17/9/08

La odisea del samirái

Segunda parte

A finales del año 1613, una extraña comitiva conformada por sacerdotes franciscanos y guerreros samuráis se dirige al viejo mundo en busca del permiso, los recursos y un obispo para evangelizar las islas del Japón. Pero los hilos que entrelazan al mundo se encuentran tensos, y las manos que los sostienen no estiman ningún cambio. La misión parece condenada de antemano…

En el momento de partir de la capital de Nueva España, la comitiva se dividió: de los japoneses, una treintena continuaron el viaje hacía Europa. Algunos, pocos, se quedaron en Nueva España a esperar la vuelta de Hasekura, y el resto volvió a Acapulco para regresar, de nuevo en el “San Juan Bautista”, a Japón. Después, la reducida comitiva encaminó sus pasos por el camino real al puerto atlántico de Veracruz, donde el 10 de junio, a bordo del galeón “San José”, comienza la travesía del Golfo de México con dirección a La Habana. La intención era coger en la capital de la actual Cuba un barco de los que integraban la Flota de Indias.
Era La Habana el puerto del caribe donde la Flota de Nueva España se unía a los Galeones de Tierra Firme para iniciar el viaje anual de regreso a España. Poco a poco fueron llegando los barcos cargueros y se fueron aprestando los buques de guerra de la Armada de Barlovento que escoltarían a la flota hasta el final del canal de Bahama, cerca de las Bermudas. Por fin, el 3 de agosto, a bordo del galeón “San Juan de Lúa”, la embajada inicia la travesía del Atlántico. La presencia de la comitiva japonesa se recuerda hoy en La Habana con una estatua de bronce, erigida el 26 de abril de 2001, en honor de Hasekura Tsunenaga.
El viaje por el atlántico continuó sin contratiempos graves si exceptuamos alguna tormenta más que seria y la incertidumbre de que se produjera algún ataque corsario a alguna nave retrasada, incertidumbre que no se disipó hasta que en las Azores se vislumbraron las naves de la Armada del Océano, que escoltarían a la Flota hasta su llegada a la bahía de Cádiz.

España
Así, tras dos meses de navegación (5 de octubre), la flota llegó a la desembocadura del Guadalquivir y arribó a la barra de Sanlúcar de Barrameda. Debido al gran calado de algunos buques -lo que les impedía navegar río arriba hasta Sevilla- hubo que hacer el traspaso del cargamento de estas naves a las barcazas y gabarras fluviales (momento que también se aprovechaba para escamotear a la Hacienda Real un buen número de mercancías y efectos…). Para los japoneses era acumular un retraso más a su dilatado viaje, del que pronto se cumpliría un año del día de la partida de Japón. Inmediatamente se enviaron las pertinentes cartas de presentación al ayuntamiento de Sevilla y a Felipe III, anunciando su llegada y las intenciones de su viaje.
Por fin a mediados de octubre tiene lugar la fastuosa recepción en la ciudad de Sevilla. Hasekura partió de Coria del Río con su séquito, formado por el religioso sevillano y una guardia personal compuesta por los samuráis y una decena de soldados, todos elegantemente vestidos al modo japonés y, para dejar clara su intención, todos portaban rosarios al cuello. Desde su salida de Coria la comitiva fue aumentando de número con infinidad de curiosos que no querían perderse la ocasión de ver de cerca tan singulares personajes. Pero esto no fue nada en comparación con la multitud que se agolpaba entorno al puente y a la puerta de Triana; toda la ciudad, desde el camino o desde las barcas en el río, querían conocer a tan ilustres y sorprendentes visitantes.
En la puerta de Triana les esperaban toda la nobleza de la ciudad y los miembros del ayuntamiento sevillano encabezados por el corregidor y asistente de Felipe III en la ciudad, Diego Sarmiento de Sotomayor, que en nombre del rey y de la ciudad dio la bienvenida al embajador. Durante los días siguientes, Hasekura, como cualquier turista de hoy en día (sólo que sin la camarita de fotos), recorrió la ciudad, visitó la catedral y, como era de esperarse, subió a la Giralda para disfrutar desde lo alto la magnífica visión de Sevilla y del Betis.
Los japoneses prolongarán su estancia en Sevilla durante un mes más, y en este tiempo recibirán en el Alcázar sevillano innumerables visitas de cualquiera que fuera algo en Sevilla: nobles, jueces, cortesanos de todo tipo. Hasekura, por su parte, realizó numerosas visitas a la catedral y al convento franciscano de la ciudad. También serán abundantes los actos festivos que se harán en su honor y homenaje: comedias, bailes y saraos. Existe una relación de gastos del Libro de Cuentas, según la cual, el ayuntamiento de Sevilla se gastó más de 2.600 ducados en la estancia de la embajada japonesa (al cambio actual del precio del oro, unos 150.000 €).
El 25 de noviembre la embajada abandona la ciudad hispalense con dirección a Madrid, la capital de la monarquía hispana Madrid, ciudad a la que llegarán el 20 de diciembre, tras un viaje en el cual la comitiva fue objeto de atención por todos los lugares por donde pasaron, destacando la parada de varios días en Córdoba y el recibimiento por el arzobispo de Toledo en la catedral primada. No fue tan espectacular el recibimiento en la Corte como lo había sido en Sevilla, seguramente, además de la información que había trasmitido el conde de Salvatierra, también se tendrían noticias de la nueva situación en Japón y de las persecuciones que se habían iniciado contra los cristianos tras el decreto del sogún de febrero de 1614.
Tampoco conviene olvidar la creciente pujanza de los jesuitas en la Corte madrileña, que se habían hecho con el influyente Colegio Imperial y estaban fabricando su nueva y magnífica sede en la calle de San Bernardo; quienes a buen seguro no dejaron de medrar para que la misión acabara en fracaso y poder mantener el monopolio evangelizador en Japón.
Más de un mes, hasta el 30 de enero de 1615, hubieron de esperar Hasekura y Luis Sotelo para ser recibidos por Felipe III. En la audiencia real se reiteró la exposición de Hasekura sobre los deseos de su señor, el daimio Date Masamune, de mantener relaciones diplomáticas y establecer alianzas con España y que se cristianice todo el Japón.
Hasekura estará alrededor de ocho meses en Madrid, por un lado preparando el viaje a Roma y por otro intensificando los contactos con las principales personalidades de la Corte al objeto de llevar a buen puerto su misión. Pero quizás el acto social de mayor trascendencia fue el bautizo del propio Hasekura en la capilla del monasterio de las Descalzas Reales de Madrid. El bautizo se hizo con toda la solemnidad y destaca fray Luis Sotelo el afecto y gran devoción del japonés. Su nombre cristiano fue Felipe Francisco Hasekura.

Roma
La otra etapa del viaje era Roma, y tras conseguir la licencia real, hacía allí partió la comitiva el 15 de agosto de 1615. En el séquito todavía viajaban veintiún japoneses.
La ruta fue la habitual para los desplazamientos a Italia: Alcalá de Henares, Daroca, Zaragoza, Lérida y Barcelona; donde por mar se dirigirían a Génova para alcanzar Roma. Por todos estos lugares la comitiva se convirtió en un foco de atracción, así, en las distintas localidades, se esperaba su llegada para realizar los oportunos honores y saludos; los visitantes aprovechaban estas paradas para visitar los templos y monasterios franciscanos que financiaron la mayor parte del viaje.
En España y tras conocer las preocupantes noticias que llegaban de América, la posibilidad de llegar a un fructífero entendimiento cada vez eran menores. A su vez Felipe III ordena al conde de Castro, embajador en Roma, que vigile de cerca las audiencias de los japoneses ante el Papa.
De todas formas la embajada sigue con su misión, y, a principios de octubre de 1615, parten del puerto de Barcelona en dos fragatas y un bergantín con dirección al puerto genovés de la Saonna. Debido a unas fuertes tormentas la expedición tuvo que hacer un alto en la localidad francesa de San Tropez. En las crónicas del lugar quedó constancia de la visita de tan extraños personajes, en las cuales destacaban que los japoneses no tocaban la comida con las manos y que usaban “unos palillos para acercarse los alimentos”. También llamó su atención que se sonaran los mocos con pequeños y suaves trozos de papel que desechaban después de su uso; pero lo que más destacan los cronistas galos son sus espadas de las cuales dicen que su forja era de un acero tan afilado que podían cortar un papel con tan solo la presión de un soplo.
Tras estos acontecimientos, llegan a la ciudad de Génova a mediados de octubre. A los pocos días inician su periplo por Italia que les permitirá alcanzar la ciudad eterna el primero de noviembre. El papa Pablo V recibió a Hasekura con premura y así se le concede la audiencia el mismo día 3 de noviembre en el Sacro Colegio Cardenalicio. A la audiencia acude lo más selecto de la curia romana, grandes señores, prelados y embajadores. En el acto se repite el mismo ceremonial y las mismas peticiones que se vio y escucharon en Sevilla y en Madrid.
La respuesta del papa la dio Pedro Trocio, secretario apostólico y doméstico de su santidad, en la cual le manifestó la alta estima que había producido la llegada de la embajada de tan remoto lugar. El papa mostró escaso interés en lo relativo a las relaciones comerciales entre Japón y España. Sí accedió al envío de misioneros, pero no eran éstos los mejores momentos para establecer relaciones entre países tan diferentes. Sin ir más lejos, apenas unas semanas después, en Japón, se restringiría el comercio extranjero a tan sólo dos puertos: Nagasaki e Hirado.
Pero la vida sigue y los actos políticos, religiosos y ceremoniales continuaron; el Senado de Roma concedió al embajador el título honorífico de ciudadano de Roma y en recuerdo de la visita de la embajada japonesa se pintaron unos frescos en la sala regia del palacio del Quirinal. Pero no nos engañemos, pues se trataba de una parafernalia que, como los catafalcos barrocos, ocultaba tras una suntuosa fachada la triste realidad: tras dos años en Europa la embajada japonesa carecía de compromisos concretos, no los había conseguido del papa ni del rey de España.
Dos meses estuvieron en Roma, y tras este tiempo, el siete de enero de 1616, la comitiva comenzó el viaje de vuelta: Roma, Livorno, Génova, Barcelona, Zaragoza, Alcalá Henares, y... Sevilla. Esta vez había orden real de que la comitiva continuara directamente hacia el sur sin detenerse en la capital. En parte por ahorrarse gastos, en parte por no dar más vueltas a unas conversaciones y entrevistas cada vez más carentes de sentido político.
Aunque las noticias que llegaban de Japón parecían confirmar que, efectivamente, Date Masamune estaba protegiendo a los cristianos en su reino de las persecuciones ordenadas por el shogún en 1614, los ministros españoles dudaban de que los acuerdos que alcanzaran con Hasekura verdaderamente tuvieran valor ante Tokugawa Ieyasu, que a pesar de su retiro (moriría el primero de junio de 1616) mantenía un gran poder político, y mucho menos por el sogún efectivo de Japón, su hijo Tokugawa Hidetada, que era mucho más xenófobo e intolerante que su padre; y que contemplaba la práctica del cristianismo como un peligro para la estabilidad del imperio japonés ya que permitía la posibilidad de establecer fidelidades al margen de la estructura feudal existente; además de su intención de atajar el contrabando y comercio clandestino que las órdenes religiosas, en particular los jesuitas, tenían organizado y casi institucionalizado.
Un año más aguantó en Sevilla la embajada japonesa, pero sin medios económicos y agotados los recursos diplomáticos, Hasekura y Sotelo, en el “Santa María y San Vicente”, parten de Sevilla hacia Japón el cuatro de julio de 1617, acompañados por otro franciscano y los japoneses que restaban. Casi tres años después de su llegada a las costas andaluzas, abandonan Europa tremendamente decepcionados y contrariados por el fracaso de su misión. ¡Se tardarán 200 años en que llegue a Europa, en concreto a Francia, otra delegación japonesa!
Pero algo quedó en España de esta visita. Todo parece indicar que un reducido número de japoneses no volvió a su país y decidió quedarse a vivir en Sevilla y alrededores. A causa de esto, hoy existen varios centenares de personas descendientes de estos nipones, reconocibles por sus rasgos ligeramente orientales y, sobretodo, porque llevan el simpático apellido “Japón” (1.851 personas en toda España, de las cuales 1.344 en la provincia de Sevilla, según el padrón de 2006).

Fuente principal: “Hasekura Tsunenaga. Un samurái en la Corte de Felipe III”, por Francisco Arroyo Martín

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