17/9/08

Los manuscrritos de la América muerta

"1491: Nuevas Revelaciones de la América Anterior a Colón", es un innovador estudio, a cargo de Charles C. Mann, que altera radicalmente nuestra percepción de las Américas antes de la llegada de Colón en 1492. Según el texto, antes del Descubrimiento la población del continente superaba en número a la europea, había modelado el paisaje para su propio beneficio y hacía uso de tecnologías y conocimientos sofisticados.

Tradicionalmente, nos han enseñado que los primeros habitantes de América entraron en el continente atravesando el estrecho de Bering doce mil años antes de la llegada de Colón. Se daba por supuesto que eran bandas reducidas y nómadas, y que vivían sin alterar la tierra. Pero, durante los últimos treinta años, los arqueólogos y antropólogos han demostrado que estas suposiciones, igual que otras que también se sostenían, eran erróneas.

En un libro tanto asombroso como persuasivo, Charles C. Mann revela conclusiones tan novedosas como que:

  • En 1491 había más habitantes en América que en el continente europeo.
  • Algunas ciudades, como Tenochtitlán, tenían una población mayor que cualquier ciudad contemporánea de la época, además de contar con agua corriente, hermosos jardines botánicos y calles de una limpieza inmaculada.
  • La prosperidad de las primeras ciudades americanas se alcanzó antes de que los egipcios construyeran las pirámides.
  • Los indios precolombinos de México cultivaban el maíz mediante un procedimiento tan sofisticado que la revista Science lo ha calificado recientemente como la primera hazaña -y tal vez la mayor- en el campo de la ingeniería genética.
  • Los nativos americanos transformaron la tierra de forma tan completa que los europeos llegaron a un continente cuyo paisaje ya estaba modelado.

El autor arroja nueva luz sobre los métodos empleados para llegar a estas nuevas visiones de la América precolombina y sobre el modo en que éstas afectan a nuestra concepción de la historia y a nuestra comprensión del medio ambiente.

Ante todo, desmitificar
La historia escolar que se nos enseñó sobre la América precolombina fue decididamente etnocéntrica. Nos acostumbró a la idea de que cuando llegaron las carabelas del almirante, este vasto continente era un espacio casi vacío, tan sólo páramos o vergeles abiertos a la codicia europea en los que malvivían de la caza y de la pesca algunas pocas tribus ignorantes y dispersas. En la inmensidad telúrica únicamente afloraban dos o tres proto-civilizaciones relativamente importantes (aztecas, mayas e incas) pero crueles y rudimentarias que serían barridas por la fe, los hierros y las caballerías de los conquistadores de una Europa incomparablemente más civilizada.
“Esa historia es sencillamente falsa”, sostiene Charles briosamente. Este investigador no es historiador ni antropólogo; es más bien un periodista (escribe en revistas como Science y Atllantic Monthly) que se propuso, desde su deslumbramiento temprano ante las ruinas mayas, desmitificar el saber corriente a partir de un convencimiento suyo de que los habitantes de América no eran inferiores a los europeos de entonces en cuanto a ciencia y habilidades técnicas.
En relación con la pregunta de cuándo los primitivos habitantes arribaron a América (aceptando él la teoría de que vinieron navegando por el Pacífico), cultivaron el suelo y erigieron ciudades en diferentes sitios desde Alaska a Tierra del Fuego, el libro rebate la información cronológicamente mezquina de los textos tradicionales. Los descubrimientos arqueológicos del siglo XX (junto a la datación por carbono 14 a partir de 1948) demuestran, por ejemplo, que en Nueva México existió actividad humana desde hace más de 13.500 años, lo cual nos habla de orígenes muchísimo más lejanos de lo que solía pensar. Comenta, asimismo, que las excavaciones realizadas entre 1977 y 1997 en el sur de Chile convencieron a los arqueólogos de que paleo-indios habían ocupado Monte Verde hace no menos de 12.800 años. Por si esto no fuera suficiente, ciertos indicios apuntan a una presencia humana que supera los 30.000 años: "Si las evidencias son correctas, como la mayoría de los estudiosos cree, estos pueblos trabajaban en América en tiempos cuando la mayor parte de la Europa norteña estaba vacía de obras y seres humanos", escribe fascinado, “un tiempo mucho más lejano que los 13.000 de la cultura de Clovis, considerada por años como la más antigua del continente”.

Con cero y sin rueda
No es de extrañar, entonces, que durante ese lapso se dieran avances importantes. Entre los más reconocidos está la invención del maíz en Centroamérica, el cultivo más importante del mundo. El desarrollo fue considerado por la genetista Nina V. Federoff como “la más grande hazaña de la ingeniería genética lograda por el ser humano“, pues no existe ningún antepasado silvestre conocido de esta planta. Es decir, más que domesticado, el maíz fue creado a partir de cruces realizados en milpas, maizales donde compartía el espacio con otras 12 especies, lo que lo hacía más nutritivo y duradero que los actuales monocultivos.
El invento de los nativos americanos que más llamó la atención a Charles Mann, y a muchos otros como él, es el quipú de los incas -amasijo de cuerdas con nudos- un “instrumento asombroso”; una manera completamente diferente de crear un texto.
Así y todo, este osado investigador autodidacta advierte que la mayor hazaña intelectual de la américa precolombina fue la invención del cero. Entre los babilonios se sospecha su uso desde el año 600 a.C. y entre los matemáticos sánscritos comenzó a usarse en los términos contemporáneos -como cifra- a comienzos de la era cristiana. En Europa, por resistencia del Vaticano, no apareció hasta el siglo XII, pues era como legitimar la nada. “Entretanto, el primer cero del que se tiene constancia en las Américas aparece en un bajorrelieve maya del año 357 de nuestra era, posiblemente anterior al sánscrito”, anota Mann.
Sin embargo, así como fueron de sagaces con los números, nunca supieron qué hacer con la rueda. Según piezas que datan del año 1.000 a.C., los arqueólogos saben que los habitantes de la península de Yucatán la utilizaron pero sólo para fabricar juguetes. Las explicaciones a por qué no se dieron cuenta de su potencial pudieron ser la carencia de animales lo suficientemente fuertes para mover carruajes, además de que los terrenos eran cenagosos y quebrados.

Muchos más
En cuanto al tamaño de las poblaciones precolombinas, Mann basa sus conclusiones en narraciones sobre lo que ocurrió en tres regiones: Massachussetts antes y después de que los Peregrinos arribaran en 1620, Perú antes y después de que Pizarro se “codease” con la elite incaica en el 1500, y México antes y después de que Cortés se apoderara del imperio azteca.
Investigaciones realizadas en las últimas décadas han llevado a los especialistas a calcular el número de habitantes entre los 90 y los 112 millones, una población superior a la europea de entonces. Sólo el imperio inca en el momento de la llegada de Colón era el reino más extenso del planeta, mayor incluso que el de la dinastía Ming en China y que la Rusia de Iván el Grande.

Paisaje artificial
El mundo americano no era ese paraíso idílico que sugieren los nostálgicos ni ese universo retrasado que promovieron los europeístas recalcitrantes. Era un territorio que, en muchos aspectos, podía equipararse a Europa y Asia. “Para los nativos, el paisaje estaba incompleto sin la mano del hombre”, propone Mann, consciente de la polémica que engendra esta frase cuando uno se refiere a los nativos americanos.Según el investigador, una significativa superficie del continente había sido modelada por la mano del hombre. De norte a sur, los nativos cambiaron el paisaje según sus necesidades. En Norteamérica, los iroqueses provocaban incendios de gran magnitud para ampliar los campos de cultivo y fomentar la reproducción de especies de caza como alces, osos y ciervos. La idea de la “armonía con la naturaleza“, tan promovida por los ecologistas, en este caso tiene sus matices. “Se trataba de un equilibrio inducido por medios artificiales“, asegura Mann.
También hubo grandes desaciertos. Hoy día, muchos atribuyen la desaparición de los mayas al hecho de que rebasaron la capacidad de sustento de su entorno. Talaron los bosques para tener la madera como combustible y tierra para agricultura. Cuando vinieron las sequías y los conflictos políticos, la población comenzó a morir de hambre y sed.
Una de las desmitificaciones que Mann remarca en su extenso estudio es la falacia de pensar a la Amazonia precolombina como un territorio virgen y prácticamente deshabitado. En 1591, el cronista de Indias, Gaspar de Carvajal, describió la cuenca del río Amazonas como una región densamente poblada en la que “de pueblo a pueblo no había ni la distancia de un disparo de ballesta“. En sus relatos contó el ataque de unas guerreras altas y desnudas de la cintura para arriba que vivían sin hombres y se reproducían secuestrando a varones de otras comunidades. La historia sonaba tan sospechosa que toda la crónica del autor de la primera descripción del Amazonas fue considerada una mentira.
Cuatro siglos y medio después, un buen número de investigaciones ha comenzado a revelar que lo de Gaspar de Carvajal no eran puras patrañas. Nadie ha dicho que sus guerreras hayan existido realmente, pero algunos sí han comenzado a comprobar que el Amazonas fue alguna vez un territorio próspero y provisto de abundante presencia humana, y no la selva impoluta que sugieren los ecologistas.Los hallazgos han revelado que la región fue, antes de su contacto con los barbudos del viejo mundo, un entramado de jungla y huertos en el que hace 4.000 años hubo más de 130 tipos de cultivo gracias al desarrollo de sofisticadas técnicas de agricultura. Los cálculos señalan que la llamada “Terra preta do Indio” pudo abarcar entre el 0,1 y el 10% de la superficie del Amazonas, un territorio tan extenso como Francia, y dio sustento a millones de habitantes. La clave estuvo en la regeneración de la misma tierra a partir de la quema y combustión de árboles. La técnica permitía obtener carbón vegetal, el cual, al ser mezclado con el terreno, produjo un campo cuya fertilidad raramente alcanzan los métodos actuales.

El poder de los minúsculos
Refiriéndose al reino andino de los incas, al que le asigna una importancia y magnitud desusadas, el autor refiere que el éxito de los conquistadores españoles no residió tanto en la fuerza de sus armas cuanto en los efectos de la epidemia de viruelas que devastó al Perú entre los años 1524 y 1525 e hizo colapsar la civilización de los nativos. Lo mismo ocurrió en Nueva Inglaterra; las epidemias llegaron con los colonizadores y facilitaron su instalación. Y no hablemos del país azteca, cuya capital –Tenochtitlán- habría sido seis veces más populosa que Londres, Roma o Madrid, hasta la llegada de los europeos, quienes causaron un desastre inmenso: la desaparición del 90% de su población en menos de un siglo.
La mayor parte de ciertas enfermedades epidémicas fatales –viruelas, sarampión, influenza – era propia de animales domésticos que convivieron durante siglos con los europeos haciéndolos finalmente inmunes. Los americanos, que no pasaron por ese tipo de proceso adaptativo (sólo conocieron el perro y la llama) fueron "suelo virgen" para estas enfermedades cuando entraron en contacto con los europeos. Se cree que entre 1500 y 1600, nueve de cada diez nativos murieron en lo que el autor llama “la mayor calamidad demográfica en la historia del mundo".
América no sólo era territorio virgen para las epidemias foráneas, sino que su población era más propensa a adquirir ciertas enfermedades debido a su escasa diversidad genética. La viruela, que desembarcó con los tripulantes de Colón, fue mucho más efectiva que la pólvora y se esparció por América mucho más rápido que los propios españoles, que en su travesía por el continente encontraron muchos poblados vacíos. Del resto, eso sí, se encargo la violencia.

En síntesis
Las sociedades nativas definitivamente tuvieron una mirada distinta sobre el medio ambiente en comparación con las sociedades occidentales, así que su discurso no es una invención moderna. Sin embargo, algunas de las ideas ecologistas a las que se les adjudica un origen precolombino fueron influenciadas –según Mann- por Occidente y por el ideal cristiano de la selva como un “paraíso terrenal”. Su trabajo aboga, principalmente, por un concepto más humano y realista del entorno y su relación con el hombre americano: para las sociedades nativas el paisaje natural estaba incompleto sin la mano del hombre.
En los años 80, cuando algunos expertos comenzaron a decir que los nativos americanos cambiaron significativamente su entorno y eran mucho más numerosos de lo que se siempre se había creído, muchos ecologistas se enojaron, pero por razones políticas; temían que estas reivindicaciones legitimaran la destrucción del ambiente. Algunos todavía temen esto, pero cada vez más y más personas reconocen que estas ideas seguramente son ciertas.

Nota: Charles C. Mann es corresponsal de Science y del Atllantic Monthly. Coautor de varios libros, ha recibido, entre otros, los premios de la Asociación Americana de Abogados, de la Fundación Margaret Sanger, del Instituto Americano de Física y de la Fundación Alfred P. Sloan. Sus trabajos se han incluido en las antologías The Best American Science Writing 2003 y The Best American Science and Nature Writing 2003.

Fuente principal: “América antes deColón”, por Héctor Ciapuscio para la publicación "Río Negro"

No hay comentarios: