22/2/09

Kon Tiki, el hijo del sol

“Sin duda aquellas mentes iluminadas, poseedoras de un gran espíritu aventurero, imaginación astuta e intuitiva, una profunda visión global de la historia, y por cierto, mucha buena suerte, han sido las principales responsables en el avance del conocimiento y la revelación de la verdad.” (Friedrich Nietzsche, 1892)

Desde Heinrich Schliemann, aquel intrépido alemán hijo de un pastor, que descubrió las ruinas de Troya leyendo a Homero; o Jacques Champollion, el enigmático francés que dilucidó el lenguaje de los antiguos jeroglíficos rompiendo con la tradición horapolónica la cual durante catorce siglos había embrollado las cabezas de los eruditos (Herapolo creía que dicha escritura se basaba en imágenes); e incluso Howard Carter, quién tras 6 años de excavaciones infortunadas, dio su primer golpe de piqueta en la tumba de Tutankamón, la más rica tumba faraónica de Egipto.
Hombres y mujeres como éstos, con una visión, algunas de ellas disparatadas, la mayoría llenas de pasión, han contribuido inmensamente con el saber y el entendimiento de los hechos del pasado. Nos han mostrado el camino que recorrieron nuestros ancestros, brindando una nueva luz de sabiduría donde antes reinaba la obscuridad de la ignorancia. No han existido muchos como ellos, pero tal vez por esa misma razón sea que nos fascine tanto leer acerca de sus obras, por demás extraordinarias, símbolos de lo más puro en la esencia humana.

Thor Heyerdahl nació en Larvik, Noruega en el año 1914. Ya desde muy pequeño demostró una notable predilección por las carreras humanistas y zoológicas. Luego de finalizar sus estudios superiores, se dirigió como zoólogo en colaboración con la universidad de Oslo, a las Islas Marquesas en el sur del pacífico para investigar y recolectar especímenes de insectos y peces de las costas polinesias.
Cuenta en sus memorias que estando una noche en la playa, a orillas del pacífico, escuchó con asombro las historias de un viejo nativo de rostro surcado por mil arrugas, curtido por el sol y el viento, acerca de un tal “rey Tiki”, (rey sol), quién había venido a las islas polinesias desde un lejano país tapizado de montañas, allá, detrás del mar.
A partir de esta primera anécdota, extraída de una vieja leyenda nativa, Thor se introdujo repentinamente en un estudio académico acerca de una posible correlación entre dicho relato mitológico y la misteriosa verdad. ¡Tal vez Tiki había sido el primer hombre en pisar la Polinesia, y no había venido desde las islas del océano índico, ni de australia, ni mucho menos de Europa, como hasta entonces todas las teorías argumentaban, sino que había llegado desde América, luego de navegar más de 4000 millas a través de las imponentes y enigmáticas aguas del pacífico!
Con este pensamiento alojado en su mente, Heyerdahl comenzó su erudita carrera por las innumerables historias antiguas de los indios del nuevo continente y de pronto se topó con el nombre de “Kon Tiki”, que significaba “hijo del sol” y que provenía de antiguos relatos incas los cuales hablaban acerca de una civilización perdida de seres blancos, altos y barbudos, de cabello y ojos claros, que había habitado las tierras del Perú desde mucho antes que ellos mismos, y que con la primera ola de tropas incaicas colonizadoras, su pueblo fue diezmado y Kon Tiki, que era su dios gobernante, junto a un reducido grupo de fieles seguidores, había logrado huir llegando hasta las costas del Pacífico Sur. Embarcándose en una balsa de troncos de palma, se dirigió sorprendentemente hacia el horizonte, “siguiendo el camino que marcaba su padre, el sol”, y nunca más regresó.
Con este sorprendente dato, el entusiasta noruego comenzó a atar cabos entre sudamérica y la islas de los mares del sur, reforzando más y más su teoría acerca de la migración oceánica entre ambos puntos del globo:

· Las figuras de piedra de Tiki en las islas Marquesas, Pitcairn e incluso las enormes estatuas de la isla de Pascua, y ciertas pirámides escalonadas como aquellas en Tahiti y Samoa, son muy semejantes a los monolitos y pirámides dejados por las extinguidas civilizaciones de América del Sur.
· Las estatuas de “Rapa Nui” (isla de Pascua), representan a hombres barbudos, con narices de finas líneas, orejas alargadas hasta el hombro y una gran roca en la cabeza a modo de “peluca” color rojo. El pueblo de Kon Tiki se dejaba alargar artificialmente sus orejas, y tenía predominantemente cabelleras rojizas, con peinados que se asemejaban mucho a dichas pelucas.
· Todos los polinesios reconocen en sus leyendas a Tiki como su antecesor.
· Cada una de las tribus aisladas por el mar hablan dialectos de un lenguaje común que se asemeja muchísimo al del olvidado pueblo de Kon Tiki en el Perú.
· Al igual que los Incas, los polinesios utilizan un sistema de cuerdas con nudos para recordar a todos sus antepasados hasta el primero de ellos. La historia genealógica de los pueblos del pacífico coinciden con sorprendente exactitud, especulando el origen de dos civilizaciones distintas: una hacia el 500 d.c. y la otra posterior en el 1100 de nuestra era. Según los relatos incaicos, se supone que los “blancos barbados” desaparecieron de sudamérica también hacia el 500 después de cristo.
· La primer ola de cultura se encontraba aún en la edad de piedra, factor muy importante puesto que, salvo en América, habían muy pocas tribus primitivas que aún fueran ignorantes en el uso del hierro.
· Los Incas describían a este antiguo pueblo como el de “dioses blancos” sabios y pacíficos, que habían venido desde el norte hacía muchos siglos atrás, lo cual hace pensar en las historias de los colonos españoles cuando arribaron a las islas del caribe y fueron magníficamente recibidos por los salvajes creyendo éstos que se trataba de la vuelta de los dioses blancos y con barba que según sus leyendas, habían visitado a sus ancestros mucho tiempo atrás.
· Cuando los europeos llegaron a las islas del pacífico, vieron a muchos nativos de tez blanca y barbudos, de pelo rojizo o rubio, ojos grises azulados y narices en gancho casi semíticas. En contraste, los genuinos polinesios son de tez obscura, cabello negro y nariz achatada. Heyerdahl llegó a una posible conclusión la cual describía a estos últimos pobladores como los descendientes de la segunda oleada de colonizadores (1100 d.c.) que vinieron de América del Norte y prácticamente arrasaron con el pueblo de Tiki (antes de ir a la guerra, Thor encontró excavando en Canadá, utensilios antiguos de marcado estilo polinesio).
A los ojos de nuestro querido Heyerdahl, ya no había dudas de que su teoría era cierta, y acto seguido realizó con rigor científico un “paper” que presentó en cuanta organización y universidad se le ocurría podían interesarse en sus descubrimientos. Pero le reacción de la comunidad científica fue rotunda: ¡Nadie creía posible que una insignificante balsa de diseño preincaico había sido capaz de cruzar el pacífico sur desde Perú a las doradas islas polinesias! El solo pensarlo les resultaba una locura.
Y fue aquí cuando, este hijo de fieros vikingos amantes del mar, tomó una decisión que cambió su vida y lo ubicó inmediatamente en el foro de los grandes: él mismo se propuso cruzar el maldito océano en una balsa peruana y demostrarle a esos intelectualoides de Harvard que dicha embarcación bien podía emprender con éxito tamaña aventura. Inmediatamente puso manos a la obra.
Aprendió charlando con veteranos de mar que las olas y bravezas no se aumentan ni con la profundidad ni con la distancia de la costa. Al contrario, los chubascos son más traicioneros a lo largo de la costa que en mar abierto. Además los bajíos y resacas o las corrientes oceánicas cerca de la playa podían formar un oleaje embravecido que era raro encontrar en alta mar. Un barco que puede mantenerse bien a lo largo de la costa, puede hacerlo también mar adentro. Además los barcos grandes en alta mar tienden a cabecear, embarcando grandes masas de agua que al correr sobre la cubierta tuercen las barras de acero como si fueran de alambre, mientras que una embarcación pequeña en el mismo mar sufre mucho menos porque tiene más cabida entre las líneas sucesivas de las olas bailando libremente sobre ellas como lo hacen las gaviotas.
Luego de reunir a cinco compatriotas que sin dudarlo se unieron al proyecto, emprendió la dura tarea de reconstruir una balsa lo más exacta posible a aquellas usadas por los primitivos americanos. Para ello utilizó troncos de palma que sólo se encontraban en Ecuador, cañas de bambú hojas de palmera y cabos hechos con fibras vegetales. Ni clavos ni alambre fue utilizado en dicha construcción. Las grandes embarcaciones de madera de balsa de los indios tenían una vela cuadrada, una o más orzas de deriva y un gran remo timón en la popa, con lo cual podían ser maniobradas. Más cerca de popa fue asentada una pequeña cabina en donde dormirían y pasarían ratos de ocio y lectura. Además en la punta del mástil colocaron una pequeña plataforma a modo de carajo de donde, adicionalmente, obtenían otra perspectiva de la balsa.
Finalizados los preparativos se embarcaron y en pocos días se encontraban a varias millas de la costa americana, completamente aislados del resto del mundo. “Solo ellos y los elementos”.
Cada miembro del equipo se dedicaba a alguna actividad en especial a bordo: Thor era el líder natural y se encargaba del diario de viaje, Bengt era el cocinero, Knut y Torstein habían embarcado una radio de onda corta con la que mandaban reportes periódicos acerca de su posición, bienestar e incluso datos meteorológicos en general que medía y registraba Herman, como ser velocidad de los vientos, las corrientes, intensidad y cualidad de las tormentas, etc. Erik era el encargado de mantenimiento y calculaba con su sextante la posición de la embarcación en la carta.
Desde la acumulación inicial de las aguas en los profundos valles de la joven tierra, los océanos poseen corrientes marítimas definidas y constantes. Por las costas occidentales de América del Sur, una fuerte corriente fría que surge del polo, denominada la corriente de Humboldt, arrastra lo que en su superficie se encuentre desde allí hasta las cálidas islas de la Polinesia.
Al mismo tiempo los vientos alisios también corren de este a oeste por lo que cualquier embarcación chica o grande, inevitablemente va a ser empujada en forma forzada, es decir, natural, hacia donde el sol se pone. Las balsas peruanas tenían vela cuadrada y carecían de botavara por lo que su ceñida era prácticamente (por no decir completamente) nula. Pero eso no importaba, porque las condiciones constantes de los vientos y las corrientes eran las apropiadas para marcar el rumbo deseado (este-oeste).
A lo largo de todo el viaje, la tripulación tubo que soportar terribles tormentas y oleajes cual líquidas cordilleras, pero lo fantástico de la balsa era que el agua entraba, pero se escurría rápidamente por entre los espacios que dejan los troncos, y por esa misma cualidad, era relativamente imposible que se tumbara. De hecho no lo hizo nunca. Thor recuerda con gracia todas las negativas opiniones que recibieron antes de partir de parte de comandantes, técnicos y todo tipo de hombres de mar, acerca de la vulnerabilidad del diseño, pero los cabos resistían perfectamente manteniendo los troncos unidos, y la estructura desafiaba la tempestuosidad de las aguas magníficamente. Realmente podrían llegar a destino sin mayores problemas. Lo irónico del asunto es que el verdadero peligro que atravesaron, lo vivieron recién cuando arribaban a las islas.
Ya muy entrados en el océano hicieron un interesante descubrimiento acerca de las orzas de deriva: tenían distribuidas en distintas partes del fondo, unas seis de ellas, y se dieron cuenta con sorpresa, que si sumergían más, o menos, algunas de éstas complementariamente, podían corregir el rumbo con una precisión inimaginada, lo cual sumaba otra cualidad favorable a las ya anteriormente experimentadas. “Kon Tiki”, que fue como bautizaron a aquella preciosa casita flotante de bambú, no tenía nada que envidiarle a los más modernos transoceánicos.
La vida abordo, contrariamente a lo que uno imaginaría, era muy agitada y los tripulantes se mantenían siempre ocupados. Incluso inventaron algunos “deportes”, con los que se divertían en los momentos de ocio, como por ejemplo “cazar tiburones con la mano”. La presencia de estos tenebrosos animales era cotidiana en los jardines marinos de su provisorio hogar, por lo que rápidamente se acostumbraron a su compañía. Entonces comenzaron a jugar con ellos: primero les daban alguna sobra de pescado obligándolos a sacar la cabeza del agua, y cuando éstos daban media vuelta para retirarse, aprovechaban la forma particular de sus colas para engancharlas con las manos y sacarlos del agua completamente. El escualo contorcionaba su cuerpo hasta que el resbaladizo suelo de popa lo deslizaba de nuevo al mar, desapareciendo en las sombras, humillado por estos insolentes y traviesos seres humanos.
Con respecto a las comidas, gozaban de un abundante depósito de alimentos enlatados y especialmente conservados que les habían sido provistos por la armada norteamericana, además de grandes toneles de agua dulce. Pero ya desde el comienzo de la travesía, notaron contentos que las lluvias frecuentes les proporcionarían suficiente agua en caso de que consumieran la ya almacenada y, en cuanto a la comida, el mismísimo mar obsequiaba con gusto, innumerables cantidades de peces: delfines dorados, atún, peces voladores, bonitos, pilotos, tiburones, e incluso zoo-plancton, que colaban con un medio-mundo de fina tela de seda. Literalmente caían en la borda durante la noche y no había más que recogerlos como quién lo hace con las frutas y verduras maduras de su huerta.
La colorida y variada fauna marina era diariamente presentada a estos modestos espectadores terrestres, como un pomposo desfile zoológico organizado por los súbditos de Poseidón. En su viaje tuvieron el placer y la suerte de observar enormes tortugas de mar; delfines (no confundir a los delfines dorados, que son peces); en una ocasión los visitó un misterioso y descomunal tiburón ballena, animal pacífico de más de 15m. de largo, con el que se puede nadar sin miedo a ser atacado; mirando hacia el cielo, infinidad de aves marinas decoraban el monótono celeste. Hasta tenían un séptimo tripulante a bordo, se trataba de un minúsculo cangrejillo que vivía en un agujero del mástil, y que alimentaban diariamente con miguitas de comida. Tuvieron el honor de contemplar, y a veces comer, especies marinas que, mediante el estudio posterior de los esquemas esbozados por Erik, resultaban desconocidas por el hombre moderno. Incluso en una oportunidad cuentan haber divisado una criatura enorme que por un rato se deslizó detrás de popa a la que no hubo posibilidad de identificar.
En incontables ocasiones las teorías más desquiciadas, pero finalmente ciertas, han tenido que pasar por durísimas pruebas antes de ser aceptadas por la opinión general. Y por cierto que ésta fue una por demás difícil para la Kon Tiki y su pionera tripulación, pero finalmente llegaron a destino, atracando peligrosamente en los corales del atolón de Raroia. Fue extrañamente aquí donde con mayor detalle contemplaron el rostro de la muerte, teniendo que soportar con su cuerpo olas descomunales causadas por el arrecife, sobreviviendo milagrosamente.
Sin duda esta aventura ha sido un resultado claro del escepticismo humano. Pero de todas maneras, el simple hecho de haberla emprendido, y terminarla con éxito, no solamente le ha valido un punto a favor al conocimiento histórico y científico, y uno en contra al soberbio prejuicio intelectual, sino que además les significó la oportunidad a estas seis almas viajeras, de crecer como seres humanos y poder transmitir lo aprendido, a los demás.
“Mi teoría de la migración, como tal, no queda necesariamente probada con el éxito alcanzado por la expedición de la Kon Tiki. Lo que sí probamos es que las embarcaciones de balsa sudamericanas poseen cualidades desconocidas hasta hoy por los hombres de ciencia de nuestros tiempos, y que las islas del Pacífico están situadas muy al alcance de las embarcaciones prehistóricas del Perú. Los pueblos primitivos eran capaces de hacer viajes inmensos por el mar abierto. Las distancias no son el factor determinantes en el caso de las migraciones oceánicas, si el tiempo, el viento y las corrientes tienen el mismo curso general día y noche durante todo el año. Los vientos alisios y la corriente ecuatorial van hacia el occidente debido a la rotación de la tierra, y esto no ha cambiado desde que existe el mundo.” (Thor Heyerdahl).

1 comentario:

saudade dijo...

Espectacular como siempre con tu talento...tendras un yate?......amiguito que siempre estaras ....NUNCA DEJES DE ESCRIBIR