20/9/08

La eterna amenaza de los siete mares

A través de los tiempos
En la Grecia clásica , los límites entre piratería y comercio no estaban bien definidos. El mismo Heródoto daba igual significado a pirata que a comerciante o navegante. Los piratas helenísticos surcaban el Egeo buscando su botín en los saqueos de las poblaciones costeras. El mar Negro en tiempos de Mitríades I, fundador del reino de Ponto, fue un foco de piratería que perjudicó por mucho tiempo apretujado tránsito de la flota comercial romana. Al finalizar la guerra púnica, el imperio se encargó de eliminar aquella molesta yaga del Mediterráneo oriental, tarea concluida por Pompeyo en el año 66 a.c., para la cual empleó nada menos que 500 naves y 120.000 hombres de mar.
La palabra “vikingo” significa pirata, y esta civilización, con sus solemnes bases fundadas en la barbarie, sí que han merecido dicho calificativo. En un mundo salvaje y brutal, ellos eran los mejores, es decir, los más salvajes y brutales. Desde finales del siglo VIII, comenzaron a efectuar incursiones y saqueos por las costas del territorio celta, para luego extenderse por el litoral friso-sajón, Portugal, Asturias e incluso las Baleares, Provenza y Toscana. Las crónicas vikingas en el Atlántico se detienen para los comienzos del nuevo milenio, y las razones se reducen a una sola, bastante interesante por cierto: su conversión al cristianismo.
Nombres como Dragut, Uluch-Alí y los hermanos Barbarroja, pertenecen a los temerarios piratas del mediterráneo de la España precolombina, guerreros moros vencidos por los Reyes Católicos del siglo XV, que alimentaron con crueldad berberisca una época de expulsión y exterminio islámico.
Desde la antigüedad oriental surge el nombre de Yajiro, el temible pirata japonés convertido (costumbre extraña, por lo que hemos visto, entre esta clase de gente) por Francisco Javier. Koxinga, “el dragón de los mares de la China”, que sólo se acostaba con vírgenes (la lógica nos dice que tenía el pene muy pequeño), y el astuto Raga, que acostumbraba pasar a cuchillo a la totalidad de la tripulación de sus naves enemigas.
La costa del estrecho de Ormuz, en el Índico, se la llamó “costa de los piratas” durante mucho tiempo, y en Ras al-Jayma se asentaba el mercado de esclavos más floreciente del siglo XVIII, industria que históricamente estuvo muy ligada a la práctica de los “ladrones que andan robando por el mar”.

Los famosos piratas de Caribe
Estrictamente, el Diccionario de la lengua española de la Real Academia define al pirata como “el ladrón que anda robando por el mar”. “Es curioso ver que la palabra “inglés” no aparece”, diría algún bretón nostálgico e irónicamente orgulloso, y no es de sorprender, puesto que verdaderamente los piratas Ingleses han sido la pesadilla indiscutida de los imperialistas ibéricos de la era de la colonización. Más que ningún otro país de navegantes, Inglaterra a frustrado incontables travesías al viejo mundo, cargadas todas ellas con las más exquisitas riquezas que una tierra virgen y furiosa de maravillas, como eran las Américas, pudieran dar. Corrían los siglos XVI, XVII y XVIII, cada uno de ellos con su exponente más significativo en la historia de la piratería occidental.

Sir Francis Drake
El Dragón de las Antillas
Vencedor de la “Armada Invencible” y azote de las posesiones españolas en América, Sir Francis Drake fue también el primer navegante inglés (segundo de Europa después de Juan Sebastián Elcano) que circunnavegó la tierra.
Los españoles le temían tanto que lo llamaban “El Dragón”, algunos incluso aseguraban que era capaz de escupir fuego por la boca, y así carbonizar las velas de sus barcos enemigos. Sin embargo, al parecer se caracterizó por su humanidad para con los prisioneros, evitando en la medida de lo posible recurrir a la flagelación y las matanzas a sangre fría.

Mercenarios de los reyes
Drake fue corsario, pertenecía a esa “clase” de piratas con privilegios otorgados y facilidades imposibles de concebir por el común de los bandidos del mar. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, las naciones marítimas desarrollaron un sistema denominado “corso”. En tiempos de guerra (lo cual era casi siempre), las embarcaciones capitaneadas por un corsario recibían una autorización especial que les permitía atacar a los barcos enemigos para luego apoderarse de ellos, todo esto en nombre de la real providencia.
Históricamente, y tratándose de las Antillas en particular, las principales víctimas siempre han sido las naves Españolas, que llenaban sus bodegas con el oro y la plata de la selva centroamericana, destinados a satisfacer la creciente demanda de los reyes.
En pocas palabras, el corsario tenía un aval oficial para el ejercicio del vandalismo, el saqueo, la violación y el asesinato. Eran mercenarios de los reyes, y lo sabían aprovechar. En cambio los piratas a secas, los verdaderos piratas, constituían una raza muy distinta, aunque no por ello menos temeraria. Y además estaban los bucaneros, pero vayamos por partes.

El pequeño Francis
Cuando aún era un niño y vivía en Kent con su familia en el casco de un viejo galeón abandonado, el pequeño Francis se hizo amigo de un anciano marino el cual lo introdujo en la navegación. Tanta estima sentía por el muchacho que como recompensa, al morir le legó su barco.
Drake comenzó su carrera como navegante bajo el mando de John Hawkins, un conocido comerciante y contrabandista que emprendió travesía hacia el oeste en reiteradas ocasiones. Su carrera como corsario empieza más tarde y desemboca en una aventura que lo hizo mundialmente famoso.

De punta a punta
En el período que abarca el final de1577 a principios de 1580, Drake hizo lo que muy pocos aún hoy han tenido la oportunidad de hacer. El lo hizo el segundo (al menos que se sepa), sin aparatos de posicionamiento ni tecnología más allá de unas pocas y difusas cartas náuticas, un sectante y las estrellas. Circunvaló el planeta, partió de Inglaterra hacia el oeste y regresó por el este. Fue el primero en tocar tierra norteamericana bañada por el Pacífico (al parecer en algún punto de la bahía de San Francisco).
Se dice que la reina Isabel le otorgó secretamente el permiso de perseguir barcos españoles y apoderarse de sus riquezas. Su primera oportunidad la tubo en Lima, donde atracó un barco de la Armada llevándose todo el oro que en él había. Los españoles lo persiguieron hasta muy al norte, a la altura de lo que ahora se conoce como British Columbia, pero viendo que no encontraría un pasaje a Bretaña por encima de Asia, que fuera seguro, eludió a su enemigos y se escondió en la costa de California. Existen crónicas de un exitoso contacto entre la tripulacióncon y los nativos de la zona, los indios Miwok.
En 1596, Drake fue atacado por una furiosa enfermedad tropical conocida en la época como “fluido sangriento”(probablemente la fiebre amarilla), durante una poco exitosa expedición contra los españoles en el Caribe. El 28 de Enero a la madrugada, a bordo de su buque insignia “Defiance”, muere silenciosamente.

Henry Morgan
El aventurero inescrupuloso
Henry Morgan, al igual que Drake un siglo antes, fue un corsario bajo las órdenes de la realeza sajona del siglo XVII. Pero no era tan solo un corsario, además fue bucanero.
Los “bucaneros” originales eran los nativos de las Indias del Oeste, quienes habían diseñado un método para preservar la carne mediante su previa cocción al fuego y posterior ahumada. El horno y la carne misma se las denominaba “boucan”. Muchos de dichos nativos se convirtieron primero en esclavos y luego en esclavos fugitivos. La esporádica agrupación de los mismos con los refugiados, criminales, antiguos sirvientes y demás relegados sociales, quienes vagaban a lo largo de las costas insulares, traspolaron dicha denominación a todo el conjunto, variando su significado al punto de referirse con esa palabra a los “aventureros inescrupulosos” de toda la zona.
Los atracos y demás fechorías de los bucaneros, a diferencia de los corsarios tradicionales, no tenían lugar en alta mar, sino en tierra firme. Teniendo en cuenta que era allí donde se acumulaba la mayor cantidad de riquezas (oro y demás metales preciosos, así como especias y otros productos de lujo), en la mayoría de los casos los barcos cumplían la simple función de transportar la tripulación desde su escondite secreto hasta un punto costero seguro desde el cual se continuaría a pie hasta dar con el fuerte o poblado víctima del saqueo.
La respuesta de porqué las autoridades inglesas parecían alentar las actividades bucaneras, yace en la convicción, por parte de la clase pudiente sajona, de que la futura prosperidad de las islas descansaba en su habilidad por expandir el comercio exterior. Pero los españoles habían reclamado el Nuevo Mundo sólo para sí, tornando al imperio dependiente del oro y la plata que de éste se extraía, y por lógica limitando el comercio a la flota ibérica. Inglaterra no poseía en ese entonces ninguna colonia en donde sus esclavos estuvieran arrancando metales preciosos de la tierra, incluso tenían que sufrir la constante captura de sus naves en el Caribe, por parte de la mismísima Armada Española, y la posterior esclavización de sus tripulantes. De esta manera, solo les quedaba una única opción: legalizar la piratería por mar, y por tierra.

De ladrón a ciudadano
Casado con la hija de su tío, Mary Elizabeth, a quién se mantuvo fiel hasta su muerte en 1688 (no tubo hijos). A partir de 1663 y hasta 1665, Morgan figuró como comandante de la flotilla de bucaneros más exitosa de la historia. Su liderazgo se debía no solo a su fama de militar experimentado, sino que además ostentaba una astucia de viejo lobo, era auténticamente osado, y poseía un carisma formidable, “as en la manga” de todo líder natural. Atacaron Santiago de Cuba, Villahermosa en Méjico (en cuya ocasión tubo que “tomar prestadas” dos fragatas españolas luego de que éstos tomaran las suyas mientras saqueaban el poblado), Granada en Nicaragua, gracias a la ayuda de los nativos que según cuentan las crónicas de la época, sugerían constantemente y sin misericordia que se eliminaran a todos los prisioneros (españoles), especialmente a los “hombres de Dios”, es decir, a los sacerdotes. El botín de esta expedición, que duró poco más de dos años, era incalculable.
Pero sus actividades no se limitaban al robo y el saqueo. Como ciudadano de Jamaica se le solicitó organizar una milicia que protegiera la isla de prometedores enemigos, a lo cual puso manos a la obra inmediatamente, culminando el período de reclutamiento con 700 hombres que patrullaban la costa en
embarcaciones de todos los tamaños y colores (desde fragatas a simples botes de remo).

El gran robo
Cansado del sedentarismo jamaiquino, en 1670 emprendió una nueva expedición con 36 embarcaciones y 1800 hombres a sus órdenes, en la cual, tras una larga deliberación con sus compañeros capitanes de la flota que se encontraba anclada a salvo en las cercanías de Panamá, decidió atacar esta imponente ciudad interina que en aquel entonces era la destinataria de todo el oro proveniente del Perú. La tarea que se había impuesto Morgan era en extremo difícil y arriesgada, en ese entonces no existía el canal que lleva ahora el mismo nombre, por lo que la misión incluía una duro recorrido a pie desde Chagres a través de espesa maleza y altas montañas. Incluso el mismísimo Sir Francis Drake había fracasado en una empresa similar varias décadas atrás.
La batalla fue larga y sofocante, pero finalmente Panamá sucumbió a la dura obstinación de este histórico estratega. Las ruinas de lo que alguna vez fue el “Sol de las Antillas”, se cubrió silenciosamente de una capa vegetal cual verde purificación de una vieja catástrofe.
A la edad de 45, Sir Henry era gobernador de Jamaica, Vicealmirante, Comandante del Regimiento de Port Royal, Juez de la Corte del Almirantazgo y “Justiciero de la Paz” (me pregunto cómo se traduciría esto en la práctica). Murió el 25 de Agosto de 1688.
Cuando, aún en vida, se publicó una biografía de sus aventuras, Morgan, ofendido por el perfil que los escritores habían dibujado de su persona, fue a juicio con la editorial, cobró un considerable suma de dinero por daños y perjuicios, y publicó la historia modificada a su gusto y conveniencia. Lo gracioso del asunto fue el porqué de su enfado, que no tenía verdaderas raíces en las atrocidades que según estos cronistas había cometido durante su carrera delictiva, sino en la aseveración de que el pirata había llegado a las Antillas como un humilde sirviente, y no como un noble y distinguido caballero, según él mismo se dignaba en asegurar. Otra muestra más de la disparatada y pintoresca personalidad de uno de los más insólitos personajes de la historia.

Barbanegra
La furia ardiente del Caribe
Se lo describió como “la personificación de lo descabellado, de la infinita osadía, una pesadilla nocturna tan falta de calidez humana que ningún crimen se encuentra por encima de él,…el vivo cuadro de un ogro que domina las aguas de Caribe”.
Oriundo de Bristol, Inglaterra, y miembro de una típica familia inglesa acomodada, comenzó su carrera en el mar como tripulación de un galeón corsario en busca, esta vez, de “carne” francesa. Al parecer en un período posterior de relativa paz entre las potencias marítimas, Edward Teach, como realmente se llamaba (incluso hay versiones de que su verdadero nombre fue Drummond), se embarcó bajo bandera pirata y rápidamente se distinguió entre las demás sabandijas por su fuerza, coraje y personalidad diabólicamente maligna. Los piratas eran los verdaderos ladrones del océano. Ellos se distinguían de los corsarios y bucaneros por su independencia, es decir, por no tener que rendirle cuentas a ningún rey, aunque por eso mismo carecían de protección y eran furiosamente perseguidos por todo el mundo.
Fue durante este período que se hizo famoso con el nombre de Barbanegra. Su reputación de maligno, entre otras razones menos pragmáticas, tenía que ver con la búsqueda de la intimidación directa de sus enemigos y víctimas. La primera impresión para Barbanegra era crucial, si el teatro de su fiereza y terrorífica personalidad tenía éxito, los atracos y la toma de prisioneros se lograba con mucha más facilidad y menos sangre que lo normal. La imagen lo era todo para él, y para conseguir el truco, sumaba a su enorme tamaño, que ya de por sí era intimidante, artimañas como vestir completamente de negro, llevar encima innumerable cantidad de armas blancas y pistolones por todos lados, y enrular la puntas de su barba colocando en ellas pequeñas mechas encendidas para dar la impresión de que este coloso guerrero ardía literalmente de furia.
Pero además debía de mantener a raya a los suyos, a su propia tripulación, y alejarlos de “ridículas” ideas como la rebelión o el motín. Para ello ejecutaba pequeños números recordatorios de su poder como cuando en una ocasión, estando en reunión con su gente, apagó el farol que estaba en la mesa y disparó su pistola al azar por debajo de la misma, lisiando a uno de los marineros. En otra oportunidad se encerró con un grupo de sus hombres en la bodega y prendió fuego unos potes que contenían combustible. Al rato los de cubierta podían ver el humo sulfuroso salir de las fisuras de cubierta y un segundo después se burlaban de sus compañeros que habían escapado de la sofocación todos juntos y se encontraban tosiendo como endemoniados. Barbanegra emergió un tiempo después, riendo y burlándose él también, dejando a todo el mundo impresionado.

Algunos datos curiosos
Son conocidas las historias de viejas amistades y alianzas entre algunos de los más temidos piratas de las Antillas, y una de las más populares trata de la que se forjó entre Barbanegra y Stede Bonnet, irónicamente llamado “el pirata caballeroso”. Juntos recorrieron la costa desde las Bahamas hasta Nueva Inglaterra, cobrando un botín de 12 embarcaciones.
El refugio predilecto de este escurridizo muchacho era una pequeña islita llamada Ocracoke, donde se encontraba el “Castillo de Barbanegra”, probablemente una choza un poco más grande y mejor armada que las que habían construido para vivir en tierra.
Las banderas que flameaban en la punta del mástil de los barcos piratas no siempre mostraban la típica calavera con las dos tibias cruzadas detrás. La de Barbarroja, por ejemplo, consistía en una calavera con cuernos.

El Rasputín de los trópicos
El encuentro entre Barbanegra y su cazador, el capitán Robert Maynard, fue histórico y brutal. Este atrevido oficial de la marina inglesa había sido enviado a comandar el “Ranger” como parte de una expedición con el objetivo de atrapar al pirata y así acabar con el terror que enlvolvía las costas de Carolina de Norte. Lo avistó finalmente en las cercanías de la pequeña islilla Ocracoke.
La batalla comenzó dispareja, cañones contra artillería liviana, los atacantes eran atacados sin piedad. Pero al parecer todo era parte de un truco ideado por Maynard. Al rato ordenó a muchos de sus hombres que se ocultaran debajo de cubierta para parecer menor número y así alentar al “Adventure” (la goleta insignia de Barbanegra) a abordarlos sin cuidado. Así fue, y cuando menos se lo esperaban los soldados escondidos emergieron rodeando al enemigo anonadado.
El caos era total, cuentan las crónicas de la época que el mar alrrededor del Ranger estaba literalmente teñido de sangre. Pero lo más espectacular fue la muerte de aquel gigante barbudo y temible de Barbanegra. En un encuentro cara a cara con Maynard, primero recibe un tiro de pistola mientras reboleaba su sable, lo cual no le impide quitarle la espada a su adversario con un golpe tremendo de la suya, y luego es sorprendido por un soldado que, trepándose a él por la espalda, consigue cortarle la garganta de una cuchillada. Aún así continúa peleando unos minutos más hasta que, mientras intentaba desenfundar una de sus armas de fuego, se desploma definitivamente en el suelo. Cual Rasputín de los trópicos, le encontraron 25 heridas en todo el cuerpo, 5 de las cuales eran agujeros de balas.
La leyenda cuenta que luego de colgar su cabeza en la punta del mástil del Ranger, el cuerpo lanzado al mar nadó varias veces desafiante alrededor del barco antes de hundirse para siempre. Durante años la cabeza fue exhibida en un poste en la confluencia de los ríos Hampton y James, y posteriormente se utilizó su cráneo para confeccionar un tazón en el cual bebían los marineros de una taberna vecina. Incluso existe un tal Charles Whedbee que dice haber echo esto en compañía de un amigo de Carolina del Norte, muy cerca de Ocracoke en el año 1930.


Obviamente en estos relatos de vidas fascinantes, mundos exóticos y aventuras tan alejadas de nuestra cotidiana concepción de la vida, no se puede evitar pensar en exageraciones, mucha imaginación y poco rigor histórico. Aunque lo que aquí se cuenta está basado en datos extraídos de una bibliografía seria y confiable, las mismas fuentes, por un factor puramente temporal, siempre estarán sujetas a dudas y escepticismos justificados. Nietzche, gran pensador del siglo XIX, decía que la historia no nos presenta una realidad absoluta, sino que se forma a raíz de una serie de versiones posibles, de “interpretaciones en perspectiva” de lo que realmente ocurrió. De cualquier manera, siempre hay que tener un resto de cuidado y saber que no todo fue como los libros nos lo cuentan.
Sea como sea, lo que sí importa y vale la pena registrar, es la fascinación, la sorpresa y en algunos casos, la admiración que sentimos ante los tremendos acontecimientos que el pasado nos regala con sus divertidas anécdotas y fabulosos episodios. En fin, los piratas han sido, y para los que no lo suponían, aún siguen siendo, uno de esos insectos molestos con los que la humanidad ha tenido que lidiar desde tiempos inmemorables. Pero aún así no podemos evitar que nos llamen la atención y le demos crédito por habernos dado tantas horas de juego y fantasía durante nuestra infancia, y porque constituyan, más seriamente hablando, un capítulo incuestionable en la historia del ser humano, criatura extraña y contradictoria, ladrón y héroe a la vez.

No hay comentarios: