20/9/08

La terrible sombra blanca

"¡Ahí sopla! ¡Ahí sopla! ¡Un lomo como una montaña de nieve! ¡Es Moby Dick!"

Herman Melville, al igual que el universal Joseph Conrad y su coterráneo Edgar Alan Poe, pertenece a un linaje de poetas profundos y aventureros. Su exploración de los temas psicológicos y metafísicos influyó en las preocupaciones literarias del siglo XX, y sus viajes alimentaron fantasías mucho más que simplemente emocionantes. Sus obras permanecieron relativamente “inadvertidas” hasta la década de 1920; al parecer, discrepaban bastante con la cosmovisión norteamericana de su época.

Melville nació en la ciudad de Nueva York el 1 de agosto de 1819, en el seno de una familia ilustre venida a menos. Tenía ascendencia inglesa y holandesa. Sus padres eran piadosos y lo educaron de acuerdo con severas reglas presbiterianas. En 1830 el negocio de importaciones de su padre experimentó una peligrosa depresión y la familia se trasladó a Albany, donde Herman frecuentó la Albany Academy. Al morir su padre, la familia heredó una buena cantidad de deudas, por lo que Herman tuvo que abandonar sus estudios para ayudar con la economía del hogar. Durante los siguientes cinco años trabajó en un banco, en el almacén de su hermano, en una granja, en una escuela como docente y en la aduana de Nueva York.

Sus viajes
“Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes(...) entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano”.*

Los relatos de su padre, eterno viajero, y de su tío, viejo lobo de mar, le inculcaron en su infancia la atracción por la aventura. En la primavera de 1837, embarcó como grumete en el Highlander, velero mercante de la línea Nueva York - Liverpool. La novela Redburn (1849) está basada en este primer viaje. De regreso a Estados Unidos, trabajó como profesor y en 1841 viajó a los Mares del Sur a bordo del ballenero Acushnet. Tras 18 meses de travesía abandonó el barco junto con Tobías Green, en las islas Marquesas (9 de julio de 1842) y vivió un mes entre los caníbales. La novela Omoo evoca su idilio con una hermosa indígena de aquellas islas. Después de la huída de Green, escapó en el ballenero australiano Lucy Ann y desembarcó en Papeete (Tahití), donde pasó algún tiempo en prisión. Una vez liberado, trabajó como agricultor en las plantaciones de la zona y viajó a Honolulú (Hawaii), en busca de nuevos horizontes. Desde allí, en 1843, se enroló en la fragata de la Marina estadounidense United States. Desembarcó en Boston el 14 de octubre de 1844.

“Probablemente habréis visto muchas embarcaciones extrañas(...) pero os aseguro que nunca habréis visto una extraña vieja embarcación como esta misma extraña y vieja Pequod. Era un barco de antigua escuela, más bien pequeño si acaso, todo él con un anticuado aire de patas de garra. Curtido y atezado por el clima, entre los ciclones y las calmas de los cuatro océanos, la tez del viejo casco se había oscurecido como la de un granadero francés que ha combatido tanto en Egipto como en Siberia. Su venerable proa tenía aspecto de barbado(...) Sus antiguas cubiertas estaban desgastadas y arrugadas como la losa, venerada por los peregrinos, de la catedral de Canterbury..."

A partir de 1844 dejó de navegar y comenzó a escribir novelas basadas en sus experiencias como marino. Typee (1846), Omoo (1847) y Mardi (1849) están ambientadas en las islas de los Mares del Sur. Estos dos primeros relatos lograron un notable éxito por la novedad del asunto y el estilo, así como por la claridad al referirse a asuntos sexuales y al criticar las misiones de las islas. Se casó en 1847 con Elizabeth Shaw y se instaló en Nueva York, donde formó parte de un grupo literario cuyo centro eran los hermanos Evert Augustus y George Long Duyckinck, eminentes editores. Estudió filosofía y leyó apasionadamente a Rabelais, Sir Thomas Browne, Shakespeare y Carlyle. Fue entonces cuando apareció en su mente los esbozos de la “terrible sombra blanca”.

Moby Dick
“Se intuía un rumor sordo, un zumbido subterráneo...Todos contuvieron el aliento al surgir oblicuamente de las aguas una mole enorme, que llevaba encima cabos enmarañados, arpones y lanzas. Se elevó un instante en la atmósfera irisada, como envuelta en una grasa de finísima textura, y volvió a sumergirse en el océano. Las aguas, lanzadas a treinta pies de altura, fulgieron como enjambres de surtidores, para caer luego en una vorágine que circuía el cuerpo marmóreo de la ballena.”

En 1850 se estableció en una granja cerca de Pittsfield (Massachusetts), donde entabló una estrecha amistad con Nathaniel Hawthorne, autor que ejercería una gran influencia en Melville y a quien éste dedicó su obra maestra, Moby Dick o la ballena blanca (1851). El tema central es el conflicto entre el capitán Ahab y la gran ballena blanca que le arrancó la pierna a la altura de la rodilla. Ahab, ávido de venganza, se lanza con toda su tripulación a una desesperada búsqueda de su ahora mortal enemigo. La obra sobrepasa en mucho la aventura y se convierte en una alegoría sobre el mal incomprensible representado por la ballena, vil monstruo de las profundidades que ataca y destruye lo que se pone en su camino. El mismo capitán Ahab representa la maldad absurda y obstinada, personaje rencoroso que sostiene una venganza personal arrastrando a muchos hacia una muerte inútil. Sólo Ismael se salva del desastre, recogido del mar por el capitán del Raquel. El carácter del solidario Ismael se opone al de Ahab porque comparte con sus compañeros las vicisitudes de la precaria condición del hombre. La obra explora tal número de niveles de comprensión que es merecedora de los repetidos elogios a su profundidad y perdurabilidad. La ambigüedad con la que se juzgan el bien y el mal la convierte en descendiente directa de las grandes odiseas de la literatura antigua.

“Y justo en ese momento, se oyó el alarido triunfante de treinta pulmones, cuando surgió Moby Dick a la vista, saltando(...) Subiendo de lo más profundo del océano, lanzaba su volumen total en el aire, para volver a caer en un salto que los balleneros llaman el reto.”

El éxito comercial no acompañó a sus primeros años de existencia. Como bien aclara Manuel García (escritor Tinerfeño) en un ensayo sobre esta gran obra:“En ella, Melville niega el optimismo sobre el que se fundaron los Estados Unidos y advierte de los peligros del poder sin responsabilidad, el orgullo cegador, la sustitución de los fines verdaderos por otros falsos, el sacrificio del bien colectivo en aras de la libertad abstracta del individuo, la división simplista en luchas de buenos y malos...” como verán, se trataba de un discurso poco agradable para el oficialismo de la época; en fin, de cualquier época (sólo los valientes critican el presente).

Harold Bloom¹ comenta al respecto de esta maravillosa novela:
“Leer bien Moby Dick es una empresa vasta, según corresponde a uno de los pocos aspirantes auténticos a convertirse en épica nacional estadounidense(...) Figura nítidamente shakesperiana -con tantas afinidades con el rey Lear como con Macbeth- en un sentido técnico, Ahab es un verdadero héroe-malvado. Tras sesenta años de relecturas, no me he desviado de la experiencia que tuve al leerla a los nueve: para mí Ahab es, antes que nada, un héroe(...) Es cierto, Ahab es responsable de la muerte de su tripulación -incluido él- con la sola excepción del narrador -Ismael- un superviviente a la manera de Job. Y, no obstante, cuando les pidió a sus marineros que se unieran a él para dar caza a Moby Dick, el Leviatán, una ballena blanca evidentemente imposible de matar, ni uno solo de ellos se niega, ni siquiera Starbuck, el reticente primer oficial. Cualquiera que sea la culpabilidad de Ahab, la decisión de los marineros fue libre(...) parece mejor pensar en el capitán del Pequod como un protagonista trágico, muy cercano al Satán de Milton. Dentro de su monomanía visionaria, Ahab tiene un toque quijotesco, si bien su dureza nada tiene en común con el espíritu lúdico de don Quijote. William Faulkner dijo una vez que Moby Dick era el libro que le hubiera gustado escribir; lo más parecido que escribió fue ¡Absalón, Absalón!, cuyo obsesionado protagonista, Thomas Sutpen, puede considerarse el Ahab de Faulkner. Rizando el rizo de su retorcida retórica, éste observó que el final de Ahab era "una especie de Gólgota² del corazón que en la sonoridad de su ruinoso hundimiento, se vuelve inmutable". La palabra "ruinoso" no es peyorativa, ya que Faulkner añadió: "Bien, ésta es una muerte digna de un hombre". Moby Dick es el paradigma novelístico de lo sublime para los estadounidenses: un logro fuera de lo común, no importa que sea en la cumbre o en el abismo. Pese a la considerable deuda que tiene con Shakespeare, es una obra inusualmente original.”

“(...) y de repente, la ballenera de Acab, única que quedaba indemne, comenzó a subir como empujada por una fuerza irresistible: Moby Dick la elevaba con su mole. El choque fue tan fuerte que Acab fue lanzado al mar. Luego, el cachalote dio un brusco giro y partió raudamente, arrastrando todos aquellos cables enmarañados.”

Así habla Pérez Reverte³ acerca de Moby Dick:
“Porque mis héroes siempre tuvieron los pies en la tierra o en la movediza cubierta de un barco-, el mar fue siempre desafío y camino, y desde su infancia, asomados a los puertos y a las orillas, los hombres aprendieron a soñar con las cosas remotas que albergan, sin saberlo, en su propio corazón(...) en todas esas novelas vinculadas con el mar -más aún que en ningunas otras- se cumple inexorable el gran ritual de la literatura, de la aventura y de la vida: el viaje peligroso mediante el cual, quien se atreve a emprenderlo, progresa en el conocimiento de sí mismo y del mundo en el que vive(...) Y a su regreso ya no es el mismo: para bien o para mal, será incapaz de ver el mundo igual que antes de partir. Ahora sabe lo que los demás ignoran. Es el joven Hawkins desembarcando a su regreso de la isla del tesoro, Tuan Jim dando sus últimos pasos en Patusán, Ismael agarrado al ataúd calafateado de Queequeg, Jasón y Medea reprochándose el pasado, Gulliver al final de su último viaje, con la amarga certeza de que los caballos son los únicos seres racionales...
Compadezco a los hombres cómodos, resignados y razonables que nunca leyeron libros que estremecieran su corazón. Compadezco a quienes nunca se dejaron seducir y arrastrar por una moneda de oro, una mujer hermosa, un amigo fiel, una aventura descubierta en un libro. Compadezco a los que nunca dormirán la paz eterna con todos los piratas, junto a la tumba donde se pudren ellos y sus sueños.”

“-Está escrito -respondió Acab-. Mañana será el tercer día y el tercero es el último en la vida de una ballena herida. ¿Tenéis temor, valientes?
-Indomables, como siempre, señor -dijo Stubb.
Al oscurecer, la ballena seguía a la vista, siempre a sotavento, como si fuera ella la que esperaba...”

1) Harold Bloom: Neoyorquino, hijo de inmigrantes judíos procedentes de la Europa oriental, Harold Bloom (1930) asistió desde su cátedra de Yale al derrumbe de la versión norteamericana del formalismo literario. Escritor y crítico, publicó más de veinte libros, entre ellos el polémico El canon occidental y el reciente Shakespeare, la invención de lo humano, además de la edición en bolsillo de Cómo leer y por qué, entre muchos otros.

2) Las Caverna de los Tesoros, la más antigua narración oriental del viaje de los Magos (los Reyes Magos), centra su narración en un punto básico —el «Centro de la Tierra»— cual es el Gólgota, en el que se reúnen las fuerzas de la creación.

3) Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, España, noviembre de 1951) se dedica en exclusiva a la literatura, tras vivir 21 años (1973-1994) como reportero de prensa, radio y televisión, cubriendo informativamente los conflictos internacionales en ese periodo. Famoso por sus novelas del Capitán Alatriste.

* Las citas en cursiva pertenecen a “Moby Dick”.

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