que hay entre los polinesios y una antigua civilización pre-incaica. El primero en proponer esta idea fue Martinez de Zuniga en 1803, pero su defensor más conocido es el ya legendario Thor Heyerdhal, el zoólogo noruego que en 1947 cruzó él mismo el océano con una réplica de las balsas utilizadas por los indios del Perú.
La segunda teoría, en cambio, está de acuerdo con la dirección propuesta por Cook (oeste-este), pero sostiene que dicha migración fue accidental, forzada debido a sucesivas derivas causadas por las tormentas que, durante varios cientos de años, fueron arrastrando fortuitamente a los sorprendidos navegantes que no pudieron corregir su rumbo original. Contemporáneo a Zuniga, un tal Lang propuso esta teoría la cual, rechazada en su momento, fue revivida con mucha polémica por el historiador neozelandés Andrew Sharp, quien apareció en escena con su libro “Antiguos Navegantes del Pacífico”, una década después de las aventuras de Thor.
A diferencia de la migración desde América, la migración “accidental” resultó bienvenida por los académicos debido no sólo a que no contradecía la teoría original, sino que además le otorgaba un poco más de credibilidad ya que - como los antiguos europeos de hacía quinientos años atrás - la vieja escuela aún renegaba de la capacidad de los prehistóricos polinesios en cuanto a sus técnicas y medios para la navegación en ultramar. Además, con este nuevo “detalle” incorporado, los arqueólogos no tendrían que preocuparse más por rastrear las idas y venidas de los isleños a lo largo de los años, sino solo concentrarse en cada isla o asentamiento como proveniente de un solo foco anterior y desarrollado aisladamente del resto…Hablando de pereza antropológica.
No todo el mundo, sin embargo, abrazó estas ideas. Un grupo de jóvenes entusiastas se sentía realmente indignado por el gratuito menosprecio que la opinión general a lo largo de la historia había tenido por este pueblo, esta “nación” de férreos navegantes. Dicho grupo no podía ser otro que los mismos polinesios, descendientes directos de aquellas nobles criaturas del mar que habían sido capaces de colonizar sistemáticamente innumerable cantidad de islas a lo largo y ancho del Pacífico.
El profundo respeto por sus ancestros y la sed de reivindicación sentaron las bases para la fundación de la “Sociedad de Navegantes Polinesios” con la cual se pudo recaudar fondos para construir una canoa tradicional y demostrar “in situ” que, una vez más, las culturas de la prehistoria están llenas de sorpresas.
Continuará…

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