17/9/08

Los Lapita

Padres de la Polinesia

“¿Como explicarse que esta Nación se haya desplegado tan extensamente en un océano tan vasto?”, se pregunta atónito el Capitán James Cook en su bitácora personal, inaugurando así una larga cadena de curiosos que aún hoy se lo siguen cuestionando. Se estaba refiriendo, por supuesto, a la Nación polinesia, aquella que habitó y aún habita el inmenso Pacífico insular.
¿Quiénes eran estos increíbles hombres de mar? ¿De dónde provienen los ancestros de una civilización datada en 3000 años? Y por último, ¿cómo es posible que estos intrépidos muchachos –y muchachas- de la era neolítica, con sus herramientas primitivas, sin brújula y sin cartas de navegación, hayan podido descubrir y colonizar el océano más grande de la tierra, desde Tuamotu -el archipiélago central- hasta sus confines más remotos en las costas de Hawai, las montañas de Nueva Zelanda y los volcanes milenarios de Rapa Nui?
Como suele ser costumbre en el campo de la arqueología, las respuestas a estas preguntas han ido apareciendo lentamente. Hace unos pocos meses se encontraron en la isla de Éfaté (en el archipiélago de Vanuatu) tumbas con huesos, vasijas y otros tesoros pertenecientes a los denominados “Lapita” (derivado de la palabra xaapeta, que significa “hacer un hoyo en el suelo”), una antigua tribu reconocida oficialmente –aunque aún existe polémica al respecto- como la ancestral del pueblo polinesio. Se trata del cementerio más antiguo excavado en las islas del Pacífico, datado en 3000 años. Mathew Spriggs, profesor de la Australian Nacional University y arqueólogo a cargo de los trabajos en Éfaté, asegura que se trata de un asentamiento de auténticos pioneros, primera o -a lo sumo- segunda generación de exploradores venidos de otras tierras al oeste de Vanuatu.
En unos pocos siglos de valiente exploración, los Lapita extendieron sus fronteras desde la jungla profunda de Papua Nueva Guinea hasta las costas coralinas de Tonga, al menos 2000 millas al este. A su paso dejaron impronta en lugares jamás antes recorridos por humanos, como Nueva Caledonia, Fiji, Samoa, la misma Vanuatu.
Fueron sus descendientes -los polinesios- los grandes navegantes que llegaron hasta los rincones más lejanos del Pacífico (incluso hasta América de sur, como recientes descubrimientos lo indican), pero fueron los Lapita los que sentaron precedente y marcaron el rumbo hacia nuevas tierras –o mejor dicho, nuevas aguas- llevando consigo la lengua y la cultura originaria, la raíz de todas las demás por aquellos lares. Si bien, y como ya dijimos, los Lapita vinieron de Papua Nueva Guinea, se cree que sus técnicas de alfarería son oriundas de las Filipinas y, lo que es aún más sorprendente, su lengua data de hace por lo menos 5000 años y proviene de Taiwan o el sur de China (lengua denominada proto-Oceánica y tronco central de los distintos derivados lingüísticos polinesios). Es decir que esta gente no sólo dio origen a una vasta extensión cultural de pueblos hermanos, sino que a su vez son ellos el resultado de una vasta conexión cultural de múltiples orígenes.
Según Spriggs, existen varias evidencias de que los Lapita del asentamiento en Éfaté fueron navegantes pioneros que vivieron en la época de plena expansión: por un lado están las mediciones de carbono 14 de los huesos. Por otro lado están las obsidianas encontradas en las tumbas (y utilizadas para fabricar hachas y otras herramientas de afiladas necesidades) las cuales -también mediante mediciones químicas- se sabe que provienen del Archipiélago de Bismark (ubicada al norte de Papua Nueva Guinea). Además están los depósitos de carbono, oxígeno, estroncio y otros elementos que todos nosotros acumulamos en nuestra dentadura durante los primeros años de vida. Las mediciones isotópicas de nuestros dientes varían ligeramente según la zona del planeta donde uno se haya criado, y los dientes de los Lapita encontrados en Éfaté indican claramente que ellos no aprendieron a caminar en esa isla ni en ninguna otra perteneciente a Vanuatu.
El estudio comparado del ADN de los Lapita, eventualmente responderá una de las preguntas más calientes de la arqueología polinesia: ¿Acaso los habitantes del Pacífico provienen de una o de varias fuentes originales? Según Spriggs, esta es la mejor oportunidad que tienen los expertos de delimitar quiénes eran realmente los Lapita, de dónde demonios vinieron y quiénes son sus descendientes actuales más cercanos.

Pasando niveles
Otro de los interrogantes más escabrosos acerca de esto misterioso pueblo de marinos es cómo hicieron posible sus expediciones a través del océano –expediciones hoy comparables con la visita a la luna- no una vez, sino cientos de veces y hacia el este, o sea, en contra de los eternos alisios que soplan desde América, pared virtual de concreto invisible para todas aquellas naves que no sepan orzar. Ni siquiera sus descendientes lo sabían, así que, por traspolación, asumimos que los Lapita tampoco, aunque no se conozcan hasta la fecha ninguno de los diseños originales utilizados por esta gente perdida en el tiempo, mucho más allá de las leyendas orales más antiguas contadas por sus hijos los polinesios.
Lo que sí es cierto es que si uno piensa en una progresión geográfica desde Papua hacia el este –tomando como centro a Tuamotu- las islas se van sucediendo primero a muy corta distancia (tan corta que se ven desde la costa), más adelante a unas pocas decenas de millas, luego cientos y recién miles cuando se trata de llegar a Hawai o a Rapa Nui. Es como un juego de video donde los primeros niveles -más fáciles y obvios de resolver- dan paso, progresivamente, a aquellos que son más complicados.
Así, el recorrido fue poco más que un paseo por el jardín desde Papua hasta las islas Solomon, el fin del mundo conocido. La siguiente cadena insular era –y sigue siendo, claro- la de Santa Cruz, a 230 millas al este, 150 de las cuales tienen un horizonte libre de tierra firme. Todavía en ese momento, la cosa seguía siendo un juego de niños, puesto que Santa Cruz y Vanuatu están cerca comparado con lo que se vendría más adelante: Fiji, a más de 500 millas de distancia. Samoa y Tonga distan de Fiji otro tanto, y casi se duplica la distancia a la hora de llegar al archipiélago de Tuamotu. Los Lapita no llegaron tan lejos, pero sus descendientes los Polinesios hicieron ese recorrido entre los siglos VI y XI de nuestra era.
Una vez allí afuera, los expertos navegantes –a estas alturas deberían serlo- se guiaban con una serie de herramientas de observación para detectar tierra en la lejanía: pájaros y tortugas marinas, cocos y ramas flotando, la condensación de nubes en un punto del horizonte (algo así como unos sombreros que las islas a veces retienen justo encima de sus cabezas), erupciones volcánicas capaces de ser detectadas a cientos de millas de distancia (la región ha sido una de las más activas en los últimos 10.000 años). Y para todos aquellos que tuvieron que dar la vuelta, exhaustos y faltos de provisiones, los alisios significaban una fuente de combustible segura y constante, y sus islas de origen, una red de contención virtualmente imposible de traspasar sin toparse con ninguna.

Hasta aquí llegamos
Como sea que lo hayan hecho, los Lapita desplegaron su cultura por un tercio del Pacífico y detuvieron ahí su marcha por razones que se han llevado a la tumba y de las que aún no se las ha podido sonsacar. Más allá de sus fronteras se dilata la vastedad del Pacífico Central. Según los expertos, estos pioneros jamás deben haber superado unos pocos miles de habitantes, y si tenemos en cuenta que tan solo alrededor de Fiji existen más de 300 islas habitables, todas ellas rebosantes de alimentos, agua dulce y seguridad, no es sorprendente pensar que los padres de la Polinesia hayan un buen día decidido abandonar las peripecias para dedicarse a, simplemente, retozar.

Fuente principal: Nacional Geographic Magazine (marzo del 2008)

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