17/9/08

Bougainville, el ilustre ilustrado

“Soy viajero y marino, es decir, un embustero y un imbécil frente a esa clase de escritores perezosos y soberbios quienes, entre las sombras de su gabinete, someten despóticamente la naturaleza a su imaginación y filosofan hasta perder de vista el mundo y sus habitantes... personas que, sin haber observado nada por sí mismas, no hacen más que escribir y dogmatizar a partir de las observaciones que les prestan esos mismos viajeros a quienes les niegan la facultad de ver y de pensar.”
(Louis Antoine de Bougainville, “Viaje alrededor del mundo a bordo de la fragata real la Boudeuse y la urca Étoile, en 1766, 1767, 1768 y 1769”.)

Louis Antoine, el precursor
Antes de que en el siglo XIX, escritores como Verne, Melville o Stevenson elevaran la novela de aventuras ultramarina hasta la cúspide literaria, hubo otros autores que les precedieron en esa tarea y que, posiblemente, animaron sus tardes de lectura. Sin duda, uno de ellos fue Louis-Antoine de Bougainville, un alegre parisino que entre 1766 y 1769 dio la vuelta al mundo y escribió un libro sobre su viaje de circunnavegación.
Lo de Bougainville, como se ve, no estaba en rellenarse las caderas. En absoluto. Lo suyo era tirarse al agua y navegar para ver y contar cómo eran, por ejemplo, las Malvinas o Tahití, por muy lejos que estuvieran de su París natal. De hecho, el ímpetu de este explorador, escritor y aventurero estaba a la altura de uno de los poetas marinos más conocido de la época, el legendario James Cook, quien por esas fechas también estaba dando la vuelta al globo en su propia “cáscara de nuez”.
Nacido en París en 1729 de un padre notario, Louis Antoine de Bougainville se orientó primero hacia las ciencias, más particularmente hacia las matemáticas, y publicó un “Tratado de cálculo integral”. Quizás fue porque leyó las diversas memorias escritas por su hermano Jean-Pierre sobre distintas expediciones marítimas, que Louis Antoine tuvo la vocación de navegante.
Deseando recorrer el mundo, este deudo de la marquesa de Pompadour, fue nombrado primer ayudante de campo de Louis Joseph Montcalm y se fue a Quebec con él a bordo de La Licorne (El Unicornio). Desembarcó allí en 1756 y luchó contra las fuerzas inglesas. Años más tarde, después del intento de colonizar, en vano, las islas Malvinas (o islas Falklands) en el Atlántico, tuvo que retirarse, no sin haber sacado algo de dinero por sus derechos a España. Así reembolsada la expedición, pudo emprender el viaje que deseaba y que, sin dudas, lo hizo famoso.

La leyenda que respira
Además de ser un excelente marino, Bougainville era un verdadero ilustrado: frecuentaba los salones de los mosqueteros de Luis XV; practicaba esgrima; leía a Virgilio, Horacio, Tácito, Montaigne, Montesquieu, y estudiaba con D'Alambert (director, junto a Diderot, de la Enciclopedia). No obstante todo esto, Bougainville, más que un genuino representante de su época, era ya una leyenda viva naufragando en un océano de declinación; en esos años principiaba el fin del esplendor de la Francia ilustrada.
Después del Rey Sol, el brillo del país galo se extinguía a marcha forzada. En 1760, Francia había perdido Québec a manos de Inglaterra, la potencia naval, militar y comercial del momento. La rendición gala la organizó, precisamente, Bougainville, quien siempre se destacó por sus habilidades diplomáticas. Con la rendición, él y sus compañeros fueron hechos prisioneros y devueltos como tales a Francia; toda una herida para el orgullo nacional, pero casi una alegría para Voltaire, quien había calificado esta guerra como innecesaria; y a la cual le había dedicado escasas doce líneas en la Enciclopedia.
En un intento de recuperar el prestigio francés, Bougainville le propuso a Luis XV conquistar unas islas muy australes y deshabitadas, llamadas Malouines, allá por los sures del continente americano. Según este parisino inquieto, mosquetero de Su Majestad y “culo de mal asiento”, Francia debía permitirse algún atrevimiento naval, para que la pujanza marinera de ingleses y holandeses no terminara de eclipsar a dicha nación. Y a ello consagró sus esfuerzos.
Así, en 1763, Bougainville estableció en las Malvinas una pequeña factoría privada, a nombre de Saint-Malo, su compañía naval. Tiempo después, en 1765, Bougainville regresó a las islas, a fin de reforzar la presencia gala y, con ello, convertir las Malvinas en la colonia más austral del mundo de la que se tuviese noticia. A pesar de la sigilosa diligencia con que los franceses se habían instalado en la parte oriental, su movimiento de ocupación no pasó desapercibido para Inglaterra y España. Los ingleses, vista la estrategia gala, trataron de apropiarse de la parte occidental. Por su parte, España, legítima propietaria de las islas, reclamó sus derechos ante ambas naciones.
Primero los ingleses, y más tarde los franceses, reconocieron la soberanía española. Bougainville, entonces ya en Francia, viajó en 1766 para cerrar la devolución de las Malvinas. Reconocer que estas islas eran españolas supuso otro duro golpe para Francia como potencia mundial, y abrió una segunda herida en el orgullo de Bougainville.

Navegando los siete charcos
Con todo, el francés estaba decidido a devolverle algo de protagonismo a su país dentro de la escena mundial: cerrada la entrega de las Malvinas, daría la vuelta al mundo. El objetivo de Bougainville era sumar a Francia, por fin, a la exclusiva nómina de portugueses, españoles, ingleses y holandeses que ya habían circunnavegado el globo terrestre.
En 1766, embarcó en Brest con destino al Pacífico. A bordo de la fragata La Boudeuse (La Picona), llegó a América del Sur y cruzó el estrecho de Magallanes antes de alcanzar Tahití en abril de 1768. En su “Viaje alrededor del mundo...”, publicado en 1771, hace un retrato idílico de Tahití que favorecerá luego la idea del "buen salvaje " y que ejercerá influencia sobre más de un artista. De regreso a Saint-Malo en 1769, Bougainville pasó a ser el primer oficial en haber dado la vuelta al mundo. Apenas tenía 40 años. En ese marco histórico arranca este libro de viajes.
La precisión anterior resulta necesaria: se trata de un libro de viajes del siglo XVIII, no de una novela o un ensayo del XXI. La prioridad del viaje de Bougainville es, sobre todo, científica, exploratoria y enciclopédica, y su escritura se mueve de acuerdo a esos tres ejes. Prefiere escribir sobre la desconocida fauna y flora de las Malvinas, documentar la historia sobre la expulsión de los jesuitas del Paraguay (que vivió en persona), describir los asentamientos españoles en el Río de la Plata o constatar sus encuentros con indígenas en el estrecho de Magallanes y Tahití.
"Las piraguas estaban repletas de mujeres que, a juzgar por lo agraciado de su aspecto, no resultan inferiores a la gran mayoría de las europeas. Incluso, en virtud de la belleza de su cuerpo, podrían rivalizar con todas ellas y llevarles la delantera... La mayoría de estas ninfas estaban desnudas. Desde luego, incluso ya desde sus piraguas, nos hacían arrumacos que, a pesar de su simpleza, despertaban cierta perplejidad, ya sea porque la naturaleza embelleció el sexo con una tímida ingenuidad o bien porque, incluso en las regiones donde aún reina la espontaneidad de la edad de oro, las mujeres simulan no querer lo que más desean...Pero yo les preguntaría, en medio de tal espectáculo, ¿cómo mantener trabajando a cuatrocientos jóvenes marinos franceses que desde hace seis meses no han podido ver una sola mujer?"
Asimismo, como el gran marino que era, este navegante deja constancia de su oficio; al armazón histórico y científico anterior hay que sumarle los pasajes donde Bougainville anota rumbos y vientos, observa la dirección de las corrientes, arrumba la costa, calcula la longitud respecto de París o maldice la inexactitud de las cartas con que navega por entre las islas Célebes y Java. Para quienes estén familiarizados con los cuadernos de navegación, nada nuevo; para quienes sean inexpertos en estas lides, una dificultad añadida, pero superable. Quienes estén familiarizados con la jerga marina disfrutarán de enredarse entre obencaduras, jimelgas o drizas; sabrán de dónde soplan los vientos frescachones, redondos o los de cascarrón; o sabrán qué hacer cuando haya que arriar un chambequín. De todos modos, para estos pasajes más técnicos, el libro cuenta con el auxilio de un amplio glosario náutico y, asimismo, incluye las cartas que dibujó Bougainville sobre los lugares navegados.
Sin lugar a dudas, “Viaje alrededor del mundo a bordo de la fragata real la Boudeuse y la urca Étoile, en 1766, 1767, 1768 y 1769” es una notable labor literaria producto de una mente que luchó eternamente en contra de la decadencia, en una época ciegamente indiferente a las causas pérdidas. Ciertamente, Bougainville nos proporciona la posibilidad de arrimarnos a un libro misceláneo, entretenido, erudito, notablemente escrito, fiel reflejo del espíritu ilustrado.

Epílogo
Pero una nueva serie de desgracias iba a alterar su prestigio durante algunos años. Durante una batalla en Saintes, en las Antillas, fue acusado de cobardía por haberse retirado demasiado pronto de los combates. Vino luego la Revolución. Bougainville, que había seguido siendo fiel a Luis XVI, fue encarcelado durante el período del Terror. Pero cuando Napoleón tomó el poder, éste lo nombró senador y le dio el título de conde.
Louis Antoine de Bougainville falleció en París en 1811. Aún hoy en día, la más grande de las islas Salomón descubierta en 1768 por Bougainville lleva su nombre. Su hijo mayor, Jacinto (1782-1846), guardiamarina en Le Geographe (El Geógrafo) a los 18 años durante la expedición Baudin, mandó luego numerosas expediciones en el mundo.

Fuente principal: “Aquellos locos ilustrados”, por Rubén A. Arribas

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