17/9/08

La vieja historia, la nueva ciencia

Panorama actual de la arqueología en las costas del círculo polar ártico

Como en muchas de las revoluciones arqueológicas actualmente en curso, la nueva visión de la prehistoria cercana al polo norte se está modificando a medida que pequeños pero significativos descubrimientos permiten a los investigadores construir un modelo distinto de la actividad humana en aquellos lugares y tiempos remotos. Tres fuerzas primordiales están cambiando el antiguo modelo: Primero, la idea que tenemos sobre el clima y los ecosistemas dominantes durante y después de la última glaciación. Segundo, la importancia que han cobrado las migraciones marítimas en el desarrollo y expansión de las culturas que habitaron alguna vez estas lejanas y frías tierras del norte planetario. Y tercero, una manera de hacer ciencia más humanitaria, mucho más respetuosa de los orígenes y destinos de aquellos que son sus “sujetos” de estudio; una ciencia que trabaja codo a codo con la dignidad, las creencias y los conocimientos concretos de los pueblos nativos que aún hoy habitan en la zona.

La revolución marítima
La arqueología ha sido tradicionalmente una disciplina “terrestre” ya que nació de la geología clásica y fue bautizada bajo la entonces nueva concepción de estratificación histórica (la Historia estudiada y entendida a través del descubrimiento y la observación de las capas sepultadas, una debajo de la otra, de antiguos asentamientos humanos). Aquella idea fue confirmada tras décadas de un estilo de investigación que enfatizaba la importancia de las tribus agrarias cronológicamente sepultadas en los áridos desiertos del Medio Oriente, la fuente bíblica de la civilización humana.
Dichos estratos divinamente preservados los cuales progresaban hacia arriba desde las más profundas y primitivas manifestaciones de vida humana, se convirtieron en los sólidos niveles de un modelo evolutivo para el desarrollo de nuestra especie. La arqueología, con su natural apego a todo aquello que pudiera ser encontrado debajo de la tierra, hizo de la revolución agrícola la influencia civilizadora fundamental debido -en definitiva- a que sus efectos (o sus restos) están al alcance de su discernimiento.
En muchas partes del mundo el nivel del agua luego de la última glaciación aumentó y erosionó los asentamientos primigenios que podrían haber documentado otra gran revolución: la revolución marítima. Debido a que la conquista de los mares sucedió hace tanto tiempo y tan poca evidencia permanece intacta en las abrasivas costas del planeta, los especialistas han sido históricamente renuentes a aceptar la importancia que merece esta primera y fundamental revolución civilizadora.
Si lo pensamos un poco, en su propio tiempo y escala las primeras adaptaciones humanas a la vida en los océanos equivalen a nuestras actuales adaptaciones a la vida en el espacio. Así como nosotros nos estamos lenta pero decididamente acostumbrando a la dimensión espacial, nuestros ancestros descubrieron la habilidad de poder liberarse de terra firma y flotar en esa nueva dimensión que los alejaba de sus antiguas limitaciones. Así como nuestro “sentido” de la tierra cambió para siempre cuando apareció por primera vez frente a nosotros la imagen de la “perla azul” flotando en el vacío, uno de los resultados de las primeras adaptaciones marítimas bien pudo haber sido el desarrollo gradual de un nuevo “sentido” que se le dio a esa tierra que se alejaba hasta desaparecer en la línea del horizonte.
La humanidad probablemente ha desarrollado tecnologías marítimas –y sus correspondientes estilos de vida- en diferentes locaciones independientes en el tiempo y el espacio, y dilucidar cuál ha sido el primero de estos casos se hace imposible con la información actualmente disponible. En el caso del Atlántico Norte, los humanos se acercaron a estas tierras durante los derretimientos de la última glaciación allá entre los 13 mil y 10 mil años a.c. Los científicos están recién empezando a comprender el mecanismo de estas primeras migraciones y con el tiempo ha emergido el concepto de “La medialuna del Atlántico Norte” (North Atlantic Crescent en inglés).

La medialuna del Atlántico Norte
La Organización Bio-Cultural del Atlántico Norte fue recientemente formada por científicos de ambos lados del océano para investigar en conjunto aquellas culturas americanas y euroasiáticas que compartieran adaptaciones similares a la vida en las costas del norte. Por primera vez, el entorno marino está siendo estudiado como una fuerza dominante en la formación tanto del mundo antiguo como del moderno y las aguas del Atlántico Norte forman un contexto unificado ideal para este tipo de enfoque.
Con el pensamiento de los investigadores virado hacia estos nuevos rumbos, era sólo cuestión de tiempo antes que el Centro de Estudios de los Primeros Americanos de la Universidad Estatal de Oregon lanzara una serie de exámenes comparativos de ADN de antiguos pobladores hallados en ambos lados del Atlántico. Aunque en la actualidad nos parezca absurdo, aún no se ha hecho ningún estudio comparativo de, por ejemplo, el esqueleto encontrado en L´Anse Amour, Labrador (considerado el entierro ceremonial más antiguo de América del Norte) con alguno de los tantos ejemplares eurasiáticos como puede ser el famoso hombre del período megalítico hallado en Teviac, en la costa del norte de Francia. Ambos sujetos datan, según el carbono 14 (técnica utilizada para delimitar la “edad” de cualquier objeto orgánico o inorgánico) de hace más de 7000 años, y no se separan más de 2 ó 3 siglos el uno del otro.
Este es un giro radical en la manera de encarar el abordaje arqueológico y dados los largos años de controversia contraproducente sobre la idea -teñida de un racismo implícito- acerca de la difusión del hombre en América, sería tentador pensar que una comparación de este tipo daría resultados concluyentes. Sin embargo, las respuestas seguramente seguirán latentes especialmente por ser ésta una pregunta de naturaleza emocional, una pregunta que demanda saber acerca de los orígenes de la cultura humana. A pesar de la importancia que se le da a las evidencias científicas en el mundo moderno, las personas siguen necesitando que los “hechos” encajen en una historia, un mito personal de nuestro origen que involucre la presencia de lo desconocido.
En el pasado, las personas consultaban a sus shamanes acerca de sus orígenes y éste, equipado con una serie de relatos legendarios aprendidos de memoria, respondía y sus palabras eran consideradas la pura verdad. Más tarde, los clérigos reemplazaron la tradición oral de los shamanes con una nueva tecnología: la palabra escrita. A su vez, el clero ha sido gradualmente reemplazado por los arqueólogos y las voces bíblicas por las mediciones de la ciencia. Pero a medida que el concepto de “evolución social progresiva” está siendo hoy cada vez más profusamente cuestionado, parece sano y sabio volver la mirada al pasado y buscar una mayor comprensión y respeto por los mecanismos explicativos de las culturas ancestrales. Afortunadamente, la historia nos enseña que los mitos no son estáticos, por lo que la ciencia –el mito de nuestra era- deberá seguir imitando a sus “mayores” y nunca dejar de investigar y refrasear sus conclusiones.
Hace tan sólo un par de décadas que los especialistas han reconocido lo avanzadas que eran las habilidades marítimas de las primeras culturas del norte europeo. Y los recientes y sorprendentes descubrimientos sobre legendarias poblaciones de navegantes han expandido los estudios sobre dichas culturas en ambos lados del gran “charco”. Ningún científico se esperaba encontrar con un pueblo de nativos americanos, hoy denominados “marítimos arcaicos”, adaptados a la vida en los océanos hace más de 8000 años atrás. Y éste es un claro ejemplo de cómo es posible romper hasta los esquemas históricos más cristalizados.

Poblando un nuevo mundo
Según el nuevo modelo climático de la última glaciación, en una época donde el Puente de Beringia -que conectaba Norteamérica con Asia- no era otra cosa que un enorme y yermo desierto congelado, en la cara sur del mismo se desarrolló una red de placas heladas que formaban un increíble archipiélago el cual también conectaba ambos continentes. Dicho archipiélago sí se encontraba plagado de vida animal y las aguas circundantes rebosaban de peces, por lo que la zona era ideal para la obtención de las proteínas que cualquier aventurero pudiera necesitar. Según este mismo modelo climático, los humanos de la zona se adaptaron a la vida en lo océanos hace por lo memos 15000 años, y para los 7000 antes de Cristo ya manejaban el arpón y se los podía encontrar cazando en Alaska y las costas de Canadá. Esto demuestra una adaptación más compleja y dinámica al entorno con respecto al modelo anterior, basado en las migraciones por tierra. El agua, parece muy claro ahora, servía más como conexión que como barrera. Y no estamos hablando de conexión unidireccional; los últimos estudios genéticos de nativos siberianos y norteamericanos indican que las migraciones pueden haber ocurrido hacia ambos del archipiélago.

Una nueva forma de trabajar la ciencia
La región circumpolar del norte es una de las más ricas actualmente en información emergente. Un buen ejemplo de esto es el hombre de “Kennewick”, denominación que se le ha dado a un sujeto encontrado en el río Columbia, en Kennewick, Washington, Estados Unidos. Dicho sujeto data de hace 9300 años y posee una contextura racial (al parecer caucásica) muy diferente a la de la población nativa de aquella zona. Los modelos climáticos de la última era glacial y post glacial también están cambiando y generan nuevas interrogantes. La data se acumula y no encaja en ninguna estructura preestablecida, mucho menos cuando pensamos en las teorías de los orígenes del hombre en América planteadas bajo la mirada victoriana y prejuiciosa de los científicos del siglo XIX, teorías que se han arrastrado con bastante éxito hasta nuestros días.
Desde el ocaso de la Guerra Fría, el Centro de Estudios Árticos del Smithsonian ha sido pionero en la organización de alianzas científicas multinacionales. Junto con expertos rusos y algunas de las comunidades nativas de Alaska y Siberia, han abierto, por primera vez en más de cien años, una nueva era en la forma de encarar el estudio arqueológico de la zona.
América Nativa y la Gaya Ciencia, del mismo lado
Si uno le pregunta a un Tlingit tradicional de dónde viene su pueblo, probablemente responda que de los Halibut, un tipo de pez oriundo de su territorio. ¿Es acaso el Halibut una criatura mística o será que los Tlingit estuvieron alguna vez estrechamente conectados con los patrones ecológicos de este escamoso animal? Como era de esperarse, muchos de los nativos americanos no se suscriben a las teorías científicas clásicas acerca de los orígenes de sus pueblos por ser éstas arbitrarias y prejuiciosas, pero la actitud en ambos “bandos” está evolucionando hacia el ejercicio de la escucha mutua y una constructiva cooperación. Los científicos han entrado en una nueva fase de reinterpretación que probablemente sorprenderá a más de uno.
Recientemente se han dado una serie de descubrimientos fortuitos y accidentales en distintos puntos del planeta: ancestros humanos en extraordinarios estados de preservación. Un hombre de hace 5000 años congelado en los Alpes, una niña de hace 800 años en Alaska, una mujer joven perteneciente a la elite de los Incas sacrificada en las laderas de los Andes. Las reacciones de estos descubrimientos han oscilado entre la cobertura mediática desvergonzadamente superficial y la investigación cuidadosamente guiada por los valores espirituales de las comunidades nativas locales (ver recuadro “Querida y pequeña niña”). La maravillosa coincidencia radica en que estos hallazgos se han efectuado en una época donde la ciencia ha alcanzado un nivel impensado en los conocimientos de la genética humana. ¿Qué es lo que el ADN nos puede revelar? ¿Cómo están estos “ancestros” relacionados con los hombres de hoy? ¿Acaso sus huesos nos pertenecen a todos?
La mayoría de ellos han sido sujetos a una técnica muy especial que forma parte de la tradición nativa: la momificación. Las momias son personas que han sido elegidas en su momento para que sus restos sean preservados en el tiempo. Muchas de las generaciones siguientes retornan a estos “símbolos” para mostrarles respeto, obtener iluminación espiritual y aprender acerca de sus orígenes. Dicha expresión del deseo de mantener intacto el pasado para poder así instruir al futuro ha sido por mucho tiempo parte de la perspectiva religiosa nativa, y lo mismo podemos decir ahora acerca de la intención de recuperar algunos de los “secretos” de las momias por medio del estudio de su ADN. Esto lo están empezando a comprender los pueblos locales y a cambio de permitirles a los especialistas hacer su trabajo, están viendo satisfechas sus demandas de un trato más respetuoso para con estas figuras místicas que son parte de su legado.


Querida y pequeña niña
El contacto de los Chukchi de Alaska con europeos y yankees empezó recién en 1825. Los encuentros frecuentes “tete a tete” no antes de 1850. Y ni el tiempo ni el contacto han modificado demasiado su estilo de vida. Cuando excavamos una herramienta -o una vivienda entera, llegado el caso- los locales nos saben decir perfectamente qué es aquello que hemos descubierto, cómo se construyó y para que se usaba. No hacemos ningún approach arqueológico sin antes avisar y consultar a los nativos acerca de nuestros planes e incorporamos sus deseos e intereses en nuestros protocolos de investigación.
Allá por 1986, después de que Anne (coproductora de este relato), Greg Reinhardt (Universidad de Indianapolis) y yo (Glenn W. Sheehan) analizáramos el sitio de Piñusugruk, la gente que vivía en las cercanías nos aconsejó efusivamente que organizáramos un verdadero sitio de excavación allí, más grande y más prolijo. Lo hicimos finalmente en 1994 y tuvimos un éxito rotundo: ya en la primera temporada de trabajo encontramos un cuerpo congelado. La extracción del mismo del permafrost fue efectuada con sumo respeto y sin el habitual circo mediático. Los mayores de la tribu nos dijeron: “Consigan la data pero traten al cuerpo como lo que es: familia. Hagan los estudios necesarios y luego vuelvan a enterrarlo”. Tras una semana de trabajo comunitario, logramos sacarla; se trataba de una niña de aproximadamente 6 abriles, la momia mejor preservada de todas las encontradas hasta la fecha en Alaska, enterrada hace por lo menos 1400 años. Una vez hecha la autopsia, se devolvió el cuerpo a su vieja morada.
Los descubrimientos efectuados en este sitio son muchos y todos ellos revolucionarios: entre otros hallazgos se cuentan las primeras bodegas de carne registradas en la zona, la primer evidencia de una residencia “hecha y derecha” para el pueblo de los Birnirk (quienes se cree que fueron los primeros balleneros de la historia), y la primer evidencia -en el tiempo- de los Thule (el pueblo al que pertenecía la niña) la tribu oriunda de Alaska que pobló el norte de Canadá e incluso parte de Groenlandia. Todos y cada uno de estos descubrimientos fueron primero recibidos, cotejados y aprobados por la comunidad nativa local, antes de que fueran revelados al círculo científico y más tarde al dominio público.
¿Qué fue lo que aprendimos? Primero que nada, los nativos mostraron un enorme interés por preservar el pasado y a la vez recuperar el conocimiento acerca del mismo. Los ancianos demostraron también una sincera voluntad de confiar en los especialistas a pesar de los pasados abusos y la histórica falta de consideración para con su vos y su legado. Por último, todos aprendimos que trabajar juntos en una misma dirección es tremendamente mejor que hacerlo cada uno por su lado.


Fuente principal: paper publicado por T.W. Timreck y William Goetzmann y el artículo “Dear Young Girl” de Glenn W. Sheehan y Anne M. Jensen, todos ellos arqueólogos trabajando en la “Medialuna del Atlánticvo Norte”.

No hay comentarios: