17/9/08

La loca travesía del ignoto Malaspina

El marino italiano Alejandro Malaspina dirigió una expedición científica enviada por la corona española, expedición que recorrió América, Asia y Oceanía entre 1789 y 1795. Dicha “mega” expedición alcanza el brillo pero no la trascendencia de las llevadas a cabo por el insigne Capitán Cook y el astuto Bouganville, pues su estrella fue injustamente apagada por las intrigas de Manuel de Godoy, el hombre más influyente en la corte de Carlos IV.

El propósito oficial de Malaspina era aumentar el conocimiento de la flora y la fauna planetaria y de los pueblos que habitaban las colonias hispanas. En las naves de la expedición, la Descubierta y la Atrevida, se embarcan más de 200 hombres, entre ellos algunos pintores y naturalistas.
Estas dos “mujerzuelas” del mar tatúan sus estelas en el Río de la Plata, las costas patagónicas, las Islas Malvinas, la Isla de Guam, las Filipinas y gran parte de la Polinesia. A su regreso, la expedición trae el conocimiento de 14000 especies botánicas nuevas, 900 ilustraciones y el estudio de 500 especies zoológicas de tres continentes. Hoy en día existen más de 600 publicaciones relacionadas a los aportes científicos y artísticos de la expedición Malaspina.
Históricamente hablando, luego de la conquista militar surge la necesidad del conocimiento científico de lo conquistado. Así ocurrió, por ejemplo, en el siglo XVIII a propósito de la relación entre España y las colonias que constituían su vasto imperio. Innumerables especies de flora y fauna se presentaban a la vista de los europeos como un tesoro místico de aplicaciones bien prácticas. El progreso material se asoció entonces de manera ineludible con la expansión de las ciencias naturales. Como consecuencia, la corona española financia un fuerte impulso en el desarrollo de ciertas disciplinas -hasta entonces seudo nigrománticas- como la botánica, la zoología, la geología y también la cartografía. Dicha “actitud” se manifiesta, por ejemplo, en un cuadro de la época que muestra a un Carlos III niño estudiando botánica y sosteniendo con delicadeza una flor. La ampliación de saberes consolidaría la posesión física y política de los territorios del todavía inmenso y aún inexplorado Imperio español. Alejandro Malaspina fue el primer navegante en organizar una expedición bajo esta renovada versión de “el conocimiento es poder”.

Génesis del hombre y de la idea
Dicen que no lloró al nacer aquel 5 de diciembre de 1754 en Parma, el pueblo italiano de Mulazzo. Ya en 1774, fue cadete de la Escuela de Guardia Marinas de Cádiz. Participó luego en combates navales donde supo cincelar un valor incuestionable. Entre 1777 a 1779 da la vuelta al planeta azul en la fragata Astrea. Entre 1776 y 1788 capitanea aquella misma embarcación y, quizá entonces, brota en su mente la idea de una prolongada y amplia expedición científica. En 1778, Carlos III lo asciende a Capitán de navío. Sus méritos son reconocidos. No sólo es un guerrero valeroso y un hábil artesano del mar, sino que sus modales y cultura general lo hacen asiduo a la presencia de las almas refinadas.
Malaspina propone entonces al rey una expedición científica alrededor del mundo, y Carlos la acepta encantado. El objetivo del viaje era múltiple:

  • Relevar información científica, geográfica e histórica sobre las tierras a visitar.
  • Inventariar todas las curiosidades que pudieran hallarse, desde especies naturales hasta objetos nacidos del ingenio humano (las muestras que sobrevivieron el viaje de vuelta fueron alojados en el Gabinete Real y en el Jardín Botánico de Madrid).
  • Confeccionar cartas y derroteros de América.
  • Observar la situación política de los virreinatos americanos (objetivo un tanto más clásico pero políticamente crucial en aquella época).

Se construyeron especialmente para esta expedición dos corbetas de última generación: la Descubierta y la Atrevida. Comandadas por Malaspina y José de Bustamante y Guerra respectivamente, poseían 33,5 metros de eslora y desplazaban 306 toneladas. Ambas servirán como hogar flotante –durante cinco años- a las más de 200 barbas que conformaban la tripulación.
En el marco de un territorio en pugna por su soberanía y libertad, muchos de los oficiales -luego de concluida la expedición- lograron destacadas posiciones políticas y con ellas un boleto para la posteridad. El capitán de fragata José Bustamante y Guerra, por ejemplo, fue gobernador político y militar de Montevideo en 1796, y en 1809 recibió la presidencia de la Real Audiencia de Charcas. Juan Gutiérrez de la Concha combatirá con valor durante las invasiones inglesas de Buenos Aires para luego ocupar el cargo de último gobernador intendente de Córdoba. Fue fusilado en 1810, hombro a hombro con Santiago de Liniers.
Junto al selecto personal militar, se embarcó el profesor de pintura José del Pozo, el pintor José Guío, el botánico Luis Née, Antonio Pineda quien ofició de "encargado de los ramos de la Historia Natural". Luego, en Valparaíso, se sumará el célebre naturalista Tadeo Haenke.

<Recuadro>
Tadeo Haenke era botánico, médico, músico, antropólogo, amante de la arqueología. Llegó a España para incorporarse a la expedición y cuando estaba llegando a la Bahía de Cádiz vio que las dos corvetas, aprovechando el viento, habían zarpado. El pobre Haenke quedó en tierra. “¿Cómo me uno a la expedición?”, se preguntó. Entonces, subió a bordo de un barco mercante que se llamaba El Buen Suceso, pero que a pesar de su nombre naufragó frente a las costas de Montevideo. Haenke, con todos sus instrumentos de medición y sus libros, nado furioso hasta la costa. Luego atravesó la pampa y la Cordillera de Los Andes. Hay que imaginarse que son unas distancias tremendas y que las recorría andando. Durante dos meses recolectó más de 2500 plantas, de las cuales se dice que 1500 eran completamente desconocidas. Fue recién en el legendario puerto de Valparaíso (en el centro costero de Chile) que se encontró con Malaspina y su bendita tripulación. El resto del viaje lo hizo en la Descubierta.

A pesar de su apasionamiento por el sesgo científico de la empresa, Malaspina no desatiende el beneficio económico. Así, en una carta al teniente general de la Armada -Antonio Ulloa- destaca la importancia de atender a "la abundancia de cetáceos en la costa patagónica, cuya pesca y exclusivo beneficio pudieran ser de mucha utilidad a la monarquía". También manifiesta interés por el estudio de los patagones y sus costumbres, pero sin liberarse de la ceguera à la mode de sus contemporáneos respecto de la condición del indio, pues no duda en afirmar que el modo de vida de los naturales de la Patagonia los convierte en "los más infelices de la especie humana"… debemos admitir, sin embargo, que el arduo estilo de vida de estas tribus confinadas en el “fin del mundo” –los yaganes a la cabeza- se compara sólo con aquellas más duramente azotadas por la eterna ira del frío, el hambre y una tierra sin compasión.
Luego de su intensa preparación, la expedición zarpó poco días después de la toma de la Bastilla y de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución Francesa. El 30 de julio de 1789 la Descubierta y la Atrevida ocultaron su silueta a los mirones de Cádiz. Su primer destino fue el Río de la Plata. Tras 51 días de navegación, las naves arribaron a Montevideo. Al desembarcar en la actual capital uruguaya, los miembros de la expedición iniciaron un proceso luego repetido en cada nueva escala del viaje: el inmediato establecimiento de contactos con las autoridades locales y eventuales científicos para consumar las tareas de investigación. Al llegar a Buenos Aires instalaron un observatorio astronómico. En el Río de la Plata, Pineda logró colectar numeroso material botánico y zoológico; estudió a las garzas, chorlitos, patos, cigüeñas, caranchos, gaviotas, lechuzas, búhos y buitres de la zona. También encontró restos fósiles los cuales fueron enviados al Colegio de Cirujanos de Madrid donde se advirtieron semejanzas con los encontrados en 1787 por el padre Manuel Torres y que el naturalista Cuvier denominó megaterio (animal grande). Née herboriza con fruición y recolecta numerosas semillas de los alrededores de Buenos Aires.

Gigante Patagonia
Luego de la primera incursión por las costas e inmediaciones del Río de la Plata, la expedición continuó la navegación hacia el sur, hacia tierras patagónicas. El 2 de diciembre arribaron a Puerto Deseado. Allí, se produjo el encuentro con los patagones. Sobre un alto de la costa, y a la vista de toda la tripulación, se recortaba la silueta de un patagón a caballo. Pineda y otros tres tripulantes se dirigieron a tierra. Llevaban consigo numerosas bagatelas para obsequiar a los viejos habitantes de la estepa patagónica.
En su diario de abordo, Malaspina recrea el encuentro de la siguiente manera: “...fueron poco a poco aproximándose todos a caballo, y últimamente enviaron en busca de las mujeres, que no tardaron en reunirse y echar pie a tierra. Se componía entonces la tribu de unas 40 personas, de las cuales eran 10 las mujeres y 12 los niños, entre ellos tres o cuatro aun de pecho; dos mujeres solas eran ancianas, y a pesar de esto sumamente ágiles. Entre el restante número de hombres, el cacique y otro eran ancianos, y habría otros cinco cuyos años podían más bien responder a la pubertad que a la virilidad. En general, eran todos (incluso mujeres y niños) de una cuadratura agigantada, la talla era inferior a aquella proporción, pero naturalmente alta. El cacique Junchar, medido escrupulosamente por don Antonio Pineda, tenía de alto seis pies y diez pulgadas de Burgos. La anchura de hombro a hombro era de 22 pulgadas y 10 líneas".
Un pie de Burgos equivale a casi 30 cms, por lo que Junchar exhibía una altura aproximada de 1,91 cms y un ancho de hombros de 70 cms. El nativo, por lo tanto, era alto y corpulento, pero no un "gigante patagón" como los referidos por Antonio Pigafetta en su famosa narración del viaje alrededor del globo de Magallanes y Elcano.
Mediante sus hábiles trazos, José del Pozo inmortaliza una panorámica del Puerto Deseado, la primera representación en colores de un lugar del territorio argentino. Durante la estadía en aquel pionero puerto patagónico, los expedicionarios hallaron numerosos mariscos y practicaron una abundante pesca. Malaspina escribe: "Más felices en sus tareas, los señores Pineda y Née habían aprovechado todos los instantes para aumentar sus respectivas colecciones científicas; el primero, adicto particularmente al examen de piedras, de las conchas, de los cuadrúpedos y de las aves, encontró tan crecido número de curiosidades que podría muy bien suministrarle material de estudio en la siguiente campaña algo dilatada alrededor del Cabo de Hornos. Don Luis Née, con su acostumbrada perspicacia, constancia y asiduidad, logró, a pesar del semblante árido que tenían aquellos contornos, recoger muchas plantas de una rareza y méritos singulares".

Malvinas, Hornos, Valparaíso
Tras la conclusión de las tareas estipuladas con antelación, la expedición partió el 13 de diciembre hacia las Islas Malvinas. Luego del arribo a Puerto Egmont, se realizaron las habituales observaciones geográficas y de ciencias naturales. Entre otras maravillas, se encontró un apio silvestre muy eficaz como antiescorbútico y Pineda descubrió que las costas de las islas albergan extensos criaderos de moluscos de los mejillones y almejas, lo que motivaba a una ingente población de aves marinas (como patos, pingüinos, albatros, petreles y cormoranes) a considerar la zona como un perfecto balneario natural.
Malaspina asegura: "…ni es menos entretenida la vista del mar, en donde los peces, los anfibios y a veces las mismas ballenas, ignorantes de su propio poder y del genio destructivo del hombre, se presentan casi con emulación para saludarnos y no imaginan jamás que esto baste para ser destruidas". El alegre y expansivo mostrarse de los peces y aves equivale a una sentencia de muerte porque ya hace más de dos siglos que los mares del sur son asolados por barcos depredadores.
En el día de nochebuena, la expedición puso proa al Cabo de Hornos. Navegaron la costa este de la Isla Grande de Tierra del Fuego. Aquí advierten lo fértil de las tierras y la numerosa población de aves y leones marinos. Además comprueban la notable exactitud de los mapas que el Capitán James Cook ha trazado de aquella zona 20 años atrás y visitan la Isla de los Estados donde, lo mismo que en muchos otros lugares de la costa patagónica, asoman su presencia elefantes y lobos marinos (de uno y dos pelos), cormoranes y varias clases de pingüinos.
Indefectiblemente, el paso siguiente será retomar la dirección sur y enfrentarse al fatídico Cabo de Hornos. La navegación fue tranquila (para los estándares del Cabo, claro) y exitosa. Aún así, Malaspina observa: "La situación del navegante en aquellas regiones tan distantes de las que lo vieron nacer es, sin duda alguna, de las más extraordinarias que puedan acontecerle. La incertidumbre le rodea a cada instante; una mirada hacia las costas más cercanas le recuerda, en una complicada perspectiva, el naufragio, el frío, el hambre y la soledad".
Luego de fiordos, la desolación y las pieles yermas del sur chileno, nuestros amigos arriban a la ciudad puerto de Valparaíso. Allí (como se cuenta en el recuadro) se incorpora a la pandilla naturalista el checo Tadeo Haenke. En un marcado rumbo norte y siguiendo la costa pacífica de estas prolíficas tierras americanas, el orgullo compartido de la Descubierta y la Atrevida flameaba exultante ante la mirada alegre de los puertos de Callo, Guayaquil y Acapulco. Luego de dos meses de reparaciones y aprovisionamiento en el puerto mexicano, las proas se enfilaron hacia el Pacífico Oeste, el 20 de diciembre de 1792.

Poli la nesia y un giro de 180
Luego de 55 días de navegación, los exploradores acariciaban las verdes cabelleras de selva y las firmas curvas de roca de la isla de Guam. Poco después visitaron Manila, en la colonia de las Filipinas. Tras recorrer Nueva Zelanda y Nueva Holanda (hoy conocida como Australia), los navegantes se metieron de lleno en las aguas francas de la Polinesia. En este paraíso aún virgen decidieron dar media vuelta y, en vez de completar la circunnavegación por el Cabo de Buena Esperanza como había sido originalmente estipulado, regresaron a la Patagonia.
La primera escala será en Islas Malvinas. Algunos tripulantes seguieron su viaje por tierra para conocer la realidad interior del Virreinato del Río de la Plata. Luis Née viajó desde Concepción del Chile hasta Buenos Aires. En el viaje, conoció a los Pehuenches y nunca dejó de herborizar y de consumar nuevos estudios botánicos. Tadeo Haenke también se montó una nueva exploración terrestre que lo llevó hasta la inhóspita Bolivia, allí se queda y una fría tarde de 1816.
En las Islas Malvinas, Malaspina se dedica a desalojar a los marinos ingleses cazadores de lobos marinos. También descubre a loberos norteamericanos que, según las crónicas, en dos años ultimaron más de 20.000 ejemplares. Esta “echada a patadas” no es resistida, lo que demuestra que en aquel entonces se aceptaba la soberanía española sobre las islas en cuestión.
Más tarde se dirigen a Montevideo, tras sortear innumerable cantidad de témpanos que encuentran en su camino. Ya en la ciudad a orillas del Río de la Plata, Malaspina juzga que los objetivos esenciales de la expedición están cumplidos. Parten de Montevideo el 21 de junio y arriban a Cádiz en la primavera de 1794. ¡La expedición regresaba después de cinco años de exploración!

Proscrito, olvidado y por fin desenterrado
Las colecciones botánicas labradas por las diligentes observaciones de Pineda, Née y Haenke son las más completas de la época. Consisten en el inventario de alrededor de 14000 plantas. Se realizan también estudios anatómicos y fisiológicos de más 500 especies de América, Asia, y Oceanía. Botánica y zoología precisan del lápiz y pincel para brindar un testimonio del carácter y aspecto de las especies estudiadas. La pintura oficia como fuente de documentación de la vida descubierta. La expedición consuma alrededor de 900 ilustraciones en las que bullen los pobladores, plantas, animales, paisajes y ciudades de las regiones visitadas. Además, se confeccionan 17 cartas y planos que mejoran marcadamente el conocimiento del litoral atlántico.
Tras su regreso, la popularidad de Malaspina se amplifica exponencialmente. En la corte, algunos suponen que el culto y exitoso marino quizá sea el más idóneo para conducir el timón de la política española. Pero en ese momento el hombre más influyente en la corte es Manuel de Godoy. Godoy sabe que la fuerza en un contexto monárquico deriva de la habilidad para manipular el favor real, así que convence al rey Carlos IV de que el marino de Parma alienta ideas demasiado progresistas y liberales, las cuales promoverían una velada conspiración contra la integridad de la Corona. Malaspina es así encarcelado el 23 de noviembre de 1795 en el cuartel de la Guardia de Corps, y luego lo trasladan al Castillo de San Anton, en la Coruña. Lo destituyen de todos sus grados, empleos y propiedades, prohíben la publicación de sus memorias y así su nombre queda injustamente proscrito y con el tiempo toda su obra es olvidada.
Tras de 7 años de cautiverio, Malaspina es liberado por mediación del vicepresidente de la República italiana. El gran hombre de mar y explorador regresa entonces a su tierra natal donde muere en 1810.
Recién en 1885, casi un siglo después, el contralmirante de la Armada española, Pedro Novo y Colson, publica Viaje de las corbetas Descubierta y Atrevida alrededor del mundo. Comienza así la divulgación de la expedición Malaspina, una tardía pero merecida reivindicación de aquel gran hombre y su “instante” de apasionamiento por la exploración y el conocimiento.

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